Al llegar al destino, de lo que parece ser un restaurante pequeño pero elegante. Él pasa una de sus manos por mi espalda, atrayendo mi cuerpo al suyo con posesión. El tacto me proporciona una especie de electricidad excitante, que me lleva a apretar mis manos en empuñaduras, para evitar el gemido que quería salir con fuerza.
Elevo mi mirada, cuando nos detenemos, encontrándonos con un chico rubio de sonrisa deslumbrante y lentes de pasta negra.
─Bienvenidos a Monteviedo señor y señora Salvatore─ informa y mis ojos buscan a Alejandro, pero su respuesta se limita a una sonrisa.
─Les indicaré su mesa─ anuncia el chico. Para caminar a su espalda.
Mis ojos vislumbran el lugar, lleno flores de primavera y con la música de fondo, tocando algún compositor italiano. Suspiro al ver a las parejas sentadas, mirándose con amor. El ambiente del lugar es tranquilo y romántico, hasta que mis ojos se encuentran con los de Salvatore, cuando nos sentamos uno al frente del otro y nuestras rodillas chocan levemente ante la pequeña mesita que solo es alumbrada por unas velas, dándonos una penumbra personal... aquí es cuando todo pasó de ser romántico a algo excitante.
─Es hermoso, este lugar─ murmuro, viendo cómo el chico llena las copas de vino de la Toscana.
─Gracias─ acota Alejandro.
─Apuesto que este lugar es tuyo ¿Cierto?─ Inquiero achinando mi mirada.
Él me da una sonrisa en respuesta.
─Tacaño─ suelto con gracia.
─Me gusta darte lo mejor, y resulta... que tengo lo mejor─ menciona, haciendo cata de su vino, para tomar un sorbo de él y pedir dejar la botella.
─Te ves deliciosa, déjame acotar─ añade, inclinándose hacia adelante.
Mis mejillas rápidamente me traicionan, calentándose ante ese comentario, pronunciado con la voz gruesa y ese acento poco tenue de España.
─Si quedas con hambre, puedes comerme─ suelto. Apretando mis muslos. ¿Qué he dicho? La Katherina indebida aparece de la nada.
─Sería un placer para mí, saciar mi hambre contigo... créeme, tengo mucha─ gruñe, tomando un sorbo más de su copa.
Carraspeo, pensando que las personas pueden escucharnos. Para darle un sorbo a mi vino, que me llega a resultar exquisito.
Inesperadamente, el mesero se acerca con una bandeja con varios platillos, incluyendo pasta al pomodoro y mejillones al gratín, junto con huevos benedictinos. Al dejarlos en la mesa, mis ojos se abren sorprendidos con tantos platillos, que no hemos pedido.
─Bueno, ya veo que me quieres engordar para que nadie pueda verme─ menciono, aspirando el olor de la deliciosa comida.
Él niega con su cabeza, arrastrando una sonrisa.
─Créeme, te verían. Eres algo sublime de admirar, solo mírate... Joder, esos labios me estás incitando con descaro, es mejor que comiences a comer, porque te quiero de postre─ declara, haciéndome tragar con dificultad.
Él eleva un tenedor con pasta al pomodoro, para llevarlo a mi boca. Cuando la degusto, sus ojos no dejan de observarme.
─Está deliciosa─ murmuro a medio masticar.
─Cómo tú...
─Alejandro, si me quieres coger, vamos al baño─ digo, dejando una sonrisa, para hacer ademán de levantarme.
Su semblante se convierte en un poema, atónito.
─¿No me crees capaz?─ Inquiere, levantándose.
─Nunca dije eso─ murmuro, tomando su mano.
Él me detiene, para hacerme girar y ver su cara.
─Bien, eso me ha excitado mucho más, pero quiero comer contigo, tener una cita romántica─ acota.
Asiento, volviendo para retomar mi lugar, al igual que él. Con una sonrisa, hacia él, tomo un bocado de la pasta. Él se muerde el labio inferior, y lo remoja mientras sus ojos no me dejan de mirar. Cada que puede, durante la comida, lo hace. Es como si él disfrutara verme saborear cada bocado, es fascinante verlo hacer eso.
