CAPÍTULO 01 | Semidiós |

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Corro, tanto que mis piernas arden ante la brusquedad, pero la adrenalina está haciendo de las suyas, mientras que mi corazón se encuentra desbocado sin voluntad. Suelto una bocanada de aire, ocultándome en uno de los callejones, apretando contra mí pecho la bolsa de terciopelo n***o con diamantes rojos, los más invaluables y por los cuales está en riesgo mi vida. Apoyo mi espalda junto a mi nuca de la pared de ladrillos, para notar cómo pasan de mí el grupo de mafiosos, los llamados “Vorys” son el rival principal de la mafia Höfer, quienes me han amenazado para esta misión  suicida, ya que he sido su esclava durante un buen tiempo… pero me cansé y justo hoy decido por mí. Por mi mente pasa el recuerdo del asqueroso principal de los Vorys, embelesado mientras subía mi vestido y le bailaba. Estaba enfocada en robarle los diamantes. De algo tiene que servir mi belleza, pienso, sonriendo. Subo en la motocicleta que había dejado aparcada unas cuadras más adelante, huyendo del lugar aún con el corazón a punto de estallar, pero con la libertad en el bolsillo de mi chaqueta de cuero. Podré irme del país junto a mi hermana, costear su tratamiento y darle una vida sin tener que mendigar de cupones en descuento de cualquier supermercado. Enfoco mí mirada en la vía, apretando el acelerador con mi mano, impulsándome con gran velocidad. Parqueo finalmente en una gasolinera, colocando en la basura el vestido que llevaba y las toallas llenas de maquillaje. Admiro mi rostro lavado y el verde de mis ojos, que llama la atención junto al rubio teñido de mi cabello. Tomo unas cuantas golosinas para mi hermana, y las llevo a la caja. ─Buenas noches ¿Solo eso dese llevar? ─Inquiere amablemente el chico de cabello castaño que me miró de más desde que entré. ─Eso es todo, con una bolsa, por favor ─indico rápidamente, revisando los billetes que pude robar de la misión. Entrego uno de ellos. ─Quédate con el cambio ─murmuro, guiñándole un ojo. Tomo la bolsa en mi mano con las golosinas, haciendo rugir de nuevo mi Kawasaki negra. El rumbo hacia mi pequeña guarida es un poco turbio y largo, pero aprovecho de tomarme un tiempo para ver la ciudad del Bronx y su peculiar vida nocturna. Estaciono la moto en el garaje que he alquilado de la tienda de abarrotes. Dejo salir un suspiro, sintiendo el dolor en mis costillas, recordando que al escapar de los Vorys, me lastimé con la ventana del baño ¿En qué momento pensé que sería una buena idea? Pienso, negando con la cabeza una sonrisa… todo esto lo valdrá, pienso. Subo las escaleras curveadas y envejecidas del edificio lleno de personas con sueños truncados o muy mala suerte.  Saludo ondeando mi mano a uno de los vecinos, un anciano agradable llamado Bob. ─¿Qué tal todo por aquí, lograste ganar la partida de ajedrez? ─Cuestiono, dándole una sonrisa. Sus ojos oscuros se entornan. ─Ese patético de Ignacio casi llora cuando le maté a la reina ─murmura y a lo lejos se escucha al anciano de Ignacio, quejándose. Suelto una carcajada por eso, siguiendo mi camino… extrañaré esto. Creo que será lo único. Paso mi mano por el barandal, esbozando la sonrisa, y aspirando el aire lleno de polillas. Termino de llegar a la puerta de mi departamento, me inclino, tomando la llave debajo de la alfombra para colocarla en la ranura y empujar la puerta. Inmediatamente, enciendo las luces del departamento. ─¡Freya, te traje lo que más te gusta! ─Exclamo, espero unos segundos a que salga mi hermana de catorce años a arrebatarme la bolsa de golosinas como una