Capítulo 3: Puntos en común

1956 Kata
Punto de vista de Aria Mis ojos se agrandaron, mis manos se congelaron a mis costados y mi corazón comenzó a latir con fuerza. —¿Estás interesado en algo? —bromeé, respondiendo al modo en que Noah me había tratado en el callejón. A pesar de mi vestido revelador, la promiscuidad no estaba en mi naturaleza. Pero una parte de mí estuvo tentada de subir un poco el dobladillo de mi vestido para el hombre que estaba a mi lado. ¡Contrólate! Pensé. —No —respondió Noah, sus ojos volviendo a la carretera. —No parecía así en el bar —murmuré—. Fuiste muy rápido en rescatarme. —Solo porque la pelea habría sido injusta, y un hombre no debería pelear con una mujer a menos que tenga una buena razón —respondió Noah con frialdad. —¿Y tenías una buena razón en el callejón? —Dije con calma. —Estabas interfiriendo con mi negocio —replicó. —¿Y qué negocio sería ese? —Yo pregunté. —No es de tu incumbencia —susurró. Condujimos en silencio por un rato. La atmósfera entre nosotros estaba llena de tensión e inquietud, ninguno de los dos estaba dispuesto a relajarse frente al otro. —¿Cómo conoces a Atlas? —dijo Noah al final, de seguro sintiendo el peso del silencio. —Eso no es de tu incumbencia —dije, haciéndome eco de su respuesta de antes, —pero si quieres saberlo, Atlas y yo trabajamos juntos a veces. No importa la situación, no pude revelarle mi verdadera vocación a Noah. Sin importar los tratos en los que estuviera involucrado en la ciudad exterior, todavía era de la clase alta. Su ceño se frunció ante mi respuesta, aparentemente descontento con ella. —¿Y tú? —Pregunté, pensando que tal vez teníamos algún tipo de terreno común. —De seguro de la misma manera que todos conocen a ese sinvergüenza —dijo Noah con una leve sonrisa—. Él y yo somos amigos desde hace años, lo cual no significa mucho cuando se trata de hacer negocios con él. Resoplé ante su respuesta. —Estoy muy de acuerdo con eso —dije con una pequeña sonrisa—. Hay ocasiones en las que ese hombre es un amigo y otras veces en las que es solo una molestia. Noah asintió. —Tengo que preguntarte —dijo después de unos momentos de silencio, —pareces una persona decente, entonces, ¿por qué haces ese tipo de trabajo? Fruncí levemente el ceño, recordando que él todavía pensaba en mí como una trabajadora s****l. —Podría pedirte lo mismo: un hombre de aspecto decente, vestido muy elegante y conduciendo un coche caro —dije un tanto a la defensiva. —¿Qué propósito podrías tener aquí a primera vista aparte de mojar tu mecha o drogarte que no puedes encontrar en el centro de la ciudad? —Como dije antes, negocio familiar —fue su respuesta—. ¿Te importaría decirme adónde voy? No estoy muy familiarizado con esta parte de la ciudad. Me imaginé tanto. El niño rico de seguro nunca antes había estado tan lejos en el desierto. —Gira a la izquierda por esta carretera y luego sigue recto hasta Morweth's Pass —le ordené. El coche se estremeció y saltó cuando los neumáticos tocaron la carretera irregular, desgastada por años de negligencia municipal. Estábamos a mitad de camino cuando el auto chocó contra algo fuerte en el camino y el capó comenzó a echar humo. —¡Mierda! —Noah siseó cuando la camioneta se detuvo. Punto de vista de Noah Mi primer instinto fue un pinchazo debido al lamentable estado de la carretera. Sin embargo, el humo que se elevaba desde el capó sugería un problema diferente. Salí del auto e intenté abrir el capó, pero parecía estar atascado. Los fabricantes de automóviles comenzaron a hacer que los mecanismos de sus productos fueran más resistentes debido a la fuerza del ciudadano promedio, y mucho menos un Alfa. El capó necesitaría al menos dos personas para abrirlo. —¿Necesito una mano? —preguntó Aria mientras ella también salía del vehículo. No tenía más remedio que aceptar su ayuda. Asentí y le dejé algo de espacio a mi lado para que ambos pudiéramos agarrar bien el capó. Logramos abrirlo, provocando que una enorme nube de vapor y humo surgiera del motor. Levantar los brazos hizo que el vestido de Aria se subiera, revelando la mitad inferior de su trasero perfectamente formado. Esta mujer era absolutamente impresionante y, de hecho, encontré que mis pulmones comenzaban a perder aire. El deseo surgió dentro de mí y la miré no como una prostituta, sino como la mujer sexy que había capturado mis ojos esa misma noche. Tenía labios deliciosos, piernas de alabastro, senos perfectamente proporcionados y ojos que irradiaban sexualidad y confianza. Sin mencionar cómo se había enfrentado a esos matones en el pub, dispuesta a luchar para salir a pesar de ser superada en número. Y luego cómo ella estaba preparada para pelear conmigo a pesar de que yo era un Alfa de fuerza superior. Sacudí la cabeza y me concentré en el motor sobrecalentado antes de que ella viera mis ojos deseando su hermosa forma. —Parece que el cableado tuvo un cortocircuito y provocó que el sistema de refrigeración se sobrecalentara —observé. —¿Su mayordomo se olvidó de llevar su auto a reparar? —Aria preguntó en broma. Sonreí levemente ya que ella no se equivocaba. A pesar de lo ocupado que estaba, ya no tenía tiempo para ocuparme de mis propios vehículos como hubiera preferido, lo que me dejó depender del anciano y olvidadizo mayordomo de nuestra familia para que lo hiciera por mí. —Está envejeciendo, así que no es del todo culpa suya —dije, tomando la caja de