Chiquitriquis, antes de empezar a leer, déjame decirte que esta novela es un borrador con errores y horrores de todo tipo, tamaño y color. Errores de narración, de sintaxis, de ortografía y además errores que aún no pulo porque aún no edité este libro. El primero de una saga
Lo voy a corregir y les presentaré una historia mejorada pero no será ahora. Lo haré dentro de unos meses.
El porqué subo el borrador, es porque muchos quieren leer el primer libro antes de pasar al segundo, tercero y al libro independiente y voy a dejarlo publicado hasta que lo edite.
Entonces si vas a leerlo ten en cuenta lo que te explico, ten en cuenta que si vas a destruirme por el contenido... Sé cada cosa que debe mejorar. Y por sobre todo recuerda que seguiste leyéndome pese a que lo avisé al inicio.
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VARIAS HORAS ATRÁS...
—¡Estoy harta! — Exclamo jaloneándome suavemente el cabello., deseando producto de la asfixiante desesperación arrancarlo de raíz.
—¡Charlotte! ¡Hija por favor! —Piden con desconsuelo, desazón e inmaculada amargura.
—¡Por favor una mierda mamá!, —grito perdiendo completamente los estribos. —¡El dinero nunca alcanza! —Trago el torrente de lágrimas y es la rabia, esa impotencia gigantesca la que me carcome desde adentro. —¡Para nada basta!, —añado finalmente., —estoy... ¡Estoy harta!
¡Quiero llorar! Verdaderamente necesito hacerlo. Las deudas nos inundan gracias a los prestamistas de mi difunto padre., los reclamos no cesan y nos han amonestado al punto de perder la casa en dónde vivimos Samantha, mis tres hermanos pequeños y yo.
—Ya lo vamos a solucionar cariño.— Murmura intentando verse despreocupada y conciliadora, logrando lejos de ello aumentar mis nervios, el estrés y un terrible deseo de robar millones del banco.
—A no ser que caigan dólares del cielo... No hay arreglo. Lo sabes. —Escupo mordaz observando al vacío., dándole vueltas a las opciones viables dónde aumentar ingresos monetarios.
Froto los dedos sobre las sienes frenética., sólo de pensar siquiera el monto a pagar mensual, para que no nos quiten el techo me deprime. ¡Ni laborando sin descanso veinticuatro horas al día en la tienda de accesorios mantendré a los imbéciles cobradores lejos de mi hogar, la vista de Sam y los tres pequeños renacuajos!
—Charlie no te pongas una mochila a cuestas que no debes. —Susurra obteniendo el efecto contrario, al sedante que pretendía lograr con sus palabras.
—¿Me lo vienes a decir recién ahora?— Ironizo alzando una ceja., mirándola frustrada, —¿Luego de meses de dejar mi vida en la universidad y el trabajo? ¡No mamá!, ¡no pienso dar el brazo a torcer! Saldremos adelante de alguna manera y les proporcionaré la vida que ustedes cuatro merecen. Esa que papá no pudo brindarnos.
Afirmo decidida mentalmente., sin aguardar retóricas acongojadas, mientras Samantha me envuelve en un cálido abrazo. Uno que sabe a orgullo matizado con culpa, tremenda y gigantesca culpa al delegar sobre su hija mayor, la responsabilidad de una familia.
Pues aunque resulte verídico no le recrimino por ello. Fue un rol que elegí asumir, cuando el accidente de mi progenitor le costó la existencia y terminó dejándonos a todos con la soga al cuello.
—Te amo mami, —objeto zafando del mimo maternal, inspirando hondo y concluyendo la amarga conversación. —y en tanto yo pueda nada de la miseria les alcanzará. Lo juro.
Las caricias inmediatamente cesan y es el rostro femenino, asedidado por el avance de la edad que evidencia preocupación., genuina tristeza reflejada en las orbes celestes tan iguales a las mías —Charlotte no quiero que arruines tu futuro prometedor. Mi mayor deseo es que estudies., te recibas de abogada... Que cumplas tus metas.