drogadicta. Me deshago de los zapatos, frunzo mi cejo con desconcierto ¿Estará dormida? Camino hacia la sala, abriendo el refrigerador. ─¡Si no te despiertas, me los comeré todos! ─Agrego, aún sin recibir alguna respuesta. Lanzo la puerta del refrigerador, resoplando. Ruedo los ojos, dándome la vuelta. Mi cuerpo se congela, y mi corazón palpita con fuerza. La saliva se me seca, y trago con dificultad al encontrarme a tres sujetos de la magia Höfer, uno de ellos, amordazando a mi pequeña hermanita. Aprieto mis manos en empuñaduras, sintiendo el ardor de mis ojos inyectados en uno de ellos. ─¿Te comerás todos los dulces? ─Inquiere Rahul, la mano derecha del líder de la mafia, la cual he traicionado. ─¡Suéltenla! ─Exclamo con rabia, mirándoles. Poso mi mano en el costado de mi cadera, sintiendo la navaja afilada. Solo tengo una oportunidad y podría lanzarla en el cuello a Rahul. Los ojos negros y la cicatriz roja de su ceja, le dan un aspecto muy terrífico. Él suelta una carcajada, al igual que los otros dos idiotas. ─Querida… Agatha, nos debes mucho dinero, por eso has estado saldando la deuda con tu vida en las misiones, pero hoy ¡Nos has robado! Traicionaste la confianza de los hijos de la perdición, así que… nos entregas los malditos diamantes o me veré en la obligación de estrenar a tu hermana, que por cierto, se ve muy tierna ─amenaza, mi pecho arde ante las palpitaciones de mi corazón. Llevo mis ojos a los de mi hermana, que se denotan llorosos y asustados… espera ¿Diamantes? Me cuestiono rápidamente, chasqueando la lengua. ¡Demonios! *Rebobinemos unos instantes atrás, cuando pude escapar de los mafiosos con la bolsa de diamantes* Ante la adrenalina y quizás la estupidez en mi cabeza, fui a una casa de cambios, lancé tres diamantes rojos en el mostrador, pidiéndole suficiente dinero para pasajes, pasaportes nuevos y una nueva vida. En el camino hacia la gasolinera, encontré un lindo bosque, debajo de una piedra, recordando los pasos que hay que dar para encontrar el camino, oculté una cantidad. Luego entré por la escalera de emergencia de mi vecino Bob, mientras él jugaba ajedrez con Ignacio, escondí media bolsa en una de las tablas del piso, cubriéndolo con la alfombra, luego, en el barandal grueso de la escalera, escondí minuciosamente lo que restaba. En total fueron cien diamantes rojos, donde solo yo sé la ubicación. *Volvamos a donde nos habíamos quedado* Esbozo una sonrisa nerviosa, recibiendo la mirada enojada de Rahul, quien se levanta. ─No sé de qué diamantes hablas ─murmuro en una mentira. Él da unas zancadas hacia mí y retrocedo unos pasos, golpeando mi espalda del refrigerador. Su mano aprieta de repente mi cuello, mientras me olisquea de cerca. Bajo mi mirada, sintiendo cómo mis pies flotan del piso, sostengo su agarre, con fuerza. El aire me comienza a faltar. ─De verdad no entiendo cómo te hemos dejado vivir todo este tiempo, siempre has sido un problema con una cara muy bonita… Tarso querrá hacerse cargo de ti, y es mejor que recuerdes los diamantes o tu hermana sufrirá las consecuencias ─manifiesta en un gruñido, para soltarme. Toso, tratando de recobrar el aliento, levanto la mirada a mi pequeña hermana. Rahul me da la espalda. Hago además de colocarme erguida. ─Lo siento… Freya ─murmuro y ella asiente. ─Chicos, vamos a llevárselas al Boss ─demanda, y súbitamente, ellos se acercan a mí. Rahul sonríe sardónicamente. ─Vete a la mier… ─farfullo, pero me interrumpe un golpe muy fuerte en la cabeza. Llenándome todo de oscuridad. Escucho las olas del mar, y cubro mi rostro del sol tropical, sonrío al ver a mi