Siento cómo el sudor comienza a aparecer en mi nuca, me abanico con mi carpeta, tratando de quitarme la mirada del morenazo en mí. Entiendo que puede ser el hijo y futuro jefe de la empresa, pero ¿También tenían que hacerlo tan guapo? ¡Mil desgracias me pasan a mí!
─Un placer, no quiero que me tengan miedo… Aunque soy muy perfeccionista y al primero error les voy a despedir ─ declara el moreno. Abro los ojos de par en par cuando me mira con una sonrisa. ─Mi padre se quiere retirar, con esto quiero decirles que la empresa seguirá funcionando como si él estuviera a cargo, intentaremos mejorar, sí. Pero no bajaremos la calidad de nuestro servicio. Soy una persona que no soporta un plano mal hecho o con errores, por algo estudiaron tantos años para estar aquí. Quiero lo mejor de cada uno… de todos ─agrega, marcando lo último mientras me mira. Siento como si me estuviera asesinando con su mirada ¿Ya tengo que escribir mi carta de renuncia? Me pregunto.
Él se levanta de la silla, desabrochando un botón de su traje para apoyar sus manos de la mesa y mirar a todos con un escaneo escalofriante. Puedo ver que todos tienen miedo al igual que yo.
─La empresa “MM” irá al otro nivel, necesito el apoyo y el talento ─declara, tragando y carraspeando. Se coloca erguido dejando sus labios en una línea recta mientras aprieta su mandíbula. Puedo notar por cómo le queda el traje lo fornido que se encuentran sus brazos. Humedezco mis labios por la resequedad y sus ojos se fijan en mí.
─Ya le escucharon ─dice con una sonrisa el padre Maxwell.
─Procedamos a leer las propuestas ─anuncia sorprendiendo a todos. Se miran las caras entre sí.
─¿Se debatirán aquí? ─Cuestiona Lucila desconcertada.
─¿Hay algún problema con eso? Veremos de qué están hechos ─interrumpe Magnus tajante. El señor le entrega varias de las carpetas que coloqué en su asiento.
Magnus comienza a hojear igual que el viejo. Aprieto mi carpeta en mi pecho, y veo la hora en mi celular, visualizando que solo han pasado unos minutos. Tomo asiento en el taburete al lado de la mesa de postres y bebidas. Mientras más lejos de la mirada imponente de ese sujeto, mejor… espero haya olvidado lo del ascensor, puedo ser fácil de olvidar. Pienso, dejando salir una bocanada de aire.
─Oh, Magnus, ella es mi asistente, Virginia ─Levanto mi rostro derepente al escuchar mi nombre, todos viajan sus ojos hacia mí. Procedo a levantarme del taburete para llegar a la vista del moreno. Él me mira, tan intenso, que mi corazón comienza a latir con fuerza como nunca lo ha hecho a menos que sea al correr detrás de un bus.
─Hola, un gusto, estoy para…
─Obedecerme ─interrumpe Magnus mi presentación. ¿Pero qué…?
─Magnus, ella no será tu esclava, sino, tu asistente. Es una buena chica, por favor trátala como tal y no la hagas llorar como a todas ─recalca su padre con una sonrisa. ¿De qué se ríe, no ve que su hijo es un demonio? Pregunto en mis adentros.
Vuelvo al taburete, escondiéndome.
─¿Quién es Julián? ─Inquiere Magnus.
─Yo… soy el paisajista ─anuncia el chico de poco cabello y rostro juvenil.
─Lo que propones para el jardín de los aledaños… es interesante, muy victoriano. Y veo que indicas los costos. Son un poco elevados para lo que el cliente requiere. Si quieres que el cliente huya de nosotros, mejor muéstrales tus planos, tienes que mejorar la técnica de trazado ─recalca, siento cómo las estacas se le clavan a Julián, pobre chico, parece que tiembla.
Tomo los planos de Julián y los rompe al frente de todos. Abro la boca, tapándomela con las manos.
─Quiero que los vuelvas a hacer ─añade buscando otra de las propuestas.
─¿Quién es Franchesca? ─Inquiere sin despegar su vista de los planos.
─Yo soy…la de diseño urbano…
─Eras, despedida. ─Recalca lanzando su propuesta al piso. Siento cómo la presión se me sube pero de la rabia ¿Quién se cree para tratar a todos así?
Aprieto mi carpeta, viendo cómo Franchesca sale destruida sollozando de la sala de conferencia y lanzando la puerta.
─No se atrevan a entregarme una propuesta que ya existe, necesito personas con talento no inútiles ─recalca. El señor se queda en silencio, escuchando cómo su hijo destruye uno a uno con benevolencia.