Niego levantándome de la silla., guardo varios libros de leyes en la cartera y observando inescrutable a la señora que constantemente luchó para hacernos felices sentencio —El mío darles un excelente porvenir a mis hermanos y una salud óptima a ti. Lo demás, —me encojo de hombros, —es secundario.
Deposito tiernos besos en la coronilla del rubio cabello a modo de despedida, tomo el bolso universitario, y encamino los pasos hacia el umbral de la humilde casa en las afueras de Washington. Ese tranquilo y apacible vecindario donde nací.
—Volveré en la tarde, ¿si? Traeré panecillos a los demonios.— Lanzándole fugaces besos por los aires agrego —¡Espérame con el chocolate caliente tan delicioso que sabes preparar!
Inicio el trayecto a la parada de autobuses, acompañándome miles de ideas que atraviesan mi mente. Cada una de ellas redireccionándose al objetivo común... Conseguir un empleo de mayores ingresos.
Los estudios universitarios aún no se encuentran muy avanzados, puesto que recién llevo medio año de abogacía y resulto demasiado inexperiente como para recibir una pasantía en algún bufete de abogados.
Dejándome una cruel realidad., exclusivamente la resolución concreta de obtener más trabajo.
—Un dólar lindura. — Espeta de forma maleducada el chófer, sacándome de cavilaciones., regalándome la mirada que detesto y obligándome a entender que solicité el autobús sumergida dentro del mundo desesperante que me rodea., un triste júbilo mental de laberintos que parece no poseer salida ninguna.
Arrugo el ceño sosteniéndome del barandal para no irme de bruces contra el piso. Hundo la mano libre de metal en el fondo del bolso buscando efectivo, y me repito entre murmuraciones lo mucho que odio ser analizada de semejante forma.
La misma que evidencia lujuria y el anhelo repulsivo de aquel sujeto sobre destrozarme las prendas con los dientes.
Revuelvo el interior de la cartera y al final saco un billete arrugado.
El que me quedaba para los panecillos de los renacuajos.
El último hasta la próxima semana de cobro.
Suspiro profundamente y controlo el deseo de romperme a llorar en pleno vehículo. Tal parece que volveré caminando una enormidad de cuadras éste día y los siguientes restantes siete.
Desentendido del arrebato emocional que me embarga, el asqueroso chófer esboza mueca lividinosas... Inmundas.
—Con ese cuerpecito hermoso bebé...— Sisea con lascivia —Podrías viajar gratis las veces que quieras.
Levanto una ceja y ansío volarle los dientes de un puñetazo —¡Pues preferiría caminar de rodillas antes que vuelvas a dirigirme la palabra cerdo de mierda! —Exclamo vehemente, menospreciada, furiosa.
Dejándole atónito., y percibiendo oleadas de tóxica ira viajar a velocidad de la luz por mi sistema me acomodo en el último asiento, lejos de la vista de todos.
¡A veces odio lo que soy!
¡Detesto la belleza que porto!
¡Gracia que expresamente sirve para promover comentarios asquerosos, degradantes, ofensivos!
Toco el puente de la nariz intentando apaciguar los nervios, lo masajeo repitiéndome que debo prestar atención en clases y obtener la beca laboral que tanto añoro.
Que solamente así, le brindaré un excelente porvenir a mi familia.
Niego y suelto risitas pesimistas, ¡qué incrédula soy! La bendita beca podré solicitarla quizá dentro de dos años... Ahora, recién iniciando la universidad no me la darán ni de puta broma.
Cierro los ojos recurriendo al consuelo de pensar cuánto amo los ponys... Al igual que la pequeña Alexandra. La menor de todos los Donnovan.
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Mientras que Christopher, el renacuajo maldito de nueve años habla acerca de carreras y puras gilipolleces de adultos., como correr en los mejores Rallys del mundo.
Esbozo tenues sonrisas evocando la pasión e intensidad con que menciona tal sueño de hombre mayor.
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¡O Liam! El otro maldito demonio de catorce.
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Las retinas cerradas comienzan a empañarse tras rememorar cómo mi molesto adolescente gruñe cada ocasión que discutimos, o le exijo lo importante que resulta para él disfrutar la niñez. Pues ya para los problemas de grandes estará la rubia de ojos celestes.