herramientas del asiento trasero. Me puse a trabajar, lo que provocó una mirada de sorpresa por parte de Aria. —¿Qué? —pregunté, —¿crees que un niño rico mimado como yo no sabe cómo hacer algunas cosas por sí mismo? Aria miró hacia abajo y se pasó un mechón de cabello n***o detrás de la oreja. —Honestamente, estoy impresionada —admitió. Se arrodilló a mi lado para prestarme ayuda. Su proximidad me permitió casi saborear su piel bien perfumada. Una gota de sudor se formó en mi frente, que poco tenía que ver con el calor del motor. —Mi papá me enseñó sobre autos y motores cuando era niño —dije, preguntándome por qué le estaba revelando eso a este extraño de repente—. Antes de que él... antes de que comenzara a dirigir la familia como un negocio cuando mi madre murió. —Mi papá también me enseñó sobre autos —dijo Aria en voz baja. Casi podía sentir su dulce aliento. —Era mecánico y necesitaba ayuda cuando perdió los brazos en un accidente. Por desgracia para él, no era muy bueno en eso, pero logramos arreglárnoslas con él dirigiéndome de cerca. Su tono era más suave y gentil que durante los últimos treinta minutos que pasamos juntos. Menos en guardia y más relajado. —¿Todavía lo ayudas? —Pregunté, tratando de... no, queriendo mantener la conversación. —Murió cuando yo tenía catorce años —respondió con calma—. Desde entonces yo... Se contuvo a mitad de la frase, pero supuse que estaba a punto de decirlo desde que comenzó a vender su cuerpo en el barrio rojo. Sabía que muchos empezaban jóvenes, pero catorce me parecían muy jóvenes. Me dolía un poco el corazón por las terribles experiencias que había atravesado la prístina mujer que me precedió, mientras yo crecía en el regazo del lujo. —No iba a luchar contigo en el callejón —le admití—. Pensé que te asustaría, pero... no fue así. Te mantuviste firme. Ella me miró pensativamente mientras yo jugueteaba debajo del motor. Fingí concentrarme poco a poco en la tarea que tenía delante, pero sus ojos eran demasiado atractivos para ignorarlos. —Eso debería permitirnos volver a la carretera por un tiempo —dije después de unos minutos más, que pasamos en silencio—. Vamos a llevarte a casa para que ambos podamos descansar un poco. Punto de vista de Aria —Nunca me dijiste por qué estás actuando como chofer de Atlas —dijo Aria una vez que el auto comenzó a moverse nuevamente. No tenía ninguna razón para decirle nada, pero ya le había revelado más sobre mí a este extraño que en los últimos años a cualquier otra persona que hubiera conocido toda mi vida. Mi padre me había inculcado que la información era moneda de cambio en esta ciudad, por lo que había que tratar todo como un secreto que valía una montaña de oro. Sin embargo, hablar con ella, aunque no fuera mucho, me resultó muy liberador. Quería... no... necesitaba revelarle más. Además, era probable que nunca la volviera a ver después de esta noche. —Fue un p**o por sus servicios —dije al final—. El hombre con el que estuviste esta noche es un enemigo de mi manada y le pedí a Atlas que sondeara su paradero. Llevarte era su tarifa. Debe pensar muy bien de ti. —O de seguro solo quería meterse contigo —dijo Aria mientras dejaba escapar un pequeño pero lindo bostezo—. ¿Un tipo de la alta sociedad como tú llevando a alguien de baja cuna como yo? Debe haber pensado que la idea era hilarante. Tuve que estar de acuerdo con ella en eso; Atlas tenía un retorcido sentido del humor. El coche al final se detuvo en un barrio pobre. Las casas, si se las podía llamar casas, estaban construidas tan juntas que en la oscuridad de la noche parecían un edificio gigante y deforme. Las calles de grava estaban llenas de basura: agujas y condones usados, piezas de automóviles rotas y muebles desechados. A lo largo de los bordes de la carretera había pequeñas reuniones de personas alrededor de tambores utilizados como chimeneas improvisadas. De seguro hacía más calor afuera que adentro. —Parece que estamos aquí —murmuré. Pero la hermosa mujer a mi lado no respondió. Miré a mi derecha y vi que se había quedado dormida. Pensando que de seguro debería despertarla y poner fin a esta noche lo más rápido posible, estiré la mano para tocar su brazo pero me detuve. Las nubes se habían desplazado y permitieron que la luz plateada de la luna bañara su piel con su brillo. No por primera vez esta noche, me encontré una vez más mirando con asombro su belleza, solo que esta vez no tenía miedo de que ella captara mi mirada. Pasaron volando unos minutos, no sabría decir cuántos, y ahora no quería que esta noche terminara. Podría pasar toda la eternidad contemplando lo que bien podría describirse como una diosa encarnada. Aria de repente se movió y giré mi cabeza hacia el frente. —Lo siento —murmuró aturdida, —debe haberme quedado dormido. Miró hacia afuera y pareció reconocer su casa. —Parece que esto es todo —dijo. Aria intentó desabrocharse el cinturón de seguridad, pero el botón estaba atascado. —Lo siento —dije, acercándome para ayudarla a soltarlo—. Coche caro, pero todavía tiene problemas. Tal vez sin darse cuenta había deseado que sucediera, o tal vez fue un puro accidente, pero cuando acerqué mis labios rozaron despacio su mejilla. Aria instintivamente giró la cabeza y nuestros labios flotaron con apenas una brizna de aire entre ellos. Mi respiración se volvió pesada a medida que nos acercábamos.
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