El enojo va en crescendo dentro de mí. Él puede ser muy guapo y poderoso en la empresa, pero eso no le da el derecho de tratar a las personas así. Estas personas trabajan duro y destruirles su trabajo con prepotencia es malévolo.
─Señorita Lombardo, hemos terminado ¿Quieres proponer algo? ─Me sobresalto por la voz del viejo Maxwell. Salto del taburete acercándome a la mesa.
─En realidad quería saber si podrían mejorar el servicio de seguro médico ─digo sin tapujos. Magnus coloca sus codos en los antebrazos de la silla mientras entrelaza sus dedos para ponerlos cerca de su boca mientras que sus ojos se fijan en mí con demasiada atención. Mi corazón quiere darse de baja por la intensidad de su mirada.
─¿Puedes ser más específica? ─Inquiere el viejo.
─He podido ver que en las clausulas los hombres tienen más beneficios que las mujeres, además de que la planificación familiar no está activa para las mujeres, solo para los hombres, si ellos desean hasta hacerse la circuncisión… les beneficia monetariamente ─ explico rápidamente.
Todos comienzan a reírse, haciéndome sentir apenada.
─Pero tenemos todo un seguro para las mujeres embarazadas ─destaca el viejo observándome con más atención.
─Sí, pero no para las que desean el in vitro o la mastectomía completa, en caso de presencia cancerígena ─declaro mirando los ojos oscuros que me escanean de arriba abajo.
Trago con dificultad. Apretando mi carpeta.
El moreno con aspecto de ángel se carcajea como un demonio.
─Esta chica está loca ─murmura más juvenil en medio de la risa.
─Magnus ─le llama la atención su padre.
─Genial, justo hoy vienes aparecer para comportarte como un patán ¿Eso te hace sentir superior? ─Farfullo sin pensarlo, enojada hasta el punto de que me da igual irme.
Él detiene su risa.
─Soy superior… ¿Y eso a ti en qué te molesta? ─Cuestiona prepotente, levantándose de la silla.
─Depende ¿Estás en contra de cambiar la política del seguro para el in vitro? ─Pregunto inmediatamente.
─¿Y en qué nos beneficia que salgas embarazada? ─Suelta, cruzándose de brazos.
─Empleadas felices ─declaro sin pensarlo mucho. Maldigo por dentro cuando analizo mi respuesta.
─Ni que esto fuera Mcdonald’s ─Murmura con una carcajada, todos se quedan mirándole sin entender ─La cajita feliz…agh, olvídenlo ─agrega en un bufido.
─Virginia, si quieres puedo proponerlo a recursos humanos, mándame la propuesta escrita con todos los detalles, con gusto puedo hacérselos saber… me importa mucho la familia y que quieras tener una me parecer maravilloso, todos tienen el derecho de poder hacerlo ─interrumpe su padre, provocando en mi rostro una sonrisa. Mientras que Magnus me mira con molestia.
─Gracias a todos, han estado muy bien, me alegra saber el gran equipo que tengo en la empresa ─anuncia, levantándose y posando su mano en mi hombro me da una sonrisa.
─Tú sigue así de apasionada con lo que deseas, no dejes que nadie pisotee tus ideales ─murmura cerca de mí, guiñándome el ojo ¿Eso quiere decir que no estoy despedida? Me pregunto dando saltitos mentales en un pie.
Detrás del viejo Maxwell, camina el majestuoso pero pedante Magnus, con su barba oscura de días, cejas tupidas y una mirada ególatra. Pasa muy cerca de mí, aprovecho para calcular la estatura y le llego justo en el abdomen. Su perfume hace que mis fosas nasales se abran, pudiendo sentir también el olor de su odio hacia mí.
Todos salen de la sala de junta, para encontrarme con el rostro de Lucila, quien mueve su mano en el aire para tratar de tomar mi atención, parpadeo por lo estupidizada que he quedado.
─Necesito que hablemos del hecho de que ha insultado mi trabajo y le quiero lamer la cara… casi le digo que le amo ─murmura llegando a mí, coloca sus manos en sus mejillas, quizás sin entender cómo el sujeto es tan guapo y es hijo del viejo maxwell.
Levanto mis hombros sin poder decirle lo contrario, he quedado igual.
─Es muy guapo, pero un imbécil, y eso no se le quita ─declaro entornando los ojos hacia afuera, a través del cristal mis ojos se cruzan con la mirada intensa de él.
Suelto un bufido molesto.
─Se cree con poder ─agrego, apretando la carpeta en mi pecho.
Escucho cómo Lucila suspira mirándole.
