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1844

Aunque Fleda le pasó la misiva a su amiga como prenda triunfal de la inocencia de corazón del joven, su regocijo sólo sobrevivió un instante después de que la señora Gereth detectara en un santiamén el revelador síntoma que se advertía en el texto: —¿Por qué rábanos sigue entonces sin susurrar una sola palabra sobre el día, el día, el DÍA? —Repitió la palabra en un crescendo de suprema agudeza; proclamó que nada era más notorio que aquella omisión… una omisión que sencillamente hablaba a gritos. En definitiva, ¿qué probaba aquello sino que ella estaba logrando el efecto por el cual se había esforzado tanto: que ella había pulverizado o estaba a punto de pulverizar a Mona? En cierto modo Fleda se sintió obligada a recoger aquel desafío: —Tal vez esté usted a punto de pulverizar a Mona —r

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