El corazón palpitaba con fuerza en mi pecho, golpeando con ferocidad. ¿Qué demonios estaba sucediendo...?
Jamás había escuchado voces distintas a la de Susan. No sabía cómo reaccionar, y la sensación de inminente desgracia se acrecentaba. El apretón en mi muñeca se tornó más firme, sacándome de mi propio mundo.
Un par de ojos vibrantes de azul me observaban con curiosidad y confusión. A la luz de la luna, pude apreciar las diminutas motas plateadas que nadaban en sus iris. Era verdaderamente cautivador. Nunca lo había visto bajo esta luz. Nunca lo había percibido tan... atractivo.
No, eso era el vínculo de pareja. A Susan le agradaba la calidez emanando de donde su palma se encontraba con mi piel. Mi sangre ardía con la proximidad entre nosotros.
"¿Qué estás haciendo, Eva?" Su voz ronca envolvió mi corazón con suavidad de terciopelo.
Mi cuerpo no respondía como yo esperaba. Estaba desconcertada. No era lo que había previsto.
Intenté articular algo, pero no salió palabra alguna. ¿Cómo le dices a alguien que estabas a punto de darle muerte por misericordia? Era inimaginable, sin importar cuán bajo fuera su rango.
"¿Has inspeccionado aquí abajo?", una nueva voz irrumpió desde fuera de la puerta. "¿Estás segura de que no hay nadie?"
Era el Príncipe Reagan. Seguramente me buscaba y se notaba preocupado.
"No, señor, no hay nadie", contestó otra voz.
"No podía haber desaparecido así sin más. Debe de estar cerca. Tenemos que hallarla", le reprendía a quienquiera que hubiese estado hablando.
Abrí la boca para decirle que estaba allí, pero una mano se posó en mi boca y me giró, dejando a Zander tumbado sobre mí, su cuerpo oprimiéndome.
Mis ojos se abrieron de par en par y empecé a debatirme en su agarre.
Oh, no, ¿en serio estaba intentando jugar conmigo ahora? No, bajo ninguna circunstancia permitiría que eso sucediera.
Traté de apartarlo con una patada, pero de algún modo me mantuvo sujeta, inmovilizando mis manos y piernas debajo de él.
Entonces, como antes, su voz recorrió mi mente. Era la de Zander.
¡Demonios! ¡Nos hará matar a todos!
Sacudí la cabeza. ¿Qué me estaba ocurriendo?
Zander apretó más fuerte. Respiraba entrecortadamente, y finalmente me rendí. Era más fuerte que yo y sabía que no podía resistirme de esa manera.
"Sigan buscando", ordenó Reagan, y luego oí sus pasos subiendo las escaleras de cemento.
Tras un poco más de espera, Zander finalmente se despegó de mí y se apartó. Me levanté y lo miré con rabia.
"¿Estás loco?", le susurré. "Acabas de tocar a la hija de un Alfa sin permiso."
Inclinó la cabeza hacia un lado y me miró fijamente, como si estuviera buscando algo. Algo que, estaba segura, ya sabía si podía oler mi aroma.
"¿Comprendes la magnitud de esto?", me pasé una mano frustrada por el pelo. "¿Entiendes lo que esto significa?"
Siguió mirándome como si fuera un completo idiota. No sabía si era porque era duro de oído o qué, pero el hombre permanecía inmóvil como una roca.
Inhaló profundamente y cerró los ojos por un instante.
Lo sabía.
Cuando volvió a abrir los ojos, solo confirmó lo que temía. Sabía que yo era su compañera.
"Eres..."
Levanté la mano. "No te atrevas a decirlo. Prohíbo que pronuncies esa palabra."
Esto era un error. Yo era la hija de un Alfa. Debería estar con un Alfa.
"No, estamos destinados a estar con él, lo siento en nuestras entrañas", suplicaba Susan. Ella deseaba esto, pero yo no. No podía permitir que nos implicáramos en esta artimaña. Tenía una manada que considerar. Una línea de sangre que debía continuar.
"Tengo que irme."
Salí disparada del sótano como si estuviera en llamas. Necesitaba encontrar al Príncipe Reagan. Debía convencerlo de que estábamos hechos el uno para el otro, incluso sin el vínculo de pareja. Subí las escaleras de dos en dos, sintiendo cómo los tacones castigaban mis pobres pies con cada paso.
Finalmente llegué arriba, pero me quedé quieta al olerla.
Se me heló la sangre, y mi lobo se puso en alerta máxima. El olor metálico de la sangre y el penetrante aroma de la muerte llenaron mis fosas nasales.
Un nudo se apretó en mi estómago, y mi corazón se hundió en el suelo.
"Papá", grité mientras corría hacia el salón de baile donde lo había dejado a todos. Me quité los tacones, presionando mis piernas al máximo.
Todo seguía en silencio en el jardín, pero algo parecía estar mal.
Subí los escalones que conducían a la entrada de la mansión. Irumpí por las puertas del salón de baile y vi el horror que se había desatado.
El rojo teñía cada rincón de la habitación. Manchaba los suelos de mármol y las inmaculadas cortinas blancas. El suelo estaba plagado de cadáveres, tanto humanos como lobos.
El letrero gigante de "Feliz cumpleaños, Eva" estaba partido en dos, colgando de los pilares.