hermana correr por la arena llena de felicidad. Sostengo mi daiquirí, guiñándole un ojo al apuesto mesero, que puede ser mi conquista para esta noche. Súbitamente, todo se torna oscuro y una nube gris se posa encima de nosotras, al igual que una gran ola del mar. Freya corre hacia mí, mientras trato de gritar. Abro los ojos con sobresalto, al sentir agua fría en mi rostro. Parpadeo, tomando grandes bocanadas de aire. Trato de estabilizar mi respiración al igual que mi nitidez visual. Encontrándome de repente con uno de los perros falderos de la mafia de los hijos de la perdición, mirándome con un balde de agua en la mano. ─Imbécil, así no se despierta a una dama ─murmuro sarcástica. ─Tú no eres una dama, eres una ladrona ─acota la voz del líder de la mafia, Tarso, el mejor llamado “Boss” un poco irónico porque no es nada imponente, a menos que lo hagas enojar. Aparece en mi vista de repente el dueño de esa voz, con un traje inmaculado y los brazos en la espalda, caminando con elegancia. Sus ojos azules de posan en los míos, mirándome desde arriba. Me percato que estoy atada a una silla, los pies y las manos. Miro hacia los lados, sin ver a mi hermana. ─¿Dónde está mi hermana, imbécil número uno? ─Inquiero sin temor, a veces creo que mi prepotencia me llevará a la muerte. Tarso Mazzotti me da una sonrisa. ─Querida Agatha, siempre has sido así… es algo que me gusta de ti, lo que no me gusta es que eres traicionera ¡Una ladrona de primera! ─Exclama, ¿Me debería de sentir halagada? Pienso, tratando de no sonreír. ─Oh, cállate, basta de halagos. No soy la mejor, soy buena ladrona pero hasta ahí ─menciono irónica. Él suelta una carcajada, acercándose más a mí. Inesperadamente, se inclina hacia mí. No me toca porque le tiene pavor a los gérmenes pero se acerca lo más que su voluntad puede de mi rostro. ─Sería una lástima desperdiciar tu talento ¿Cierto? Además eres la única que sabe dónde están los diamantes ─acota y asiento sin pensarlo. ─Ciertamente, así que deberías de desatarme, devolverme a mi hermana y comamos perdices felices ─propongo, levantando una ceja. Mi corazón no ha dejado de latir desbocado, estoy muy asustada, cagada, sin duda alguna. Pero soy buena fingiendo demencia. ─¿Qué pasaría si asesinamos a tu hermana? ─Cuestiona, dándoles una mirada a sus secuaces. ─Los mataría a ustedes, comenzando contigo ─respondo en un gruñido, haciendo ademán de soltarme, cosa que termina siendo inútil. Tarso se endereza, mirándome desde abajo y mis ojos arden del enojo. ─Eres muy linda, pero en este momento me duele la cabeza, tenemos a la maldita mafia de los Vorys olisqueando nuestros cuellos, y sin razón porque… ¡No tenemos los malditos diamantes! ─Exclama, sosteniéndose el cabello azabache con frustración, él no es de salirse de sus cabales muy seguido, muy pocas veces le he visto flaquear. Toma una bocanada de aire, acomodándose el cabello algo largo hacia atrás, para posar de nuevo el azul de sus ojos. ─No quiero perder el tiempo contigo, sé que si matamos a tu hermana, te irás a la tumba con ella y los diamantes antes de decirnos dónde están… en serio tienes las bolas que les faltan a Rahul ─murmuro, mientras los demás ríen ante su broma personal. Niega con la cabeza. Pestañeo, arrugando mi entrecejo con desconcierto. Observando cómo se retiran dejándome en lo que parece ser un maldito cuarto de la tortura. ─¡Imbéciles, vuelvan, no se atrevan a dejarme aquí! ─Farfullo, vislumbrando cómo cierran la puerta metal detrás de ellos. ─Joder ─murmuro, mirando a mí alrededor y olisqueando el hedor a humedad junto a otras cosas de las cuales