Capítulo 2
Febrero – 3,390 a.C.
La tierra
12 horas antes
NINSIANNA
El desierto que descansaba entre los dos grandes ríos, era un lugar inhóspito; incluso, durante las épocas de lluvia. No había mucho donde esconderse ahí. Sólo escombros y los ocasionales restos de matorrales resecados, los remanentes esqueléticos de los arroyos muertos desde hace bastante tiempo, y una lejana montaña que sus enemigos consideraban como “la arcilla sagrada de su dios”.
Ninsianna, cuyo nombre quiere decir “la-que-sirve-a-la-diosa”, se agazapó detrás de un montón de rocas, con su corazón palpitando; mientras, tres guerreros vestidos con un tipo de antiguas faldas escocesas se acercaban peligrosamente a su escondite, recolectando trozos secos de hierba para hacer una fogata.
—¿Por qué habría venido por aquí? —preguntó Tirdard.
—Quería alejarse de él —dijo Dadbeh.
—No dejes que te oiga decir eso —dijo Firouz—. Está obsesionado con ella y su amor.
—¡Espero que estén juntos! —dijo Tirdard—. Se supone que deben casarse en el solsticio de verano.
—No, si no puede atraparla —dijo Firouz.
—Si me lo preguntas —respondió Dadbeh—, creo que huyó con otro hombre.
Ninsianna puso su mano en su boca para apagar el deseo de gritar:
—¿No pueden entender que simplemente no quiero casarme con él?
Había expresado esa misma protesta, vociferante, muchas veces; pero nadie se preocupaba por los anhelos de una mujer.
«Sólo piensa, ¡qué hijos más espléndidos tendrás!». Le había dicho su Padre, burlándose de su vacilación. «Ella-Quien-Es mira favorablemente a esta unión. Es el hijo de un Jefe. ¿No puedes pensar en el prestigio que nos traerá el unir nuestros hogares?».
Bueno, ¡ella no quería ser la sirvienta de nadie! Ni para el pueblo, ¡ni siquiera para Ella-Quien-Es!
La conversación se interrumpió cuando Jamin caminó de regreso al campamento llevando una gacela muerta sobre sus musculosos hombros. Era un hombre agraciado, de tez morena, nariz fina y recta, y los ojos más negros que ella jamás había visto. Cada mujer de la aldea se desmayaba ante su atractivo s****l.
Todas las mujeres, excepto ella...
¡Ninsianna era la única presa que nunca había podido atraer a su cama!
Su mejor amigo, Siamek, un hombre alto y fuerte, dejó sus lanzas con punta de obsidiana y la capa de Jamin en el suelo.
—¿Ves alguna señal de ella? —preguntó Firouz.
—Sólo huellas... —señaló Jamin hacia el noreste—, unos miles de codos en esa dirección.
—¿Por qué se dirigiría directamente hacia nuestros enemigos? —preguntó Firouz—. ¿No se da cuenta de que los Halifianos la harán su esclava s****l?
—Porque es una mujer —Jamin rió—, sólo los dioses saben lo que revolotea en su torpe cabeza.
Ninsianna cogió una piedra, resistiendo el impulso de arrojarla a la arrogante cabeza de aquel hijo de… Jefe. ¡Si no fuera por sus "facultades especiales", aquel hombre estaría muerto desde hace bastante tiempo!
—Eso es lo que lograste por perseguir a la hija del chamán —dijo Firouz.
—Todos te advertimos —dijo Siamek—. Ninsianna es una mujer altamente volátil.
Dadbeh se echó a reír.
—¡Oh, Jamin! ¡Te quiero! —aquel pequeño hombre dijo, con una voz aguda tipo falsete.
—¡No, no te quiero! —volteó su cabeza, fingiendo ser su otro yo.
—¡Sí, te quiero! —giró su cabeza de nuevo.
—¡No, no te quiero! —lo hizo por última vez.
Tirdard se puso la mano en la boca, tratando de no reír.
—Todo es producto —Firouz se unió, meneando las caderas imitando el caminar de una mujer—, de la magia de su padre.