Cuerpos desperdigados en el suelo, como confeti. Apenas podía creer lo que veían mis ojos.
¿Qué había sucedido? ¿Quién podía haber causado semejante masacre en un día de celebración?
Salvajes.
Deben de haber sido ellos. Las criaturas más despiadadas y viles.
Recorrí la escena con el corazón apretado. ¿Quién perpetraría tal acto? Y justo durante
una festividad.
Entré con cuidado en el salón de baile. Mis ojos escudriñaron el cementerio que había ante mí. No importaba a dónde mirara, solo veía muerte.
Podía identificar cada uno de los rostros sin vida que me devolvían la mirada. Los conocía a todos. Habían sido personas que me habían protegido. Nos habían querido a mí y a mi familia. Nos habían sido leales.
Necesitaba saber si mi padre estaba allí. Quería saber si también lo habían atrapado de alguna manera. No quería verlo así, sin vida como el resto, pero necesitaba comprobarlo por mí misma.
Las lágrimas inundaron mis ojos mientras recorría aquel terrible escenario. ¿Quién sería capaz de hacer algo así? Y en un día de celebración...
Salvajes.
Debían de ser ellos. Los seres más despiadados y viles.
Busqué y busqué, pero no pude encontrar el cuerpo de mi padre. ¿Había logrado escapar? ¿Lo tenían como prisionero?
Todas estas incógnitas llenaban mi mente.
Estaba llegando al final del pasillo cuando un salvaje saltó de la nada. Sus pequeños ojos brillantes se clavaron en los míos. Estaba desaliñado y tenía las manos manchadas de rojo, seguramente por la sangre inocente que habían derramado.
"Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Un pequeño rezagado", se burló de mí. "¡Chicos, hemos atrapado a uno."
Los salvajes emergieron por las entradas del salón de baile y me rodearon.
El miedo paralizó mi cuerpo, y me quedé quieta. Me superaban en número, diez a uno. Incluso en mi forma de lobo, no podría hacer frente a todos a la vez. No era lo suficientemente fuerte ni habilidosa.
"Por favor...", mi voz se quebró, y una lágrima rodó por mi mejilla.
"Ay, mira, está llorando", el salvaje se burló en mi rostro. "No te preocupes, cariño, haremos que esto sea lo menos doloroso posible. Pero, ¿dónde está la diversión en eso?"
Los otros salvajes rieron, lo que incrementó mi pánico.
Los salvajes avanzaron hacia mí. No tenía a dónde huir ni dónde esconderme. Era un blanco fácil.
Los salvajes dieron otro paso amenazador antes de erguirse y ponerse firmes. Saludaron y desviaron la mirada detrás de mí.
"Alfa."
"Descansa."
Esa voz. No podía ser.
Me volví y me encontré frente a frente con el mismo hombre a quien había intentado estrangular momentos atrás. Había tenido sus manos alrededor de su cuello, y mi corazón estaba decidido a quitarle la vida. Y sin embargo, allí estaba él, alto y lleno de autoridad.
Todos los salvajes inclinaron la cabeza en señal de respeto hacia Zander. Lo llamaban Alfa y se sometían a él. Era su líder.
Entendí de inmediato.
Sus heridas habían sanado rápidamente. La fuerza que tenía sobre mí, a pesar de ser solo un Omega, el vínculo de pareja que compartíamos.
Era inaudito que un lobo de sangre Alfa estuviera ligado a alguien de rango inferior. Ahora todo cobraba sentido.
Zander no era simplemente un Omega. Él mismo era un Alfa.
Zander me miró con ojos fríos y distantes.
Lo miré con fijeza, helada y sin saber qué hacer o decir a continuación.
"Zander...", mi voz se quebró mientras lo miraba intensamente. Él era el Alfa rebelde.
Pero, ¿cómo era posible?
¿Había fingido ser débil todo este tiempo? ¿Formaba parte de su plan?
Habíamos permitido que la serpiente entrara en nuestro jardín.
Zander se acercó a mí como un depredador a su presa. Me quedé parada, rodeada de enemigos. Mi manada y mi familia habían desaparecido por completo.
Se detuvo frente a mí. Sus ojos me miraban con disgusto y fastidio.
Puso un dedo debajo de mi barbilla y elevó mi rostro. Sus ojos azules me atravesaron como una espada de doble filo.
Por un lado, temía por mi vida, y por otro, mi cuerpo ardía al estar tan cerca de mi pareja.
"Mátala." Dos palabras que casi destrozan lo que quedaba de mi corazón.
"¿Qué?" Grité.
Me dio la espalda y comenzó a alejarse.
"No, ¡no puedes hacer esto!", grité tras él, pero no se detuvo. "Somos pareja y estamos predestinados, Zander."
Sus pasos se detuvieron. Se giró para mirarme de frente. La distancia entre nosotros era de apenas dos metros, pero parecía que nos separaba un océano.
"Yo, Zander Wilson, te rechazo a ti, Eva Smith, como mi compañera."
El dolor me golpeó de lleno. Me doblé, la intensa presión en el pecho casi me impedía respirar. Me sujeté el pecho, rogando que mi corazón siguiera latiendo.
La habitación giró, y me encontré en el suelo.
Lo último que recuerdo es la fría sonrisa en el rostro de Zander mientras veía cómo perdía el conocimiento y me alejaba de este mundo.