Capítulo 1 - El bosque de los secretos
El bosque parecía respirar. Era un suspiro largo, profundo, que se colaba entre las ramas y arrastraba hojas secas por el sendero. Noa caminaba sin rumbo, con la mochila colgando floja del hombro y el corazón hecho un nudo. Las voces de la ciudad quedaban atrás, como si el aire mismo quisiera silenciarlas. Solo quedaba el crujido de sus pasos, los latidos acelerados y la rabia contenida en el pecho.Había discutido con Lucas una vez más. Su frialdad la atravesaba como cuchillas invisibles. No gritaba, pero dolía. No golpeaba, pero hería. Y esa noche, algo se rompió dentro de ella. Salió sin pensar, escapando más de su alma que de él. Y sus pies la trajeron ahí, a ese bosque que había visto desde la ruta mil veces, pero nunca se había atrevido a explorar.No sabía cuánto tiempo caminó. El sol se filtraba entre las copas de los árboles en tonos dorados, pero el ambiente se sentía irreal, como si el tiempo hubiese olvidado pasar allí. De repente, algo cambió. Un sonido distinto, un zumbido suave, como cuando se acercan las luciérnagas en masa. Y una luz.Era como una g****a flotando en el aire. No tocaba el suelo, no colgaba de nada. Vibraba, como un espejo de agua suspendido. Noa parpadeó. Quiso dar un paso atrás, pero algo la empujó desde adentro. Una voz interna, un impulso que no era del todo suyo.Se acercó, lentamente. El aire se volvía más denso, como si pasara a través de una cortina de vapor. Estiró una mano, y cuando sus dedos tocaron la g****a, un cosquilleo la recorrió entera. No tuvo tiempo de pensar. La g****a la absorbió.Todo giró.Colores imposibles la envolvieron. Olores dulces, intensos, llenos de vida. Escuchó campanillas, como risas suaves, y sintió que flotaba. Su cuerpo no pesaba. Su mente tampoco. Y cuando volvió a abrir los ojos, estaba en un bosque… pero no era el mismo.Las hojas eran de un verde esmeralda brillante, y algunas flotaban en el aire como si no conocieran la gravedad. Los árboles eran altísimos, con cortezas traslúcidas que dejaban ver hilos de luz corriendo por dentro. Flores enormes se abrían al paso, algunas susurraban palabras que no entendía. Animales con ojos dorados la observaban desde lejos, sin miedo.Noa dio un paso, insegura. El suelo no crujía. Era blando, vivo. Como si caminara sobre una criatura dormida. Sintió que el aire le acariciaba la piel, cálido pero liviano. Y entonces, desde las sombras del follaje, una figura se acercó.Era él.Elian.Su silueta era alta, elegante, con un aura que parecía nacer de la tierra misma. Su piel tenía un tono casi dorado, como si hubiese sido tocado por el sol demasiado tiempo. El cabello le caía en ondas oscuras, y sus ojos… sus ojos cambiaban con cada movimiento: azul profundo, verde musgo, gris tormenta. La miró sin sorpresa, como si hubiera estado esperándola desde siempre.—Bienvenida, Noa —dijo, y su voz tenía la calma de una fogata en invierno.Ella no preguntó cómo sabía su nombre. No podía. Todo en ese lugar desafiaba la lógica, y por primera vez en mucho tiempo, no sintió miedo. Solo una extraña paz, como si hubiera llegado a donde siempre debió estar.Elian le ofreció agua de una fuente luminosa, rodeada de piedras que brillaban con inscripciones antiguas. Le explicó que estaba en Aeris, uno de los últimos refugios de un mundo dividido por el poder. Le habló de los Síntomas, seres que alguna vez fueron humanos y ahora vagaban entre dimensiones, consumidos por la ambición de controlar portales como el que ella atravesó.—Pocas veces llega alguien de tu mundo —le dijo—. Pero cuando llegan… cambian el equilibrio.Noa escuchaba, hipnotizada. Y poco a poco, empezó a comprender que su llegada no había sido un accidente.Con él, aprendió a leer los símbolos de los árboles, a reconocer el lenguaje de las aves nocturnas. Las noches eran distintas allí: el cielo tenía más lunas, y cada una marcaba un tipo de energía. A veces las estrellas bajaban al suelo. A veces soñaba con lugares que no conocía… y despertaba sabiendo cosas que nadie le había contado.Pasaron días, o semanas. Noa dejó de contar. La cercanía con Elian creció, primero como guía, luego como compañero, y más tarde… algo más. Su mirada, sus gestos, la forma en que pronunciaba su nombre, todo se volvió una llama suave pero constante. Y por primera vez, Noa sintió que no tenía que explicarse, ni defenderse, ni aguantar silencios que lastimaban. Solo ser.Pero lo que parecía un refugio era en realidad una prueba.