—¡Shazam! —Dadbeh chasqueó los dedos—. ¡Y Jamin cayó bajo su hechizo!
—¿Caí en un hechizo? —Jamin resopló—. Mi papá está a favor de la ceremonia —miró la roca donde Ninsianna se escondió—. Típica mujer, demasiado tonta para conocer lo que hay en su propia mente.
Se arrodilló junto a la gacela muerta, sacó su odre y roció unas gotas de agua sobre su cabeza.
—Gracias, hermano —murmuró—, por el regalo de tu vida.
—De nada, hijo predilecto... —el viento se levantó y respondió con una voz que sólo Ninsianna podía oír.
Cortó su vientre con una cuchilla de obsidiana, separando expertamente los órganos internos de las entrañas que dejarían para que las hienas comieran.
Siamek se agachó junto a él y señaló la cicatriz presente en el vientre de Jamin.
—Te parecías a esta gacela cuando te llevé de vuelta con tus tripas colgando, aquella vez durante la caza de uros —habló en voz baja para que los otros hombres no pudieran oírlo—. Si ella no te hubiera cosido, estarías muerto. ¿Quizás confundiste sus cuidados con demostraciones de amor?
Detrás de la roca, Ninsianna contenía su aliento.
—¡Por favor! ¿Puedes hacerle entender?
Jamin apuñaló su cuchillo en la gacela muerta.
—¡Por eso debemos traerla de vuelta! —dijo—. Assur necesita a su curandera aprendiz.
Removió una pierna y entregó su carne a Siamek. Sus ojos negros se posaron en su segundo hombre al mando.
Siamek asintió. Nunca contradecía a Jamin frente a los otros hombres; pero habían sido amigos el tiempo suficiente como para dialogar a menudo en privado. Siamek se acercó y colocó la carne en el fuego.
Jamin se levantó y miró hacia la lejana montaña, con una expresión vulnerable, mientras el sol corría hacia el horizonte.
—¿Dónde estás? —murmuró.
Colocó su pie envuelto en cuero sobre la roca en la cual Ninsianna se escondía detrás, estudiando el horizonte, y abrochó su capa usando un alfiler de hueso elaboradamente tallado.
Ninsianna se agazapó como un animal de presa, oculta entre las rocas. El viento cambió hacia su dirección, llevando consigo el olor delicioso de la carne tostada, condimentada con ajo silvestre y un poco de comino. Su estómago gruñó, recordándole que no había ingerido más que bastirma, carne seca y salada, durante los últimos tres días.
¿Dónde podría vivir una mujer sin pueblo?
Ninguna otra tribu se atrevería a aceptarla.
El viento susurraba: «¿Será realmente tan malo ser la esposa de un futuro Jefe?».
Se aferró a la bastilla de su vestido, desgarrada con indecisión. Siempre se había resistido a la seducción y a los regalos de Jamin; a la forma en la que siempre la había buscado, como un león acechando a su presa. Pero después de haber resultado herido, surgió un nuevo y vulnerable lado de aquel hombre. Cada día, cuando iba a cambiar sus vendas, le contaba historias acerca de todos los lugares por los que había viajado, la gente que había conocido, y las cosas salvajes y hermosas que había visto.
Él había prometido que, si ella se convertía en su esposa, lo acompañaría en sus viajes.
Finalmente ella le dio el sí.
Pero, posteriormente se recuperó, y ¡volvió a ser el mismo de antes!
Cuando ella decidió ponerle fin a su compromiso, Jamin se lo tomó de una forma terrible. ¿Y si le explicaba que huyó por estar asustada? ¿Acaso aprendería la lección?
Todo lo que tenía que hacer era levantarse y decir: «aquí estoy».
—¿Hey, Jamin? —Firouz gritó—. ¿Qué vas a hacer con ella una vez que la atrapemos?
—Sentarla en mis rodillas y darle de nalgadas —dijo Jamin—, como su padre debería haber hecho hace mucho tiempo.
Los guerreros se rieron.