─Si me golpea, le daré las gracias ¡Tremendo semental! ─Expresa efusiva, arrugo mi nariz en un gesto de desagrado. Para salir de ese lugar y dirigirme a mis actividades dentro del trabajo. Cuando llego a mi escritorio, tomo unas llamadas para el señor Mariano. Que las recibe en su oficina donde se encuentra con su hijo, alias, satanás con una linda sonrisa.
Sujeto con fuerza el lápiz en mi mano. ¡Patán, patán, patán! Exclamo en mi interior, recordando la manera en que habló de un tema importante para mí.
De repente, suena el teléfono. Lo tomo con la presentación rutinaria.
─Empresa Maxwell, ¿en qué le puedo ayudar? ─Digo, dándome cuenta que es el número de mi jefe. Maldigo por dentro, apretando mis ojos junto a mis labios en una línea recta.
─Virginia, ven un momento a la oficina, por favor ─demanda, colgando. Tomo una bocanada de aire, dejando el mando del teléfono con cuidado en su lugar. Pliso mi falda y me dirijo a los cortos pasos que me separan de la oficina. Golpeteo con mi puño, esperando respuesta.
─Adelante ─anuncia, procedo a entrar para encontrarme con dos pares de ojos encima de mí, sobre todo unos muy oscuros.
─Cierra por favor la puerta ─acota con una sonrisa. Siento que este es mi fin en esta empresa.
Comienzo a sudar frío en mi nuca, trago con dificultad como si de un cachorro se tratara.
─Toma asiento ─añade, indicándome la silla a un costado de satanás.
─Así estoy bien ─murmuro con una sonrisa nerviosa.
─Insisto ─reitera. Ruedo los ojos, tomando asiento rápidamente, dejando mi trasero en silla y mi mirada al frente siempre al frente. Con miedo de girarme hacia dónde satanás sonríe. Sabe que no quiero mirarle.
─Virginia, te llamé porque quería comentarte que serás la asistente de Magnus, de ahora en adelante trabajarán como un equipo. Confío que así será, como confío en ti ─anuncia, sorprendiéndome.
─Insistí que te despidieran pero al parecer eres intocable ─declara de repente Magnus, haciendo que le mire incrédula. Esboza una sonrisa que podría decirse que es su arma secreta. Es muy guapo el patán.
─Magnus, ella es hija de un gran amigo mío, como comenté… no confío en nadie más para su puesto de trabajo ─recalca mirando a su hijo.
Satanás resopla.
─Bueno… le tendré que hacer la estadía imposible hasta que ella misma se vaya ─suelta de repente, levantándose para abrochar un botón de su traje. Me observa con intensidad desde arriba, haciéndome sentir indefensa.
─Lindo traje ─murmura con petulancia. Sigue su camino, saliendo de la oficina, para lanzar la puerta, mi cuerpo se sobresalta por la acción.
Escucho cómo el viejo Maxwell suspira y se suaviza las sienes.
─Lo siento… es que él… realmente no quería estar aquí. Pero me estoy poniendo más viejo y necesito un heredero, tiene que dejarse berrinches, está por cumplir treinta y no me ha dado ni un nieto ─manifiesta molesto, como si estuviera hablando con alguien de su familia, yo solo quiero huir de ahí hacia el almuerzo.
─Entiendo… ¿No tiene más hijos? ─Cuestiono, pensando que no podré con dos satanás.
Niega con la cabeza.
─Por eso es que es un malcriado. Molesto porque le dije que abandonara sus viajes de mochilero, andaba con una guitarrita por Italia mientras leía libros fantasiosos ¡Esta es la vida real! Tiene que sentar cabeza, buscarse una esposa y darme nietos antes de que me vaya de este mundo ─suelta, sus palabras están tintadas de dolor. Puedo notarlo en sus ojos.
Me inclino, tomando su mano. Lo único que puedo darle es una sonrisa. Ya que lo que saldría de mi parte, referente a su hijo son solo insultos. Al salir de la oficina con la tensión sobre mis hombros, puedo notar los ojos en mí, ¿Qué tengo encima? Me pregunto, mirándome la ropa. Súbitamente, siento cómo una mano se aferra en mi antebrazo jalándome. Mi corazón comienza a parecer locomotora dañada, destruida, desfallecida porque quién me jala es satanás. Elevo mis ojos encontrándome con su mandíbula tensa. Él me lleva hacia el ascensor, que casualmente lo encontramos vacío, mis palabras parecen haber desaparecido al igual que mi poca fuerza. De un momento a otro me encuentro acorralada por su cuerpo imponente, mirándome con intensidad contra la pared del ascensor.