Capítulo 4
Febrero - 3,390 a.C.
Tierra: Lugar del impacto
NINSIANNA
A medida que se acercaba a la misteriosa estrella caída, lo que al principio parecía ser una roca ardiente, se convirtió en una punta de lanza. Incluso, estando medio enterrada, reconoció la canoa espacial que había visto en su visión. Brillaba como un montón de carbón; pero la canoa misma no ardía, excepto por el humo que salía de una de sus dos chimeneas. Si bien no podía encontrar una puerta discernible, una enorme grieta dividió la canoa desde el suelo, directo hasta el techo, justo donde desaparecía en un derrumbe.
—¡Date prisa! —Ella-Quien-Es- susurró.
Ninsianna atravesó la grieta hacia un espacio rebosante de humo. La única luz provenía de cientos de chispas que salían de telarañas colgando del techo. El sol naciente irradiaba su luz a través de la grieta, iluminando a un hombre que sangraba, mientras yacía sepultado bajo un montón de escombros. Había sido empalado con una lanza, la cual había atravesado su pecho.
—¡No!
Los bordes afilados causaron leves heridas en sus manos y rodillas, mientras se dirigía hacia el moribundo. Un hedor de cobre, el olor de la muerte inminente, le llenó las fosas nasales.
El hombre la llamó. La sangre emanaba de la boca y la nariz.
—¿An rás fhoinse? —dijo.
Puso una mano sobre la mejilla pálida del hombre, rezando para que no viera su propio terror. Sus ojos se encontraron en la luz oscura: una criatura aterrorizada, moribunda y una total extraña. Su expresión se volvió agradecida.
—¿Neo-aonar?
Sus ojos se cerraron.
Ninsianna apretó sus dedos contra su garganta. ¡Por favor, no mueras! Sollozos agolpaban sus pulmones, cuando un débil latido de su corazón se agitó contra las yemas de sus dedos.
—¡Acá! —un susurro de intuición llamó su atención hacia la lanza que lo clavaba en el suelo—. Hazte cargo del objeto más peligroso, en primer lugar.
Llevaba un traje peculiar sujeto a su pecho, ni una capa ni un manto. Usó su cuchilla de obsidiana para cortar la tela y sacarla de la lanza. Una vez hecho esto, se dio cuenta de que el hombre había sangrado considerablemente, por lo que tenía que trabajar rápido.
Revisando en su morral, sacó una aguja de hueso y un mechón de cabello arrancado de la cola de un caballo salvaje. Había ayudado a Mamá a tratar muchas heridas terribles, incluyendo las de Jamin; pero nunca había tratado una lesión tan grave sin el beneficio de la mano guía de su progenitora.
Se enjuagó las manos con agua del odre y luego colocó los pies a cada lado de su torso. Cantó la canción que Mamá entonaba cuando necesitaba fuerza; por lo general, cuando una banda entera de guerreros llegaba herida de una escaramuza.
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Ella llama los poderes divinos,
anuncia los ritos sagrados.
Trabaja con habilidad intrincada,
mientras asiste a los heridos.
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Imaginó que una luz blanca fluía desde la parte superior de su cabeza hasta sus dedos, y luego hacia sus pies, profundamente arraigados en el suelo. Estaba prohibido que una mujer usara la magia para cualquier cosa, excepto para la curación; pero había espiado a Papá siempre que los chamanes se reunían y hablaban. La energía fluía alrededor de ella, con un hormigueo estimulante, como agua siendo derramada en una urna hasta llenarse de poder.
—¡¡¡Hiyah!!! —apretó ambos puños alrededor del pozo y gritó.
El hombre gimió, pero la lanza no se soltó.
Ella empujó más fuerte, rezando y cantando, hasta que la energía se hizo tan poderosa que su cuerpo empezó a emitir zumbidos. Lo hizo tan fuerte que su torso se levantó del suelo. La lanza emitió un horrible sonido de succión cuando se deslizó de su pecho.
Ninsianna cayó de rodillas, todavía cantando:
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Ella toma las vendas y las limpia;
trata las vendas con embrocación,
limpia la sangre y la supuración,
y coloca una mano cálida sobre la horrible herida.