no deseo pensar. Suspiro, bajando la cabeza, sintiéndome débil con un dolor de cabeza intermitente. Mis ojos se escuecen, pensando en mi hermana, pero me trago la tristeza como siempre. Es mi culpa, no debería de colocarme triste, debería de estar enojada conmigo misma. Cierro los ojos un momento, las horas pasarán más rápido de esa manera, pienso. Intento moverme para zafarme del amarre por enésima vez, ya he perdido la cuenta de las veces que lo he intentado y las horas que han transcurrido en este lugar. ─Esos sin bolas si saben amarrar bien a alguien, es único que saben hacer bien ─murmuro en mi soledad, aburrida de mis pensamientos. De repente, el sonido de la puerta de metal se abre, llamando mi atención en esa dirección, una bandeja de metal con comida y agua se desliza por el piso. Ruedo los ojos. ─¡Genios! ¿Cómo voy a comer si estoy atada, telepáticamente? ─Inquiero sarcástica, frustrándome aún más al ver la comida y trago con sequedad ante la sed. Se vuelve a abrir la puerta, pero esta vez, dándole paso a Rahul, quien truena sus nudillos, mirándome con odio. ─¿Por qué mejor no hacemos las pases y nos abrazamos? ─Propongo, apretando una sonrisa. ─Eres una zorra ladrona, ¿Qué te hace pensar que quiero abrazarte? ─Cuestiona con certeza. Hago una mueca aprobativa. ─Soy una buena zorra, si quieres, puedo darte una probada… si me sueltas, podré hacerte sentir muy bien ─Finjo, dándole una sonrisa, a ver si imitando mi trabajo, puedo hacerle caer en la trampa. Rahul se acerca a mí y me sobresalto cuando inclina la silla donde me encuentro. Admiro su cicatriz, que en definitiva le da un aspecto como al león malo del Rey león, quien fue mi crush cuando era pequeña ¿Así de problemas paternales tenía? ─¿Sabes que a nosotros nos cortan las pelotas, a las súbditos de Höfer? ─Cuestiona, sabía de eso, pero chasqueo mi lengua. ─Sí, pero pensé que igual se te animaba el amiguito ─murmuro con pedantería, esbozando una sonrisa. Él me empuja de nuevo, hago un mohín ante la incomodidad de estar sentada en esta posición tanto tiempo. ─Otra cosa es que tengamos valores dentro del clan, uno es no meternos con zorras como tú, eres parte de los hijos de la perdición, así lo niegues y nos traiciones ─declara, escupiendo con desagrado el suelo. Ruedo los ojos, antes sus tontas normas de clan de mafiosos. ─De lo que te pierdes ─comento, llamando su atención. Gira a verme con odio, dando unos pasos que se interrumpen cuando la puerta se abre de nuevo. Él baja el puño que me iba a proporcionar, para colocarse erguido ante el Boss. ─Llegó tu papi ─menciono hacia Rahul. Él carraspea, acomodándose el saco del traje. Los ojos azules de Tarso se posan recriminatorios hacia su súbdito. Trato de no carcajearme, pero no lo puedo evitar. ─Rahul, ayuda a Agatha a tomar agua ─demanda, él traga con dificultad, lleno de odio hacia mí. Se agacha tomando la botella del suelo, para abrirla hacia mí. ─Con delicadeza, por favor ─digo, abriendo levemente el agua. Rahul la inclina, vertiéndola en mi boca. Agradezco el líquido que refresca mi garganta. Él termina echándomela encima con desprecio. Toso ante el ahogamiento leve. ─Basta ─manifiesta, Rahul se coloca de brazos cruzados en una esquina. Y pensar que él es uno de los principales despiadados y violadores de este clan lleno de basuras. ─Agatha, querida ¿Has pensado mejor dónde están los putos diamantes? ─Cuestiona el Boss, caminando hacia mí. Tomo una bocanada de aire. ─Quizás sí, quizás no ¿Piensas motivarme? ─Propongo hacia él. Si me cortará la garganta, espero que sea luchando y no dándoles lo que