3 Ellas, las entendidas, finalmente se trasladaron a Poynton, donde la palpitante muchacha recibió la revelación plena. —¿Comprendes ahora cómo me siento? —preguntó la señora Gereth cuando, en el portentoso vestíbulo, tres minutos después de haber llegado, su encantadora compañera se dejó caer en un sillón con la respiración entrecortada y mientras le daban vueltas los dilatados ojos. La respuesta hizo acto de presencia de un modo asaz claro, y en el éxtasis de aquellos primeros pasos por la mansión Fleda abarcó el prodigio. Comprendía ahora perfectamente cómo se sentía la señora Gereth: antes no lo había comprendido sino exiguamente; las dos mujeres se abrazaron con lágrimas ante esta reafirmación de su vínculo, lágrimas que por parte de la más joven eran la señal natural y habitual de