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Vendida como una mercancía

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Blurb

Lucía tiene un padre adicto y un novio ególatra. El mismo día que se entera que su padre la vendió, conoce a un hombre del que se enamora inmediatamente. Cuando su novio intenta abusarla, este hombre aparece, ayudándola. Es tan diferente a los hombres que ha conocido y cuando se entera que es a él a quien su padre la vendió, no sabe si enojarse o alegrarse. Él cambiará su vida. Con su amor y ternura apasionada, le enseña nuevos mundos, desconocidos para ella. Y como no todo puede ser tan perfecto... no faltarán los problemas.

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Cárcel de Cristal
Todo dio vueltas a mi alrededor, no podía ser cierto lo que oía, mi papá me había vendido, en pleno siglo XXI, a un millonario excéntrico que creía que las mujeres se seguían adquiriendo como mercancías. Me dejé caer en el sofá de la gran oficina y lo miré con lágrimas en los ojos. ―No puede ser cierto. ¡Dime que no lo hiciste! ―rogué en un desesperado intento por creer que eso no era verdad. ―Hija, o me voy a la cárcel o tú… ―¿Qué hiciste para llegar a esto? ―Estamos arruinados. ―Él se veía tan tranquilo, tan… ¿acaso le daba lo mismo por lo que yo pasara con tal de salvarse? ―Podemos salir adelante sin necesidad de esto ―insistí. ―Debo demasiado dinero. ―¿Cuánto? ―Quinientos millones de dólares. ―¿¡Qué?! Eso era una barbaridad. ¿Quién podría gastar todo ese dinero? Eso, sin contar con el capital que tenía mi papá con sus empresas, ¿cómo había llegado a esto? ―Lo siento ―dijo pesaroso. ―No, papá, yo lo siento más. ―¿No lo harás? ―¿Qué le digo a Cristian? ―Ese chico no te ama y tú lo sabes. ―Eso no es asunto tuyo ―contesté de mal humor, aunque sabía que lo que mi papá decía era cierto, no me gustaba que me lo refregara en la cara. Yo sabía que mi novio sólo se amaba a sí mismo, pero yo no era capaz de decirle que no. ―Por favor, hija. ―No puedo hacerlo, papá. ―Iré a la cárcel. Yo respiré hondo, no quería eso para él; pero dejar a Cristian por un hombre al que ni siquiera conocía y que, seguramente era un viejo decrépito que debía pagar para que una mujer se casara con él, sin amor, por supuesto, no era una opción. ―Hija… ―Mi papá me miró profundamente triste. ―No sé, no te puedo dar una respuesta ahora, déjame pensarlo. ―Por favor, Francisco San Martin es una buena persona. ―Sí, me imagino ―contesté con ironía. ―Por favor… No contesté, no quería hacerlo enojar, porque aunque ahora estuviera tranquilo y sereno, no sabía cuánto le iba a durar ese estado de ánimo. Salí de la oficina y al abrirse la puerta del ascensor, entré a trompicones y choqué con un hombre sin darme cuenta que él venía saliendo, me tomó de los hombros para evitar una estruendosa caída.  ―¡Fíjese! ¿¡Quiere?! ―le grité enojada, desquitándome con él y apartando sus manos con furia. ―Lo siento ―contestó él con voz suave. Yo lo miré molesta, él me miraba con compasión. ―¿Está bien? ―me preguntó preocupado. ―Mejor que nunca ―contesté irónica cuando vi que el ascensor cerró sus puertas y se fue. ―Fue mi culpa, lo lamento, de verdad. Yo lo volví a mirar, tenía unos hermosos ojos verdes, parecían dos espejos de agua donde me reflejaba a la perfección, parecía escondida en una caja de cristal, como una joya valiosa. Me dieron ganas de llorar y bajé la cara. ―¿Se siente bien? ¿Necesita algo? ―No. Nadie puede ayudarme ―contesté  con verdadera tristeza, sabía que, dijera lo que