Las dudas de Ninsianna se congelaron dentro su pecho. ¡Típico hombre! Dice una cosa para cortejar a una mujer, y otra cosa enteramente distinta para impresionar a sus amigos. Había dejado que la dominara una vez. ¡No sucumbiría nuevamente!
Esperó a que todos se sentaran a comer y luego, muy cuidadosamente, comenzó a gatear hacia atrás. Una pequeña piedra se deslizó y golpeó otra.
¡Crack!
Ninsianna se quedó inmóvil.
Los cinco guerreros miraron en su dirección. El corazón le latía con fuerza. Presionó su cuerpo en el suelo.
—¡Por favor, no me vean!
Si se hubiesen puesto de pie, ella habría quedado expuesta.
Imaginando la fogata del solsticio que encendían dos veces al año, susurró la oración que su padre usaba cada vez que necesitaban encender una fogata y la madera estaba húmeda. El fuego se encendió en una gran ráfaga de llamas, haciendo que la carne chisporroteara. Los hombres se apresuraron a contenerlo antes de que la carne se convirtiera en carbón.
—¡Gracias, Madre!
Esperó hasta que se sentaron a comer, y luego se deslizó hacia atrás hasta llegar a un wadi; un arroyo desértico seco que sólo llevaba agua después de la lluvia más torrencial. En la parte inferior había un agujero oscuro y húmedo donde Dadbeh y Firouz habían cavado para buscar agua. Aquí, en el desierto, el agua se había evaporado rápidamente. No sólo el agujero ya se había secado, sino que el suelo tenía un aire enfermo y maloliente.
Ese sentimiento de ver más allá que había heredado de su padre, le advirtió de la presencia de espíritus malignos. Cualquiera que bebiera esta agua sufriría de dolor abdominal y una explosiva diarrea.
Ninsianna rió entre dientes. ¿Tal vez eso disuadiría a Jamin y a sus hombres?
Se apresuró hacia el oeste, lejos del territorio de la tribu Ubaid, lejos de Assur, lejos de sus padres que hablaban de deberes y obligaciones. Aquí en el desierto, un viajero solitario podría pasar desapercibido; pero un grupo de guerreros, despertaría la atención de sus enemigos.
¡Ni siquiera Jamin se atrevía a arriesgarse a pelear una guerra con la fiera tribu de los Halifianos!
El sol se sumergía detrás de la montaña que los Ubaid llamaban "Diente de Hiena", consideraba como sagrada por la tribu de los Halifianos. Si Jamin se inmiscuía ahí, no escaparía fácilmente, lo que sin duda ayudaría a Ninsianna.
El wadi se oscureció a medida que la Tierra era cubierta por la oscuridad; pero esa sensación de ver más allá que había heredado de su padre chamán, iluminó su camino. Cada cosa viviente comenzó a emitir una débil luz espiritual, desde la más pequeña de la hierba hasta los escorpiones que se deslizaban entre las rocas. Su padre decía que las mujeres no tenían tales habilidades, pero ella podía sentir mucho más de lo que él creía.
Se tropezó con una roca.
Con un grito, se encontró boca abajo en el suelo. Hiperventilada, se levantó de nuevo y sacudió el polvo amarillo ocre de su vestido. Necesitaba refugio. En este punto del desierto, apenas había luz espiritual.
¡Vaya! ¡Cómo odiaba la oscuridad!
Para obtener un sorbo de agua, apretó su rústica cantimplora, hecha de piel de cabra, ahora flácida. Si no encontraba agua pronto, no tendría más remedio que regresar al río.
Cerró los ojos y levantó las palmas hacia el cielo.
—Gran madre, ¿me oyes? Estoy sedienta…
Justo a su izquierda, el suelo comenzó a brillar, emitiendo un débil indicio de vida. ¿Agua subterránea? ¡Si no se hubiera caído, probablemente no la habría visto!
Siguió el wadi directamente hacia la montaña sagrada, en paralelo; éste emanaba un olor débil y terroso transportado por el viento. Ninsianna se detuvo a olfatear.
¿Agua?
Se precipitó hacia una roca, tan grande, que el wadi se había visto obligado a rodearla. Goteando hacia abajo de una grieta, una pequeña fuente filtraba vivificantemente el vital elemento.
