Capítulo 03 | Hija de Santa |

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Tomo una bocanada de aire colgándome en el hombro mi bolso para el viaje, esperando que dure lo más poco. Espero en ese pueblo hayan muchos prospectos para esposa, o que se me lancen encima. Escojo una y me divorcio, fácil. Pienso, subiendo a la casa de mis padres, que con ojos llorosos me abrazan. ─No me voy a morir y voy a volver, con mucho dinero ─digo, tratando de animándoles. ─Es que hijo… confiamos en eso, solo que, sabemos cómo eres con lo que comienzas, no sueles terminar. Nos da miedo ─suelta mi madre, arrugo mi cejo, ofendido de alguna manera, solo que, sé muy bien cómo ha resultado todo en mi vida y la verdad no he sido el mejor. Me inclino, dándole un beso en la frente. ─Me encargaré de que no piensen más eso ─digo, abrazando a mi padre. Quien me muestra unas llaves con un llavero en forma de esfera navideña. Lo tomo en mi mano, resoplando. ─Para que te lleves la camioneta, le coloqué gasolina y le cambié el aceite, te llevará a tu destino o… hasta la felicidad ─menciona mi padre, muy filosófico para mi gusto. Ignoro el hecho de que tiene un objeto navideño y le doy otro abrazo. Al salir, visualizo la vieja camioneta de color azul cielo, desgarbado, como mi destino. Dejo salir el aire de mis pulmones acomodándome el morral en mi hombro. Caminando hacia ella, lanzo el bolso, encendiendo el ruidoso motor que a la primera arrancada no enciende. Ondeo mi mano al igual que la de mis padres que muestran su tristeza en sus semblantes. Enfoco mi vista en el camino, recibiendo un mensaje de Damián. Damián Carrión: Es oficial, soy tu abogado. Tu tío me pagó bien. Además, he dejado todo en orden para tu llegada. Busca a Bob, él te llevará a la cabaña cuando llegues al pueblo. ¡Suerte! Y… Feliz búsqueda de esposa para Navidad. Resoplo, llamándole. Mientras no dejo de manejar. ─Pensé que había quedado todo claro en el mensaje ─contesta molesto. ─¿”Bob”, es enserio? ¡Hay miles de “Bob” en este país! ─Exclamo ofuscado. ─Es el único en ese pueblo, no te preocupes. No me llames si no es importante. Adiós ─declara, colgando la llamada. Lanzo el celular al asiento de al lado. Apretando con mis manos el volante. Tan extraño es ese pueblo que hay un solo “Bob”. Ruedo los ojos, presionando el botón para encender el reproductor, se coloca de inmediato un villancico. Trato de cambiarlo, pero pasa a otro peor, al parecer tiene algo trabado. Busco en la guantera, algún CD decente. Encontrándome con una nota. “estaba probando el reproductor con el CD de navidad, se quedó trabado, lo siento. PD: Papá, te quiere “ ─Maldiciones ─digo, apagándolo, para seguir mi camino. Trato de pensar en cosas para distraerme, o siquiera viendo el paisaje. Visualizo el cielo, encontrándome con el infortunio de que unos copos de nieve se traban en mi parabrisas, asomo mi cabeza, y ciertamente… comenzó a nevar en el norte del país. Al parecer sí será una blanca navidad, pienso. Recordando que no cambié los neumáticos. ¡Maldición! Me asomo, observando que no se vayan a trabar y espero llegar antes de que me atrape una tormenta de nieve o algo por el estilo en este lugar. Veo el GPS, vislumbrando que faltan unos cuantos kilómetros para llegar. Trato de pisar el pedal más a fondo así llegaré antes de que anochezca más. Súbitamente, el auto se comienza a apagar el motor, como si le faltara… gasolina. ─¡Papá! ─Grito a la nada, literal. Observo a mi alrededor, intentando encender de nuevo el auto, pero fallo en todos los intentos. Llevo mis pupilas, a las afueras, y suelto el aire ahora denso, por el frío. Me abrazo con mi chaqueta de cuero, para salir e intentar ver la parte de debajo del auto. Encontrándome con olor fuerte de gasolina. Lastimosamente sé de autos lo que sé de valet, es decir, nada. Tomo mi celular, intentando llamar una grúa, ya que desde los minutos que me encuentro varado en lo que parecer ser un bosque no ha pasado ni un auto. Para mi suerte, si es que la tengo, no hay señal. Pataleo y me coloco dentro del auto, cerrando las ventanas, para intentar encender la calefacción… definitivamente, moriré de inanición o congelamiento. Tiro mi nuca hacia atrás, cerrando los ojos, rogando a que un ángel me salve o lo más parecido. Inesperadamente, luego de varios minutos, las luces de un auto en intermitente junto a la bocina llaman mi atención, me asomo, encontrándome con una remolcadora fea y