Las risas estallan. No logro reprimirlas, surgen a borbotones y por inercia. ¡Qué ridiculez más grande! ¡Qué pobre diablo más perturbado! ¿En serio es capaz de creerse semejante idiotez? A la vista está, que sí. —Ya te lo dije, Nicci. —Espeta conteniendo la rabia que sé, le provoca mi actitud. —Búrlate, insúltame o riéte cuánto gustes. A fin de cuentas tu vida, está literalmente en mis manos, y yo decido qué hacer con ella. Inmediatamente escucharle esa oración llena de maldad, las risadas cesan. —Eres un asco de persona. —Siseo venenosa. —Un déspota. Un infeliz. —¡Anda! —Incita de espaldas a mí, cruzando el marco de la habitación, —Dime qué más soy. Algo que no sepa, claro está. —Te aborrezco., y nunca va a cambiar. Nunca. Se encoge de hombros, aumentando mi enojo. Cie