quieren. Pienso, colocando mis pupilas en él. ─Podría motivarte… dándote de regalo, pedazos de tu hermana, estará viva, pero al paso que vamos, obtendrás solo un muñón de ella ─declara, provocándome temor de alguna manera. Sé que él podría hacer eso y más. Pestañeo, sin poder replicar ante su amenaza. ─Pero… no te preocupes, eres nuestra pequeña Agatha, solo que, me das mucho dolor de cabeza. Mientras pienso qué haré contigo, te daré a uno de mis hijos ─menciona, entorno mi cejo. ─Yo no soy un objeto ─gruño con enojo. ─No, no lo eres, pero me has traicionado ¿Quieres que simplemente te deje libre? ¡Te equivocas! Seguirás trabajando para nosotros, pero no verás ni un centavo. Solo hasta que se me ocurra qué hacer contigo ─acota, con el azul frío de sus ojos. Muevo mis muñecas adoloridas por el roce de la soga, quemando mi piel. Hago un mohín sin quitar mi mirada de odio. ─Para cerciorarme de que no intentarás escapar, le pertenecerás a mi hijo. Irás a todos lados con él, harás lo que él demande, así sea caminar desnuda en fuego ¡Eres de él! A parte, te dará tiempo para que me des los malditos diamantes ─explica y trago con dificultad. ─¿Cómo sabré si mi hermana estará bien? ─Pregunto, encarando mis ojos en él. ─¡Tráiganla! ─Demanda con rudeza. Mis luceros se abren al ver a mi pequeña hermana tratando de zafarse del amarre de los hombres. Ella lo hace, corriendo hacia mí. Aprieto un sollozo, sintiendo su abrazo. ─Freya… lo siento tanto, quería darnos la libertad, huiríamos de aquí… pero… ─balbuceo, admirando el marrón de sus ojos y el largo cabello rubio cayendo a los costados de su rostro en cascada. ─Tranquila, te creo. No estoy enojada contigo ─dice con su dulce voz. Admiro con una sonrisa su rostro. ─Eres muy madura para tus catorce años ─murmuro con gracia. ─Lo aprendí de la mejor ─declara, rompiéndome el corazón. ─¡Tarso! ─Llamo al líder. ─Prométeme que no le harán daño… por favor, sino, no verán nunca los putos diamantes ─manifiesto, Freya se coloca a mi costado. ─Maldición, Agatha, eres un dolor de cabeza… está bien ─dice finalmente el Boss, apretando mandíbula. ─¡llévensela! ─Demanda, Freya me abraza, sollozando, mientras que ellos la arrebatan de mí. ─Te amo, pioja ─murmuro, ella asiente. ─Te amo ¡Deja de ser tan dura! ─Exclama, refiriéndose a mi coraza. Observo cómo la sacan del lugar con mi corazón en ella. Tomo una bocanada de aire, resoplando. Para dejar mi rostro cabizbajo… seré el títere de alguien. Pienso con dolor. ─¡Donovan! ─Llama el Boss, nunca había escuchado ese nombre. Levanto mi mirada, encontrándome con un sujeto alto, fornido de cabello castaño y lleno de tatuajes. Frunzo mi cejo ¿De dónde han sacado a este sujeto? Me cuestiono. Él me mira, escaneándome por completo, dándome una vista del gris de sus ojos. Se recuesta de una de las paredes, sacando un cigarrillo de manera despreocupada. ─Te dije que no quiero ninguna mujer como garrapata ─gruñe de manera despectiva hacia mí. Le observo con enojo, respirando desnivelada mente. Es sumamente atractivo, pero dudo que se una joya de persona, ninguno de la mafia Höfer lo es, y menos un hijo del Boss. ─Donovan, no me interesa lo que digas ¡Hazte cargo! ¿O quieres que te recuerde lo que hiciste? ─Inquiere de manera muy personal Tarso hacia su hijo. El que parece un semidiós, toma una gran calada de su cigarrillo. Lanzándolo al suelo. ─A la mierda, por lo menos me divertiré un poco domando a esta fiera ─murmura, esbozando una sonrisa que estremece todo mi interior. ─Ya veremos ─amenazo, levantando una de mis cejas. 
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