Tres días después, Beatrice seguía sin atreverse a salir de su habitación. Por un lado, la paranoia la empujaba a pensar que su madre, por alguna razón, había logrado enterarse de la visita del esclavo, y estaba lista para reprenderla por semejante absurdo. Así mismo, por otro lado temía el castigo que seguramente la señorita López le tendría preparado en sus clases, todo por haberla hecho quedar mal frente a nada menos que su padre, el coronel. Por ello, se había valido de excusas y mentiras para justificar su ausencia del mundo real, y seguramente habría seguido haciéndolo de no ser por la inesperada visita que recibió.
—Hija, ¿estás despierta?
Concentrada en contemplar hacia la nada, muriéndose en medio de la monotonía y el aburrimiento que impregnaban cada rincón de su habitación, Beatrice se sobresaltó un poco al escuchar la voz. Sin embargo, pronto pasó a la sorpresa cuando, al incorporarse hasta quedar sentada, terminó por darse cuenta de que se trataba de su padre, nada menos.
—¿Padre, qué haces aquí?—le preguntó Beatrice—. Deberías estar descansando.
Con una sonrisa y un breve gesto de las manos, el hombre desechó el comentario de su hija antes de insertar el suyo:
—No seas como tu madre, cariño, que se empeña en tratarme como un niño pequeño, o un lisiado que es delicado y enfermizo.
—Padre, pero el doctor dijo...
—El doctor dijo muy claramente que el aire fresco del campo me iba a hacer bien, ¿no es cierto?—la interrumpió—. Y que yo sepa, no puedo respirar mucho de ese aire si paso todo el tiempo encerrado en mi recámara.
Sonriente, Beatrice dejó que el argumento se asentara mientras el Coronel, complacido, terminó de entrar en la habitación y fue a sentarse en el borde de su cama. Mientras lo observaba, Beatrice tuvo que empujar lejos de su mente, más de una vez, la terrible imagen de su padre muerto, tirado en el suelo del bosque. Había sido solo una pesadilla, y aunque era terrible y en cierto grado traumática, ella no ganaba nada con regodearse en ello una y otra vez.
—También tenía que venir a verte, claro, para preguntarte por qué nos has estado evitando a todos.
—Eso no es cierto. No los he estado evitando a todos—replicó Beatrice.
—¿Ah, no?
—No, a ti no.
Un poco más sonriente que antes, el coronel le preguntó:
—¿Tiene algo que ver la institutriz? ¿O tu madre?
¿Cómo decirle que había dado justo en el clavo? Bien podría hablarle de lo mal que la trataba la señorita López, y tal vez con eso lograr que la despidiera, más sin embargo era mucho riesgo, pues si no lograba que la corriera, estaría sometiéndose a sí misma a otra sesión de tortura. Tampoco podía hablarle de su madre, pues con ella la situación era muy diferente, ya que la aberración que de pronto le había tomado a la mujer, se debía, mayormente, al sueño que había tenido. Por su puesto, no podía hablarle a nadie de su sueño sin quedar como toda una loca de primera.
Al final, terminó respondiendo algo muy distante de la verdad:
—No es eso padre, es solo que...no lo sé, no me he sentido bien del todo estos últimos días.
—Yo sé bien qué es lo que te pasa—le dijo él, señalándola con un dedo, y aunque Beatrice tuvo miedo por un momento, se le pasó por completo cuando el Coronel siguió hablando—: A ti te hace falta un poco de aire fresco.
Risueña, Beatrice contestó:
—Fue a ti a quien el médico le recomendó aire fresco, padre, no a mí.
—Pues el médico me lo recomendó a mí, y ahora yo hago lo mismo contigo, con mi hija—replicó el hombre, tan testarudo como siempre—. Desde que llegamos aquí tú tampoco has tenido la oportunidad de distraerte un poco, de salir.
—¿Y qué hay de esa vez que cumplimos con la invitación de nuestros vecinos, de los Winter?
—¿Debo recordarte cómo terminó saliendo eso, hija mía?
Por toda respuesta, Beatrice guardó silencio, dándole a su padre la oportunidad de continuar hablando a sus anchas:
—No te niego que tal vez tu forma de actuar no fue del todo correcta, hija, pero aún así comprendo por qué lo hiciste. Nadie mejor que yo puede comprender la forma en la que tú madre es capaz de sacar de quicio a cualquiera sin tan siquiera intentarlo de verdad. Dios nos libre de que un día le ponga más empeño a la empresa.
Pese a que no se sentía mal como había dicho, al reír con su padre, de aquella forma tan cercana, íntima y confidencial, sintió como si alguien le acabase de quitar de encima un peso enorme.
—¿Recuerdas a la hija de los Winter, Beatrice?—preguntó de pronto su padre, justo cuando el silencio entre los dos se empezaba a hacer quizá demasiado largo.
—¿La señorita Danielle? Sí, la recuerdo.
—¿Dirías que te cayó bien? ¿La considerarías como una compañía...agradable?
—Pues...no lo sé, supongo que sí. Aunque ese día que estuvimos en su casa no tuve tiempo de conocerla a profundidad, así que no te puedo dar una respuesta más concreta.
—Esa es justamente la respuesta que estaba esperando, hija. Tengo la solución para que puedas conocerla mejor, y de paso alcances a distraerte un poco y respirar el aire fresco que tanto se ve que te hace falta.
Todavía sin entender muy bien de lo que su padre hablaba, Beatrice esperó que éste le ofreciera una explicación un poco más detallada. Sin embargo, tal cosa no llegó nunca, por lo que ella tuvo que pedirla:
—¿De qué hablas, padre? No te entiendo, ¿A qué te refieres con la oportunidad de conocerla mejor y distraerme?
—Desde ese día que visitamos la hacienda vecina, he estado hablando con el señor Winter por medio de correspondencia sobre algunos negocios que podrían llegar a ser exitosos. El caso es que, en medio de eso, surgió la idea de que acompañases a Danielle a dar una vuelta por el pueblo junto a su chaperona, para que ambas pudieran conocerse mejor, ya que pronto nuestras familias se unirán por nuestros negocios.
Beatrice estaba a punto de denegar la oferta cuando, de golpe, se dió cuenta de que en realidad no tenía por qué hacerlo. Sí, era cierto que prácticamente no conocía de nada a aquella chica, pero no perdía nada con darse la oportunidad de hacerlo. No obstante, el panorama se ensombreció un poco cuando recordó un detalle clave que podría echarlo todo a perder: su madre.
—¿Y qué pasa con mi madre?—preguntó Beatrice— A ella no le cayeron muy bien los Winter por todo el tema de los esclavos. Seguro no querrá que yo salga con uno de ellos.
—No te preocupes por eso, hija. Ya lo tengo todo controlado.
Mucho más emocionada con la idea ahora que sabía que su madre no tendría oportunidad de interponerse y arruinarlo todo, Beatrice dijo:
—De acuerdo, padre, entonces me parece una muy buena idea.
—Perfecto, sabía que te gustaría.
—¿Cuándo podré acompañarla?
Durante un breve momento, el coronel hizo que lo pensaba detenidamente, con el único propósito de crear suspense antes de responder:
—Ella estará aquí dentro de, aproximadamente, una hora.
Y sonriendo, más que encantado con la expresión que sus palabras dejaron sembrada en la cara de Beatrice, el coronel abandonó la habitación con paso firme, dándole tiempo a su hija para que pudiera alistarse.