Cuando los platos quedan vacíos y nuestros estómagos satisfechos. Él pide otra botella de vino, dejándome curiosa. Sus ojos se plantan en los míos y sus manos se mueven nerviosas. ¿Qué le ocurre al Dios griego?
─¿Estás bien?─ Pregunto, desconcertada.
Él carraspea, dejando su cuerpo en el respaldar de la silla. Para hurgar en su chaqueta de traje. Mis ojos observan su acción, él la saca, pero de manera súbita se levanta de la silla, caminando unos pasos para llegar al lado de mi asiento. Su sonrisa resplandece en sus comisuras, pero se denota algo nervioso, como expectante.
Toma una bocanada de aire y la deja salir, para hurgar de nuevo en su saco.
─Me estás asustando, qué ocurre Alejandro─ pido, casi en suplica.
Saca una pequeña cajita blanca de su saco, la miro confundida. Para de repente, ver cómo él se arrodilla ante mí. Las miradas y los murmullos se avivan inesperadamente cuando caigo en razón al ver la sonrisa de travieso que aparece en su rostro. Hijo de...
─¿Qué estás haciendo Alejandro? ─ Le regaño bajito.
─Lo que tenía que hacer, hace mucho tiempo. ─Contesta sin quitar su gesto.
─Señorita Katherina Capuleto, ¿me harías el honor de casarte conmigo y ser completamente mía? ─Sus palabras aceleran mi pulso.
Abre lentamente la cajita hacia a mí, convirtiendo ahora mi semblante en un poema. En ella veo un hermoso anillo con un diamante ahora de color nacarado.
─¿Quieres caminar vestida de blanco hacia mí, volverme loco al verte y amenazar a todos los hombres que te vean?, ¿hacer el amor todos los días y que me pidas más?, ¿volvernos viejos y calenturientos juntos? ─Argumenta con una sonrisa peculiar en su magnífica boca.
Esbozo una sonrisa, sintiendo cómo mis ojos se escuecen ante esta gracia.
─¿Qué dices? ─Agrega.
─Lo siento... yo...
Su semblante se paraliza ante mis palabras
─Es broma, que sí, obvio acepto─ suelto de repente, escuchando cómo las personas que suspiraban, ahora aplauden dándonos las felicitaciones.
Me abalanzo encima de él, tomando sus labios, para besarlos.
─Levántate, porque te quiero de rodillas luego para otra cosa─ murmuro en sus labios, provocándole una mirada sugestiva.
Luego de que se levanta, me desliza el anillo justo encima del anterior. ¿Cuántos anillos me piensa dar para darse cuenta que soy suya?
─¿Lo hiciste a propósito? ─Le pregunto, viendo cómo vuelve a su silla.
─Quiero darte todas las experiencias, y ver tu rostro sonrojado, es un placer culposo para mí─ dice, tomando mi mano para suavizar mis nudillos.
Hago lo mismo, acariciando su mano. Pidiéndole en suplica que nos saque de aquí para tomarnos como de debe. Él entiende mi gesto, sujetando mi mano para salir del lugar. El chico nos felicita al salir, para ocultarnos rápidamente dentro del auto. Decido manejar de nuevo, sintiendo cómo mi sangre hierve ante la cercanía de él.
─Katherina...
Pronuncia, cayendo en cuenta que voy a casi doscientos en el kilometraje. Bajo la velocidad, esbozándole una sonrisa.
─Lo siento, me emocioné─ digo, apretando con mis manos el volante.
Súbitamente, siento su mano en mi muslo, erizando y avisando mis sentidos como una explosión.
─¡Quita la mano de ahí si no quieres que choquemos!─ Grito sobresaltándolo.
─Perdóname, amor... es que...
─Ya ni nos hemos casado y ya me estás gritando como una esposa─ dice con gracia para carcajearse.
─Bueno, una probadita de lo que pasará si te casas conmigo─ menciono, girando el volante de repente, haciendo que su cuerpo choque contra la puerta del copiloto.
─Ya no hay vuelta atrás─ murmura, llevándome a verle, con una sonrisa.