envejecida. Arrugo mi cejo, viendo que se detiene al frente de mi auto. Dejando encendidas las luces, una persona salta de la remolcadora, una persona muy… baja de estatura. Pienso. Con una linterna, camina hacia mí. Colocándose en mi ventana, me obliga a bajarla. Apuntándome que la linterna, por su gran abrigo, y una bufanda que le tapa medio rostro, no logro visualizar bien de quién se trata. ─¡Identifíquese! ─Exclama sin más, la voz de una mujer. ─Soy… Christian Warlock, me dirijo a River… ─Lo sé, sal del auto ─interrumpe, sobresaltándome. Ella abre la puerta para mí, salgo del auto ¿Me van a asaltar aquí? Cuestiono, con el corazón latiendo. ─Le voy a requisar ─anuncia con frialdad. Abro los ojos, sorprendido. Ella comienza a manotearme o golpearme. Para pararse firme al frente de mí, bajándose la bufanda. Noto entre la ventisca de frío y la poca luminosidad, cómo sus labios forman una sonrisa. ─Hola, ¿cuánto me das para que te lleve al pueblo? ─Cuestiona. Mi cejo se arruga a más no poder. ─¿Me estás extorsionando? ─Inquiero ofendido. ─Te estoy salvando el trasero, agradece, chico de ciudad ─farfulla molesta con un indudable acento y manera de expresarse. Resoplo, buscando en mi billetera, encontrándome con el billete de dos dólares. Mi billete de la suerte. ─Es lo único que tengo, tuve que darle lo que tenía a mis padres y espero a que Bob me ayude a… ─Sí, sí, no me importa ─dice, arrebatándome el billete de la mano, lo verifica y mete entre sus ropas. De repente, me señala el pecho. ─Tu chaqueta, dámela ─demanda. Sí… me están robando. ─No te voy a dar mi chaqueta, es mi favorita ─recalco, rehusándome. ─Bien, muérete congelado. Soy la última persona que circula esta carretera, además, de que ya viene la tormenta de nieve ─manifiesta, haciendo ademán de regresar a su auto, para abandonarme. Lo pienso un momento > ─¡Espera! ¡Está… bien! ─Exclamo, quitándome la chaqueta, se la lanzo y ella la ataja en sus manos. La mira sonriente, para comenzar a bajarse la gran chaqueta que cargaba. Me la da, y puedo notar ahora su rostro al quitarse la capucha. Es… ¿Bonita? Sí, lo es, tiene un rostro angelical de mejillas rojas por el frío y ojos grises redondos y grandes. Su cabello desordenado es desgarbado y cenizo… tiene potencial. Pienso. ─Aah, es linda ─menciona, al colocársela. No se le ve nada mal. ─Ponte esa, no estás acostumbrado a este frío, niño bonito ─demanda, caminando hacia la remolcadora, inclinándose, y tomando un gancho para atar el frente de mi camioneta con agilidad, pero antes, con una herramienta, levanta su trompa. ─Colócale la palanca y saca lo que vayas a usar de ella ─dice, corro y lo hago. Luego de sus impresionante maniobras para ser una pequeña mujer, tomo mi bolso y celular para montarme a su lado en la remolcadora. Observo su interior, encontrándome con cero delicadeza. Carraspeo al ver que ella entra, encendiendo el motor de la remolcadora rustica. ─¿En serio ibas a dejarme morir en el frío? ─Cuestiono, aún impactado. ─Sí, no eres el primero, ya pasaremos por los cadáveres que he dejado anteriormente ─dice, esbozando una sonrisa para mí. ¿Pero qué…? Me acomodo la chaqueta que no me cierra de ella, claro, ella mide como un metro sesenta y yo un metro noventa, era de esperarse. Pero, es mejor a nada. La chica rara estira su brazo, encendiendo la calefacción. Agradezco en mi interior por eso, dejando salir un suspiro. Ella coloca en marcha, y giro mi rostro, viendo a la vieja camioneta ser remolcada. ─¿Cómo sabías de mí? ─Pregunto, ante el silencio del auto. Ella resopla. ─¿Eres de hablar mucho? ─Cuestiona tajante, dándome sus ojos molestos. Niego con la cabeza. ─Estás en boca del pueblo, como dicen “pueblo pequeño, infierno grande” y bueno, bienvenido a tu infierno ─dice como si eso lo mejorara. ─Entiendo… ¿Conociste a mi tío? ─Inquiero, ignorando el hecho de que estoy preguntando mucho, quizás molestándole para que me entierre la linterna en la cabeza. ─Sí, le tuve aprecio, el “Vixen” le decíamos de cariño ─dice, esbozando una sonrisa al recordar. ─¿”Vixen”? ─Sí, por el reno de santa… no me digas que no sabes ¿En qué mundo vives? Es el reno más lindo de Santa ─explica, resoplando, para mirarme con desconcierto. Levanto mis hombros, ante la indiferencia que me causa esa información. ─Que raro eres ─murmura, llevando su vista al frente. ─Pues más rara eres tú, que me has robado mi chaqueta… además ¿cómo te llamas? ─Inquiero, ofuscado. ─No