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Ese río de información que había visto en su visión fluía a su alrededor ahora, más claro y poderoso que los tentativos hechizos que había lanzado lejos de los desaprobadores ojos de su padre.
El aliento del hombre se volvió más trabajoso. Justo a la izquierda de su corazón, la carne se hundía en su caja torácica, exactamente donde la punta del arma había destrozado varias de sus costillas. Ella presionó dos dedos en el agujero, hasta que golpeó una cavidad hueca. Su corazón se hundió. La punta había perforado un pulmón.
Pasó los dedos dentro de su pecho, midiendo la extensión del daño. Algo pulsaba contra la punta de sus dedos. Ninsianna hizo una pausa, asombrada, mientras el corazón del hombre revoloteaba a través del delicado tejido pulmonar.
—¡Oh, Gran Madre! —exclamó, sorprendida—. Ni siquiera Mamá ha tocado un corazón aún latiente.
¿Era esto lo que se sentía ser una diosa?
Cogió la aguja de hueso que había enhebrado momentos antes. Esta no era la primera vez que había cosido un pulmón perforado, aunque en ambos casos, el paciente había muerto. Cosió dentro y fuera de la tierna carne, sintonizándose con ese susurro de información que le decía qué hacer. Empujando la carne como un antiguo zapato de cuero sin curtir, cortó el hilo, y luego cosió la capa exterior de músculo y piel.
Mientras cosía, continuó cantando:
.
Ella reúne los poderes divinos,
toma su vida en sus manos.
Los ata a la gran prenda,
mientras habla palabras favorables.
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Prueba la lanceta quirúrgica;
mientras afila el bisturí.
Perfecciona los poderes divinos de la medicina,
y los pone en mis manos.
.
El desconocido volvió a abrir los ojos.
Observó su puntada, con una expresión extrañamente tranquila, a pesar del hecho de que los dedos de la mujer estaban enterrados profundamente dentro de su pecho.
—¿An bhfuil tú spiorad, teacht a chur mé go harm an réimse an aisling? —dijo.
—No tengas miedo, Ella-Quien-Es me ha enviado aquí para ayudarte.
Como ambas manos estaban ensangrentadas, le besó la mejilla, esperando que entendiera el gesto de consuelo. Ató el hilo. Él le habló en un lenguaje que sentía que debía reconocer.
—Ní raibh mé riamh eagla bás, ach go bás ina n-aonar. Tá áthas orm tú ag teacht a thabhairt dom ar an aistear —dijo.
Escalofríos hormiguearon por todo su cuerpo. Cada palabra que pronunciaba venía con un sonido terrible y sibilante.
—Creo que la punta perforó hacia el otro lado —señaló su propia espalda—. Tengo que darte la vuelta, ¿de acuerdo?
Hizo un gesto con las manos para que él lo entendiera.
El hombre asintió con la cabeza.
Trató de empujarlo de lado, pero un gabinete pesado había caído sobre sus piernas. Trató de levantarlo, pero sus pies se deslizaban sobre el piso resbaladizo y sangriento. Sujetó un pedazo de escombros debajo del gabinete. Si él mismo pudiese sacar sus propias piernas, ¿podría rodarlo para ver qué había pasado en su espalda?
Se arrastró a su lado. Su mano se apoyó en un montón de plumas ensangrentadas.
—¿Qué es esto? —jaló las plumas—. ¿Alguna capa?
La “capa” dio un aleteo, esparciendo algunos escombros.
—¡Ack!
Ninsianna retrocedió sorprendida.
Una oscura forma apareció en la ahora también oscura canoa espacial. Vagamente en formas de cuña, cientos de pequeños objetos con forma de puntas de lanza se asomaban por el borde mientras ésta aleteaba. Ninsianna se acomodó en el suelo, temblando. Miró con incredulidad las enormes plumas marrones que ahora reposaban en su pie.
—¿Tienes alas?
Tocó las plumas ensangrentadas y las rastreó hasta su origen bajo la espalda. Miró al techo.
—¿Me enviaste a salvar a un dios viviente?