Cuando nuestros cuerpos se ocultan en el ascensor, mi respiración se convierte en un manojo de descontrol, acelerada en mis pupilas transmito deseo puro, hacia la figura que se encuentra parada a mi lado, que emite un calor excitante. Sus dedos rozan el dobladillo de mi vestido, para subirlo y rozar sus dedos en mi piel desnuda.
Dejo salir un suspiro ante esa sensación, para empujarle hacia la pared metálica y tomar sus labios, sin pudor y con el hambre sin saciar. Mis manos viajan por su torso, casi devorando la tela de su camisa, queriendo arrancarla de su piel.
─Katherina, estamos en el ascensor─ dice en mis labios.
─¿Qué nos detiene?─ Inquiero, presionando el botón de emergencia, deteniendo el andar del ascensor, provocándonos un movimiento algo brusco.
Una luz roja se enciende en la caja, creando un ambiente excitante con nosotros dentro a punto de desbordar la pasión inmaculada que nos lleva a arrancarnos la ropa como animales sedientos de nuestros cuerpos. Mis labios se separan, para gemir cuando siento su aliento en mi sexo, me sostengo de sus hombros, mientras me apoyo del espejo detrás de mí.
─Así te quería, de rodillas ante mí─ gimo, llevando mi cabeza hacia atrás.
Escucho cómo jadea, levanto su rostro para besarlo, sintiendo mi sabor plasmado en su boca. Sus ojos están oscurecidos de deseo y mi sexo palpita por tenerlo.
─Mía─ gruñe, mordiendo la piel de la curvatura de mi cuello de manera leve. Llevándome a dejar salir un gemido ahogado.
Mi pulso está acelerado, mi piel erizada, y mi cuerpo estremecido. Me separa las piernas, llevándolas detrás de él, para introducirse dentro de mí. Sus embestidas comienzan lentas y suaves, hasta que tomo su trasero, suplicándole más, para sentir cómo su placer se desborda dentro de mí. Comienza a besarme el cuello bajando a mis pechos, atrapa mis pezones en su boca, uno por uno haciéndome gemir como cual desesperada, embistiéndome con fuerza.
Llega a mis labios, dándoles un beso con una mordida.
─Mío─ gruño, arqueando mi espalda para sentirlo más dentro de mí. Mi cadera de abre, y mis piernas se tensan al igual que mis músculos. Al sentir las acometidas del orgasmo. Mi sexo atrapa al suyo, para mover mi pelvis rápidamente y provocarle el estallido de su orgasmo, llenándome con un grito gutural.
─¡¿Hay alguien ahí, se encuentran bien?!─ Exclama de repente una voz que viene desde arriba.
Los ojos de Alejandro me observan, para carcajearnos de la risa y correr a vestirnos con velocidad y torpeza. Él se agacha, para terminar de colocarme uno de los tacones. Esbozo una sonrisa, al mirarnos en el espejo del ascensor. Con mi cabello revuelto y su corbata chueca y labios hinchados con mi labial.
─Lo estás disfrutando─ comenta, levantándose.
─No tienes idea─ digo, tomando su mano, para presionar el botón de emergencia de nuevo. Haciendo que la luz roja se desactive junto a un pitido y la caja metálica comience a subir de nuevo. Las puertas se abren, al llegar a nuestro piso.
Encontrándonos con un grupo de personas y un oficial de la policía.
─Tienen que acomodar el ascensor, tiene un falla─ menciona Alejandro luego de un carraspeo incómodo.
Suelto una carcajada que tenía retenida, para sentir cómo él aprieta mi mano.
─Lo sentimos, señor Salvatore, no volverá a ocurrir─ dice el encargado del lugar. Pareciendo muy nervioso ante la presencia de Alejandro.
Él asiente y nos encaminamos al departamento. Al entrar con prisas y cerrar la puerta detrás de nosotros. Me acerco a él, besando sus labios. Para acariciar los cabellos de su nuca.
─No sabía que el amor era así... de lo que me estuve perdiendo por no haberte encontrado antes─ dice, mirándome casi atónito.
─Estamos a tiempo, para sentirlo todo, mírame y estaré bien... porque sé que cuando me miras, estás amando lo nuestro.─ Declaro, besando sus labios, para sellar nuestra promesa casi inevitable.
Porque en sus luceros azules vi mi comienzo y temo ver mi final.