dijera, terminaría obedeciendo a mi papá, siempre sucedía eso. ―¿Segura? ―preguntó sacándome de mis pensamientos. Lo miré desconcertada. Él hablaba con tanta calma, tanta tranquilidad, tan pacífico, que era difícil enojarse con él y yo no quería que se me pasara el enojo. Quería que mi papá pagara por lo que me estaba haciendo. ―¡Déjeme sola! ―chillé histérica, si él seguía allí preguntándome, me calmaría y no quería. El enojo y la rabia eran mi única arma para enfrentarme a mi papá, a mi novio y al hombre que en el futuro podría ser mi esposo. ―Está bien, no se moleste, yo sólo quería ayudarla. ―No quiero y no necesito de su ayuda ―contesté entre dientes. ―Ya lo veo, hasta pronto ―dijo con un tono de tristeza. ―Hasta nunca ―murmuré con un dejo de culpa. Sus ojos me habían hechizado y no podía quitarlos de mi mente, a pesar que no lo había vuelto a mirar. Quería permanecer en ellos, pero sabía que eso era imposible. Ya todo estaba perdido para mí. Me casaría con un tipo al que ni siquiera conocía, quien, seguramente, era peor que mi papá y mi novio juntos. Parecía que no tenía suerte con los hombres. Subí al ascensor y cuando me volví para marcar el primer piso, el hombre estaba parado fuera de la oficina de mi papá, mirándome con fijeza. No pude apartar la vista y sólo cuando el ascensor se cerró me di cuenta que densas lágrimas corrían por mis mejillas. Me las sequé rápidamente, no me gustaba llorar. Verme reflejada en sus ojos me turbó más de lo que quería aceptar. Sólo esperaba no volverlo a ver, no me había gustado esa sensación.   ●●●   Entré sin ganas a la universidad, no quería encontrarme con Cristian, aunque sabía que no podía evitarlo, mucho menos al verlo avanzar directamente hacia mí, con una gran sonrisa. ―¿Acaso no es la chica más afortunada del planeta? ―me preguntó besándome con fuerza, sus besos siempre eran así, poderosos y posesivo y a veces, muchas veces, dolían.   ―¿Cómo estás? ―pregunté sin ganas cuando me soltó. ―Muy bien, especialmente porque hoy es nuestro primer aniversario. ¡Lo había olvidado! En realidad, lo tuve presente toda la semana, pero hoy, con el notición de mi papá… ―Iremos a cenar esta noche y después, te llevaré a un lugar muy especial. ―¿Sí? ¿A  dónde? ―Ya lo verás. ―No dejaba de sonreír estúpidamente. Suspiré y lo miré, tenía los ojos grises, envolventes y atractivos; esa mirada hacía caer de rodillas a casi todas las chicas de la Universidad. Claro que yo ahora en mi mente tenía otra referencia: esos ojos verdes que emanaban luz, calor y reflejaban a la perfección el mundo. Su mundo. Yo. Cerré los ojos para quitarme esas idioteces de la mente, no estaba pensando claro, no podía pensar así de un hombre al que había visto sólo una vez y al que quizás jamás volvería a ver. Subí mis ojos para mirar a Cristian que ni siquiera se percató de lo que me ocurría. Ahora me daba cuenta de lo turbio de su mirada, lo intimidante y cruel que podía llegar a ser. ―A las ocho te paso a buscar a tu casa ―me dijo antes de besarme apresuradamente e irse con sus amigos. Yo no entré a clases, me devolví a mi casa, necesitaba pensar. Me tiré en el sillón. ¿Haría lo que me pidió mi papá? Si era así, ¿cómo se lo diría a Cristian? Si no lo hacía, ¿soportaría ver en prisión a mi papá? Estaba tan confundida. Cerré los ojos y “vi” la mirada tranquilizadora del hombre del ascensor. ¿Quién sería? ¿Así se sentiría el amor a primera vista? Intenté recordar su cara, pero no me resultó, sólo sus ojos verdes, su cabello n***o y piel color canela, quedaron en mi mente. Sin