Las cejas del hombre se juntaron en un gesto de confusión, como queriendo averiguar por qué la mujer ahora querría herirlo. Miró el puñado de plumas oscuras que acababa de arrancar de su carne viva.
—¡Oh, lo siento!
Le tocó la mejilla para decirle que no había querido causarle ningún dolor. Su piel se sentía fría, inundada con la palidez de la muerte. Con su visión aumentada, pudo ver su luz espiritual flotando a medio camino entre el mundo de los vivos y los muertos. Con cada aliento, su luz espiritual se hacía más tenue.
Ella tocó el lugar donde sus piernas desaparecían bajo la pesada chatarra.
—Eres demasiado pesado para poder rodarte por mí misma —movió las manos para comunicar lo que tenía que hacer.— Voy a empujar —hizo un gesto con ambas manos—, pero debes sacar tus piernas. ¿Bueno?
—Is ea —el desconocido asintió.
La chica se arrodilló detrás de su cabeza y acomodó los antebrazos a través de sus axilas.
—¡Ahora!
Ninsianna empujó con cada onza de su fuerza. El hombre movió las piernas lo suficientemente como para liberarlas antes de perder la conciencia. Luego, lo puso de lado.
Saliendo de su espalda, un par de enormes y musculosas alas marrones quedaron atrapadas bajo los escombros. El ala que se había abalanzado hacia arriba parecía estar intacta, pero la otra ala, se inclinó hacia atrás en un ángulo ominoso.
—Cuando me enviaste una visión de un hombre con alas —le dijo a la diosa—, ¡nunca pensé que estuvieras siendo tan literal!
Cosió la herida en la cual la punta había salido por el otro lado, y luego, procedió a atender la siguiente lesión más crítica, su ala rota.
Una vez, cuando era pequeña, Mamá había salvado un halcón. Los rapaces eran sagrados para los Ubaid, ya que significaban presagios favorables. Papá aseguraba que los rapaces eran los ojos de Ella-Quien-Es. Sintió a lo largo de los huesos escondidos, debajo de las plumas, justo debajo de la articulación de la rodilla, un hueso delgado que había sido roto, perforado a través de su piel.
—Es bueno que no estés despierto —dijo— o no creo que me dejarías hacer esto.
Deslizó el delicado hueso hacia atrás bajo su piel y se estremeció al colocarlo en su lugar. A un costado, junto a ella, la lanza que acababa de arrancar de su pecho podría servir como una buena, aunque rústica, tablilla ortopédica. Ahora sólo necesitaba algo para atar. ¿En qué lugar, en este templo, podría haber algo de cuerda?
Decenas de telarañas de colores colgaban del techo como raíces dentro de una cueva, que sin duda se destruyeron cuando la canoa espacial se había estrellado contra la pared del valle. Rasgó varios de esos largos y coloridos hilos. Aunque más delgados que una cuerda, las peculiares fibras se doblaban y mantenían su forma. Los envolvió alrededor de la lanza y su ala rota.
—¿Qué sigue? ¡Madre! ¡El hombre está desangrado y roto!
Su muñeca izquierda se inclinaba en un ángulo antinatural. Esta lesión le era por lo menos familiar. Apoyó sus pies contra su costado para ganar fuerza y apretó su codo entre sus rodillas, jalando hasta que su muñeca emitió un crujido.
—Mamá haría un trabajo mejor —murmuró para evitar que su espíritu de luz intentara escapar de su cuerpo—, pero es un viaje de regreso de dos días a mi aldea. Si te dejo solo, el sueño de la muerte te llevará.
Por fin había hecho todo lo posible. O viviría, o elegiría pasar al reino de los sueños. Lo único que podía hacer era animarlo a que se quedara.
La carne del hombre estaba pálida y húmeda; su corazón latía de manera desigual y demasiado suave. Para defenderse del sueño de la muerte, necesitaba mantenerlo cálido. Agarró la manta que había traído con ella en su morral y lo cubrió.
El hombre se estremeció.
Ella se encogió, recostada a su lado para compartir su calor.
Exhausta, se quedó dormida.