—¡Gracias Madre! —cogió un poco y ofreció su primer sorbo a la Tierra antes de sumergir su mano en la pequeña piscina que se formaba en su base. Estaba fría y dulce, sin el olor turbio que era señal de malos espíritus.
Sacó una manta de lana de su morral de cuero. Aquí en el desierto, un hombre podía morir por calor durante el día y de frío por la noche; pero encender una fogata no era una opción, pues era el modo más seguro de llamar la atención no deseada. Se apoyó contra la roca, contemplando su afligida situación.
¡Era la prometida de un hombre a quien no amaba!
La noche se puso fría. Ninsianna empezó a temblar. Un grupo de hienas se acercó con su desconcertante y ronca risa. Sacó su cuchilla de obsidiana y la afirmó contra su pecho. Una serpiente salió de su madriguera haciendo ruido al moverse por el suelo. De fondo, un animal dio un grito terrorífico.
—¿Madre? —su voz se agitaba—. Sé que te agrada Jamin, pero tiene un temperamento terrible. ¿No podrías hacer que se enamore de alguien más?
¿Qué haría que la diosa despreciara a su hijo favorito? Miró las estrellas.
¡Shazam! Ninsianna realizó la magia de su padre ...
¿Fue así? Había dedicado tiempo de su vida dándole cuidados, lo que al final se convirtió en un abismo insufrible para ella.
¿Tal vez?
—¿Podría hacerle un ritual de amor?
Ninsianna rió mientras rebuscaba en su morral las reliquias sagradas que había robado a su padre: un saco de huesos para adivinar el futuro, parrotia pérsica seca para simbolizar el espíritu, un pedazo de lapislázuli para simbolizar la Tierra. Su mano tembló al tocar el último objeto, un pequeño frasco de arcilla que contenía una tintura de bayas de belladona y vainas de amapola. Su padre había afirmado que, si una mujer bebía la poción, se perdería en un estado de sueño interminable. Pero sin ella, ni siquiera él podía oír los mensajes de los dioses.
—¿Por qué deben los hombres dictar el destino de las mujeres cuando fue una diosa quien creó todo lo que es?
Sacó el tapón del frasco y le dio un olfateo cauteloso. Pellizcando su nariz, bebió toda la botella.
¡Ugh! ¡Sabía cómo orina de cabra!
Apretó la mano sobre su boca para no vomitar la vil sustancia.
Un sonido como de agua rugiente creció dentro de sus oídos. Se arrastró hasta la fuente sagrada y tragó sorbos de agua, tratando de hacer más agradable el sabor en su boca; pero, el rugido se hizo más fuerte a medida que el mundo alrededor de ella giraba. Se acurrucó en una bola, apretando su estómago. ¿Por qué,
¡oh! por qué, había hecho magia prohibida?
Por fin, el ruido empezó a calmarse. No. No estaba todo completamente en silencio. Los pensamientos fluían alrededor de ella como un río de información. Sostuvo sus palmas hasta el cielo y comenzó a cantar una oración:
.
¡Oh, Gran Madre!
Tú que alteras el destino.
En vuestras benevolentes manos,
lo malo se hace bueno.
A tu derecha está la Justicia,
a tu izquierda está la Bondad.
A tí, me dirijo a suplicar.
.
Mientras cantaba, la luz espiritual que fluía a través de cada ser viviente comenzó a brillar mucho más. Los Gerbilinos comenzaron a hablar. Los escorpiones hacían sonar sus pinzas; incluso, los escarabajos tenían algo importante que decir. Cogió su cuchilla de obsidiana para hacer un corte en su palma.
Apretando, hizo salir tres gotas de sangre hacia el pequeño frasco de arcilla; luego, lo recogió y lo sostuvo apuntando hacia el cielo.
—¡Oh, Gran Madre! —gritó—. ¡Encuéntrale a Jamin una compañera lo suficientemente fuerte como para ponerlo de nuevo en su lugar y tráeme a alguien lo suficientemente poderoso como para hacerle retroceder!