detalles. No podría describirlo. ¿Acaso una simple mirada puede desarmarte por completo? ¿Cómo era posible sentirse así por una mirada? A desgano me arreglé para salir con mi novio, esa noche terminaría con él, sabía que, hiciera lo que hiciera y dijera lo que dijera, terminaría casándome con Francisco San Martín, como lo quería mi papá. A las ocho en punto llegó Cristian, me subí a su auto sin ánimo, no quería ir con él, en realidad, hacía mucho tiempo que no quería estar con él, me molestaba su presencia, pero no era capaz de terminar con él. En ese sentido, este matrimonio obligado era mi salvación, aunque, ¿no sería eso salir de las brasas para caer en las llamas? Sin conocer al hombre en cuestión podía esperar cualquier cosa: buena… o mala. El restaurant al que me llevó Cristian era muy elegante, cumplíamos un año y, al parecer, para él era importante. A mí no me importaba. Después de conocerlo realmente y soportar sus desplantes y falta de control cuando se enojaba, el amor se me estaba pasando, además que tenía en mente la mejor forma de terminar con él. Durante la cena, apenas sí conversamos. El silencio era tenso, aunque creo que sólo era tenso para mí, porque él no tenía idea de lo que sucedía a su alrededor, su mente estaba en otra parte, a pesar de eso, parecía feliz. Después de la cena, me llevó por la costanera de la ciudad y entró a un “Motel”. Yo me tensé, ¿es que esperaba que esa noche él y yo…? ―¿Por qué me traes aquí? ―pregunté asustada. ―Te daré tu regalo ―respondió seductor. ―¿Mi regalo? Yo no quería este tipo de regalo, no lo quería a él como mi primer hombre, mucho menos ahora que pensaba acabar esta relación. Él sonrió con la boca torcida, pensar que hasta hace un tiempo eso lo encontraba seductor, hoy era desagradable. Se estacionó dentro de una especie de cabaña y me miró. ―Bájate ―me ordenó. ―Cristian, no sé, yo no estoy preparada… ―Ya lo estarás. ―Me besó en la oreja y me dio asco. ―Cristian… ―Ven, bájate y te mostraré todo el amor que tengo para ti. ―Es que no sé… ―¿No me amas? ―No es eso, pero… ―Lucía, llevamos un año juntos, ¿no te parece que es hora de que demos un paso más en nuestra relación? ―Es que no estoy segura. ―¿No estás segura de qué? ―No sé… de esto. ―No eres una niñita, tienes 23 años, no creo que esperes a casarte virgen ―se burló. ―No, pero… ―¿Acaso hay otro? ―No, por supuesto que no ―contesté aunque no podía quitarme de la mente los ojos verdes que me enamoraron a la primera mirada y mi futuro matrimonio arreglado. ―¿Entonces? ―No sé, no sé… No podía decirle que no quería estar con él, que ya no quería estar con un hombre que se creía el centro del universo, que no lo amaba, que nunca lo hice, que sólo fue la ilusión de estar con el más guapo de la Universidad pero al descubrir que no había nada dentro, que era una figura vacía, me harté de él. Mucho menos que mi padre me había vendido a otro hombre. Se bajó del auto, dio la vuelta, abrió mi puerta y me miró molesto. ―No pagué esto por nada. Bájate ―ordenó con voz ruda. ―Cristian… Se agachó sobre mí, desató mi cinturón y me sacó del auto a la fuerza. Cerró la puerta y me apoyó contra el vehículo con violencia. ―Vas a ser mía, Lucía, ya no puedes seguir negándote, te he esperado demasiado tiempo para seguir en esta relación de párvulos.   ―Cristian, por favor. Me empujó hacia el cuarto y cerró la puerta tras de sí. Yo caminé un poco más adentro, apartándome de él. ―No te escapes, ven aquí, conmigo, ya te sentirás cómoda. Yo negué con la cabeza, no quería. En un rápido movimiento, me atrapó y me tiró a la cama poniéndose encima de mí, yo luchaba para impedir que me quitara la ropa, pero él era más fuerte y me inmovilizaba bajo su cuerpo casi todo el tiempo. ―Cristian, no ―rogué al ver que mis esfuerzos físicos eran infructuosos. ―Te gustará, te lo aseguro. ―Pero no así… Desabrochó mi pantalón mientras yo luchaba aprisionada bajo su cuerpo. ―Déjate llevar ―decía mientras buscaba mi boca para besarme. Yo luchaba contra él, pero  no podía, su fuerza era por mucho superior a la mía. ―¡Quédate quieta! ―me ordenó besándome con furia, me dolió su beso. Logré sacar un brazo y antes que él pudiera detenerme, tomé la lámpara de la mesita de noche y lo golpeé con ella en la cabeza. Él se salió de sobre mí, quejándose de dolor. Yo me levanté de la cama, acomodé mi ropa y salí del cuarto corriendo, pero no tenía escapatoria, la puerta no se abría. No obstante, grité con todas mis fuerzas para que alguien me ayudara a salir de allí. ―¡Perra maldita! ―gritó cuando se repuso y, agarrándome del brazo, me volvió y me dio una bofetada, rompiéndome el labio. El citófono del cuarto sonó en ese momento, yo corrí a contestar pero Cristian me empujó tirándome al suelo y lo contestó él. ―¿Sí?... No, ningún problema. ―¡Me quiere abusar! ―grité histérica, pensé que si me escuchaban, alguien vendría a rescatarme. ―No, por supuesto que no, es una broma, un juego entre los dos ―se disculpó él. ―Por favor, ¡ayúdenme! ―volví a gritar. ―Está bien, no se preocupe. ―No ―gemí al ver que cortó el teléfono. ―Vámonos ―me dijo mirándome con rabia―, eres una estúpida, echaste a perder nuestro aniversario. Se subió al auto, yo me subí en silencio, con mi rostro mojado por las lágrimas. Cristian salió a toda velocidad sin mirar el camino por la furia, y al salir a la avenida, chocó con otro auto que avanzaba por la carretera, no fue un gran choque, pero el chofer del otro vehículo subió a una especie de explanada que había allí y se bajó enojado. Cristian, después de culparme a mí por lo que había sucedido, también hizo lo mismo y se enfrentaron. El auto de Cristian miraba hacia este, mientras que el otro estaba frente a nosotros en dirección al norte, cruzado por delante del auto en el que yo iba. Mientras conversaban los dos choferes, el otro auto encendió las luces interiores; las del auto de Cristian estaban encendidas y la puerta del chofer estaba abierta. La ventanilla de atrás del otro auto comenzó a bajar y mi corazón se aceleró al ver al hombre del ascensor mirándome fijamente. Instintivamente, cubrí mi boca para que no viera lo morado e hinchado que tenía el labio, me avergoncé de estar allí y que me viera salir de ese lugar. Él no dejaba de mirarme y en ese momento sí lo pude mirar bien, no sólo sus ojos. Su boca era… besable. No puedo describirla, pero sus labios invitaban a ser besados. Su nariz recta, perfecta. Su mandíbula firme, con una barba incipiente, como si no se hubiese afeitado en la mañana. Debía tener unos 30 años o poco menos. Por un momento se me cruzó la idea de bajar del auto y pedir su ayuda, no quería volver a casa con Cristian, ¿y si intentaba violentarme allá? ¿Cómo podría defenderme? Respiré hondo y tomé la manilla para abrir la puerta, pero Cristian se subió en ese momento y me miró furioso. ―¡Esto es tu culpa, Lucía! ―Me apuntó con el dedo, amenazante―. ¡Deberíamos estar adentro, pasando el mejor aniversario y no aquí arreglando una idiotez! ―Cristian ―rogué en un hilo de voz, el otro auto se fue y me sentí completamente desamparada. ―¡Cállate! ¡No te