te la robé, la recibí como forma de p**o, para remolcar tu auto y, no te diré mi nombre ─menciona, levantando su quijada. ─Ok, como quieras. De todas formas no me importa ─digo, cruzándome de brazos, para refunfuñar. La chica cuyo nombre se rehúsa a darme, estira su mano, encendiendo la radio. Dándole paso a la música de Michael Bublé. Oh, eso no. Hago lo mismo, apagándola. ─¡Oye, chico de ciudad, con mi reproductor no te metas! ─Amenaza, encendiéndolo de nuevo. ─Si te atreves a tocarlo de nuevo, te corto los dedos y los hago bastones de navidad ─advierte con la poca delicadeza que yace en su diminuto cuerpo. Me cruzo de brazos, entregándome a la tortura. ─¿Cuánto falta? ─Inquiero, al cabo de unos segundos. ─Ya estamos llegando ─dice, mirando al frente. Inflo mis mejillas, cansado del trayecto. Coloco mis pupilas en lo que comienza a aparecer al frente de mí, como si saliéramos de un túnel de bosque, luces se vislumbran, dando paso a lo que sería civilización aquí. O lo más parecido. Ella gira abruptamente el volante, desviándose. Mi cejo se arruga, llevándonos hacia otro camino. ─Espera… ¿A dónde me llevas, eso no era River Hollow? ─Cuestiono, revisando mi celular que quería agarrar señal, pero luego de desviarse de ese lugar, la pierdo de nuevo. ─Esa es nuestra pequeña ciudad, vivimos en el pueblo, si deseas ir al hospital, tendrías que venir al oeste de River, así que, no… no es ahí ─reitera, llevándome al desquicio. Apago el reproductor ante el dolor de cabeza. ─Ve despidiéndote de tus dedos, muñequito ─dice, proporcionándome unos escalofríos. ─Pensé que las personas de aquí eran dulces, o eso comentó mi padre ─acoto, echándole más leña al fuego. ─¡Yo no soy dulce! ─Exclama, fuera de sí. Deteniendo el auto de golpe. ─¡Bájate! ─Grita, abriéndome la puerta. ─No… no quiero ─digo, negando con mi cabeza. Ella me empuja con sus manos y caigo al suelo, golpeándome el trasero con el suelo frío lleno de nieve. ─¡Maldita gente de ciudad! ─Expresa, lanzándome el bolso. Para arrancar el auto, dejándome tirado en la nada. ─¡Mi auto y mi chaqueta! ─Grito, corriendo detrás. Miro a mi alrededor, tratando de cerrarme la chaqueta. Comienzo a caminar, para ver hasta dónde me lleva el camino, espero que no a un precipicio. Pero con mi suerte, es lo mejor que podría pasarme. ¿Qué le ocurre a esa chica? Tiene serios problemas. Estoy comenzando a odiar el pueblo y ni he llegado. Resoplo, sintiendo el aire caliente volverse frío, con escalofríos, tal vez muera de una hipotermia. De repente, visualizo lo que parece un bar y comienzo a ver civilización con autos. Corro hasta allí, parándome de golpe, para encontrarme a mi camioneta guindada en el feo remolque de la chica rara. Arrugo mi cejo, caminando a pisotones al bar. Empujo la puerta, y todos los ojos se quedan en mí, deteniendo sus palabras. Puedo notar que es un bar viejo pero con algunos toques de la actualidad, pero con rockola al fondo, llena de luces y una mesa grande de billar. Trago con dificultad, al sentirme el centro de atención. Termino de entrar, ondeando mi mano y sonriendo con nerviosismo. Las personas comienzan a susurrar entre ellas. Ruedo los ojos, encontrándome inesperadamente, con esa chaqueta, la chica está sentada de espalda en la barra del bar, hablando con un anciano. ─¡Tú! ─Exclamo, señalándole. Ella se coloca recta, girando en el taburete, para mirarme con una sonrisa. Puedo notar ahora con mejor nitidez su semblante y se ve muy… linda. Sí, solo es una chica linda, pero muy mala. ─Pensé que morirías en el camino, que pena ─dice, soltando una carcajada, para embeber de su trago. ─¡Me robas mi chaqueta y mi auto! Devuélveme mis cosas, niña malcriada ─amenazo, y todo el bar queda en silencio nuevamente. ─¿Quieres que te demuestre que no soy una niña? ─Propone, levantándose, llegando hasta mí para levantar su mandíbula y encararme sus ojos. Se ve tierna a decir verdad. Me siento intimidado por sus ojos grises, pero mantengo mi postura firme. ¡Soy más grande y fuerte! Me animo. ─A ver, hazlo ─le reto, y ella pestañea. ─¿Qué, pensabas que no iba a querer? ─Inquiero, con una sonrisa. Ella desvía su mirada, dándome el placer de notar más sus mejillas rosadas. ─¡Noelle! ¿Es cierto lo que dice ese chico? ─Cuestiona el anciano. Ella resopla… con que así se llama. ─Respóndele, Noelle ─insisto. Sus ojos se levantan en mí, llenos de furia. 
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