En el desierto, una jauría de chacales aulló; pero esta vez, sin sonar amenazantes. Se sentía como si se hubiese hecho una con la manada.
Un entumecimiento paralizante se deslizó por sus extremidades. El “chirp-chirp-chirp” de los insectos adoptó la percusión misteriosa de un sonajero chamánico. La hierba y los arbustos resplandecían brillantemente, rodeados de un verde fosforescente. Hilos delgados de luz espiritual se estiraron entre todo lo que vio, revelando que todo estaba conectado. Incluso, las rocas brillaban con una luz soñolienta, llena de vida.
En el cielo, las estrellas giraban en una danza lenta y elegante. Lágrimas corrían por las mejillas de Ninsianna mientras cantaban una canción sin palabras.
¡Hermana! Únete a nosotras…
Alzó la mano para tocarlas.
—Tan hermosas —susurró—. ¿Cuándo podré unirme a ustedes?
El tiempo y el espacio dejaron de tener sentido; mientras, imágenes flotaban hacia la chica en el vasto y ancho río. En ellas, se divisaba a un hombre de túnica blanca sentado en un trono. Detrás de él, se alzaba un magnífico árbol en un exuberante jardín verde, rodeado por una ciudad con tres soles dorados. Dentro y fuera de la ciudad, extrañas criaturas paseaban entre las estrellas en extrañas canoas espaciales.
La canción cambió.
Una oscuridad aterradora comenzó a inundar el ambiente desde el centro.
—¡Madre! ¡Ayúdanos! —las estrellas gritaron.
El viento se levantó.
—Ninsianna... —Ella-Quien-Es susurró—. Necesito tu ayuda.
La diosa dirigió los ojos de Ninsianna hacia una canoa espacial de color plateado. En ella, un hombre completamente diferente a cualquier otro luchaba contra un terrible cáncer, hermosamente mortal, que borró las estrellas. Un relámpago golpeó la canoa espacial del hombre, haciéndolo caer a través de los cielos, directo hacia una piedra redonda y azul que ella entendía representaba a su hogar.
—¿Lo ayudarás? —Ella-Quien-Es preguntó.
Una emoción de excitación subió a través del cuerpo de Ninsianna.
¿Podría ella ver los cielos?
—Sí, Gran Madre —juró con animosidad—. Lo ayudaré.
El viento se hizo más vivo, recogiendo su cabello y echando su frío aliento sobre su piel. En el cielo del este, una estrella fugaz iluminó el desierto mientras descendía. Se hizo cada vez más estrecha, tan grande, que dominaba el horizonte.
—¿Madre?
La estrella, un objeto terrible, ardiente e infernal, se abalanzó sobre ella.
Se hizo más y más grande.
Un gemido agudo dividió el aire.
—¡Ack!
La tierra se estremeció cuando la bola de fuego pasó directamente por encima de ella. Ninsianna se lanzó al suelo.
¡¡¡WHAM!!!
La estrella fugaz se estrelló contra la Tierra, originando un pilar de fuego que comenzó a cubrir todo con rocas y escombros. Rocas del tamaño de unos puños, llovieron como granizo lanzado por un dios enojado. Su corazón latía tan rápido, que temía que saliera de su pecho.
Ninsianna se cubrió la cabeza y gritó.
Poco a poco, las rocas se convirtieron en polvo. La chica se levantó y dirigió su mirada hacia aquel rojo y brillante resplandor. ¿Estaba en el cielo, o en una extraña dimensión infernal?
—Ve —Ella-Quien-Es susurró—, y haz lo que acordamos.
Ninsianna cogió su morral y se dirigió hacia aquel misterioso y brillante objeto. Llegó a un lugar donde un deslizamiento de tierra había bloqueado el wadi. Justo más allá, el arroyo retrocedió hasta formar un oasis. Dos caminos de fuego se extendían a través de un valle en forma de cuenco hacia una forma resplandeciente incrustada en el pie de la montaña sagrada.
El primer rayo de la luz del sol apareció por encima del horizonte.
—Aquí —susurró Ella-Quién-Es—. Aquí enseñarás a nuestro campeón a convertirse en mortal.