Bato los párpados conmocionada, abro finalmente las orbes y noto a través del cristal, la universidad alzándose majestuosa a pocas cuadras, indicando que debo bajar, y también, esconder la vulnerabilidad en un cajón de triple candado.
Limpiando del lagrimal lo que amenaza ser llanto desconsolado pulso el timbre y una vez las puertas se abren, desciendo. Percibo varias ojeadas deseosas de los estúpidos compañeros fulminarme la espalda, sin embargo hago caso omiso a tanta estupidez masculina, cruzo los pasillos cuál autómata y me bloqueo prohibiéndome así oír silbidos y algún que otro comentario direccionado a mi trasero., el escote pronunciado, o las cientos de asquerosidades que mis labios carnosos por naturaleza podrían llevar a cabo.
No obstante es el matiz vocal que conozco sobradamente quién me detiene íntegra, destrozando la burbuja de aislamiento que formé al ingresar al recinto estudiantil.
—¡Enana!— Muerdo el borde inferior cabreada. ¡Odio ese mote de mierda! —Rubia, ¿podrías voltear al menos?
No obedezco., simplemente aguardo a que mi gran amiga acorte distancias.
—¿Estuviste llorando? —Cuestiona inquieta., visiblemente preocupada, tras colocarse delante mío y reparar de forma rápida en mis ojos levemente hinchados.
Niego sintiendo cómo el nudo angustiante acaba expandiéndose a cada terminación nerviosa.
—Charlotte Donnovan te conozco bien... —Concilia dulce, apresándome ambas manos —Dime qué sucede.
El sollozo se escapa a causa del mimo que consuela almas heridas, confundidas, desesperadas., y la catarata de lágrimas acompañan —¡Estoy ahogada Ámbar!, —confieso aprehensiva, —tapada... ¡Y no puedo siquiera levantar la cabeza sin sumergirme de nuevo!
Los hipidos resuenan fuertes, y ni siquiera soy consciente de que todo mundo nos observa curiosos, husmeando la escena patética que da lugar.
La morena colega jala mi brazo, llevándome entre suaves tirones hacia la plaza universitaria. Ese parque natural repleto de mesas, bancas y césped. Propicio para que los estudiantes se permitan un receso.
Parpadeo volviendo al eje, al porte frío y falsamente inescrutable —Nos vamos a saltear las clases Ámbar. —Recito tajante, dudando si sentarme a su lado y respirar aire exento de dilemas, o correr en dirección al aula y evitar la aflicción de mi egocéntrica compinche.
Chasquea la lengua negada a no conseguir respuestas mientras se acomoda, instándome a seguirle.
—¿Qué pasa Charlotte? ¿Qué ocurre? —Indaga seria, como si la brillante mirada oscura develara cada frase antes inclusive de ser pronunciada.
—Las deudas.— Respondo cortada, entre musitas acomodándome frente a ella carente de opciones o vías de escape. —Estamos asfixiados de deudas de papá y mi cabeza estallará en cualquier instante. ¡Ya no sé qué hacer!
—Char...— Inicia repentinamente radiante. Sospechosamente victoriosa. Ensanchando la mueca de triunfo y acariciándome los nudillos, —¿Quieres saber la solución perfecta a tu tétrico dilema? —Pregunta emanando las facciones exquisitas de la señorita Reggins misterio.
La miro y temerosa a su respuesta asiento levemente.
Rebosante ante la afirmativa, soltando risitas que me resultan casi maliciosas, enciende el moderno teléfono móvil y teclea una página web... Para luego tendérmelo a mí.
Arrugo el ceño más confundida que nunca debido a lo que las retinas celestes procesan.
> Dicta el encabezado cuál no comprendo una mierda.
—¿Qué demonios es ésto Ámbar? —Siseo contrariada. Alternando la mirada de la pantalla al rostro sonriente de mi amiga reiteradas ocasiones.
—La respuesta a todos tus males en un chasquido de dedos... Y un formulario completo.