quiero oír! Recordé al hombre del ascensor, su voz tranquila, calmada, sus ojos… Y lloré sintiéndome más sola que nunca en la vida. Sonó mi celular. Lo miré. Número desconocido. ―¿Aló? ―contesté sin ganas. ―Sólo una cosa: ¿estás bien? ―¿Quién habla? ―Dime, Lucía, ¿estás bien? ―Era la suave voz de “ojos verdes”, estaba segura de eso. ―No ―contesté simplemente. ―No te preocupes ―respondió y colgó. ―¿Quién era? ―me preguntó molesto Cristian. ―Equivocado ―mentí con descaro. Llegamos a mi casa y me bajé rápidamente, no quería que Cristian entrara a la casa, pero mis manos estaban temblorosas y no pude abrir la reja. Él me arrebató las llaves de las manos y abrió, entró y quitó la llave de la puerta interior. Yo me quedé afuera, no quería estar a solas con él, estaba demasiado enojado, por mucho menos me había golpeado y ahora no sabía qué esperar de él. ―Entra ―me ordenó con furia. ―Cristian, hablemos mañana, por favor. ―Entra o voy por ti. Retrocedí dos pasos, Cristian me miró como si quisiera asesinarme y avanzó hacia mí, yo quise escapar y di la vuelta, pero las luces de un vehículo que venía a toda velocidad, nos distrajo.  El auto derrapó y frenó bulliciosamente a mi lado. Salieron dos hombres, el chofer del auto que había chocado y otro que parecía gorila. A mi lado apareció “Ojos Verdes”. ―¿Fue él? ―me preguntó tocando mi labio herido. Yo me toqué, lo tenía hinchado y me dolía. Asentí con la cabeza. El hombre hizo un gesto y los otros dos subieron a Cristian a su auto y lo sacaron de allí. ―¿Qué le van a hacer? ―pregunté atemorizada. ―¿Te preocupa? ―No lo irán a matar, ¿o sí? El hombre sonrió. ―No, por supuesto que no, pero no creo que le queden ganas de golpear a una mujer de nuevo. ―Gracias ―atiné a decir. Ahora que lo tenía frente a mí no podía mirarlo a los ojos. ―¿Por qué sigues con él, Lucía? ―Me encogí de hombros, ni yo misma lo sabía con certeza―. El más popular ―contestó él por mí. ―Algo así. ―Deberías dejarlo, no es la primera vez que te golpea. ―No voy a volver con él. Él asintió con la cabeza. ―Entra a tu casa, si vuelve, cosa que dudo mucho, me llamas, ya tienes mi número. ―Sí, gracias. Él me levantó la cara con mucha suavidad. ―Te mereces un hombre que te ame, Lucía, no un idiota que se ame sólo a sí mismo. ―¿Cómo es que me conoce? ―Soy socio de tu papá ―contestó lacónico. ―¿Y cómo se llama? ―Anda a dormir, necesitas descansar ―me contestó con suavidad. Su voz me hipnotizaba, sus ojos me hechizaban, estaba completamente embrujada por ese hombre del que ni siquiera sabía su nombre, era atractivo, sí, pero su magnetismo iba más allá de su físico. Ofrecí mis labios sin pensarlo y él me besó suave al principio, yo anhelaba más y me acercaba más y más, él entonces me tomó la cara con sus  dos enormes manos y me besó profundamente, con ternura, con pasión, despertando en mí sensaciones desconocidas. Los besos de Cristian siempre dolían, en cambio, los de este hombre me hacían flotar en el espacio. ―Lucía… ―me apartó apenas, casi en contra de su voluntad. ―Lo siento, yo… Bajé la cara avergonzada, lo venía conociendo, ¡no podía entregarme así! Yo no era una cualquiera y… No, esto no estaba pasándome. ―No te avergüences ―me acarició el rostro tiernamente. ―Yo no soy así, ni siquiera sé tu nombre. Me regaló una sincera sonrisa y me besó en la frente, quedando así unos segundos. ―Te llamo mañana ―susurró con sus labios todavía pegados en mi frente. Me dio un corto beso en los labios, se subió a su auto y se fue. 

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