Capítulo 2
Lo que tu misma aceptaste
Maia
Cuando me quedé sola en la casa de Leonardo, no sabía ni siquiera cómo comportarme. Él me inspiraba algo de temor; no imaginé que pudiera ser alguien tan frío y distante. Pensé que, al menos, se alegraría por tener a alguien cerca hasta que se acostumbrara a hacer todo por sí mismo, pero no sucedió de esa manera.
—Maia, espero que te sientas a gusto aquí. Él puede ser problemático, pero de todas formas, sé que poco a poco se llevarán bien. —Simon es un hombre de aproximadamente unos cincuenta y cinco años, el papá de mi amiga Verha.
—No lo sé, me trató mal, y además… —Jamás pensé que Leonardo sobreviviría, y ahora absolutamente todo cambió. Pude haberme marchado, pero después de descubrir cómo lo traicionaron, quise quedarme a ayudarlo.
—Salió del hospital hace apenas una semana. Imagino que en poco tiempo volverá a ser menos irritable. —Simon me dijo que Leonardo sonreía, pocas veces, pero que lo hacía, y no se veía tan enfadado como ahora.
—Supongo que no le agradó la noticia. —Menciono algo decepcionada. Pensé que tal vez podríamos llevarnos un poco mejor.
—Esto es difícil, Maia. No imagino cómo ha de sentirse después de despertar y ver que todo a su alrededor había cambiado, y que la mujer a quien amó se llevó todo. —Suspiré profundamente. Simon tenía razón; de seguro todo mejoraría con el tiempo. Sin embargo, no estoy cómoda aquí, pero no tengo alternativas. Debo quedarme, o esas personas le harán daño, y a mí también.
—De acuerdo, comprendo. Por eso daré mi mayor esfuerzo. Hasta pronto. —No quisiera que Simon se marchara, pero tiene un empleo como chofer, aunque también está dispuesto a ayudar a Leonardo.
Caminé dentro de la pequeña casa. Necesito conocerla porque se supone que es mi empleo trabajar aquí como "la esposa de Leonardo Humphrey". Quisiera saber cómo ocurrió aquel accidente que lo dejó con una secuela tan horrenda, tengo tantas preguntas.
—¡Maia! —Escuché un grito, no un llamado pacífico. —¡Maia!
—S… ¿sí? —Quedé prácticamente muda cuando fui hasta la habitación en la que él se encontraba. Lo vi solo con una toalla que ocultaba su entrepierna; aún se veía mojado. Su tono de piel tan castaño y su cuerpo tonificado me hacían sentir aún más incómoda de lo que ya estoy. Aunque Leonardo había perdido peso, su figura seguía viéndose tan perfecta para sus cuarenta y pico de años. Con todo ese mal carácter, es un hombre muy atractivo.
—Ayúdame a buscar mi ropa, no sé dónde están mis cosas. —Lo dijo con hartazgo. Sobre su ojo derecho lleva puesto un parche; según lo que escuché, es el único ojo que tiene posibilidades de recuperarse.
—Claro. —Respondí con torpeza. En mi afán de buscarle algo cómodo, me tropecé con la de las sillas que estaba cerca del placard y emití un leve gemido de dolor.
«Nunca ayudé a nadie a vestirse, mucho menos a un hombre», me dije en mis pensamientos, tratando de no mostrar mi nerviosismo. Finalmente, tomé un bóxer de color blanco, una remera del mismo tono y unos pantalones de algodón. Cuando me acerqué con la ropa, Leonardo volvió a ponerse de pie. Era más alto que yo, y aunque no soy una mujer demasiado delgada o de baja estatura, me veía más pequeña a su lado.
—¿Ya asumes tus funciones de esposa? —No comprendo sus palabras con exactitud.
—Bueno, voy a encargarme de la casa y también asisto a la universidad, pero podré hacer lo necesario... —Sin importar que él no pudiera verme, me tomó de la cintura y me acorraló a un lado del placard. La habitación no es grande y, teniendo en cuenta la reciente discapacidad de Leonardo, solo cuenta con una cama, un pequeño placard y una silla a un costado.
—¿Qué está haciendo? —Inquiero nerviosa.
—No puedo verte, pero sí puedo sentirte. Quiero saber cómo es el cuerpo de mi esposa contratada. En ocasiones tendremos relaciones sexuales. —Siento cómo sus manos rodean mi cintura y descienden hacia mis nalgas.
—Eso no está acordado... —Su sonrisa maliciosa me hace dudar de lo que yo misma acababa de decir. Cuando lo tengo cerca, no me parece desagradable verlo. Las demás quemaduras de su rostro, aparte de su cuello y pecho, habían desaparecido casi por completo. En realidad, si forma parte del acuerdo, pero jamás pensé que me pediría algo así.
—Bueno, al parecer tienes un buen cuerpo. Con eso será suficiente, aunque no es tan importante en realidad, es solo para aplacar ciertas necesidades. —Continúa con ese tema, el cual se ha vuelto incómodo. —Forma parte de tus deberes, al final de cuentas, te estoy pagando. No te puse un arma en la cabeza; aceptaste porque así lo quisiste. Eso sigue causando en mí demasiada curiosidad, me lo dirás en un futuro, ahora no me interesa.
—Puede decirse que así se dieron las cosas. —Mi corazón late con rapidez; él me suelta casi de golpe, mi respuesta fue breve.
La habitación, con su tenue luz, resalta el color que adquirió su ojo después de aquel día, percibo su respiración, la atmósfera se vuelve densa, cargada de una tensión que parece flotar en el aire. Las palabras de Leonardo se quedan suspendidas, y en ese silencio incómodo, me pregunto cómo será lidiar con los "deberes de esposa" en esta peculiar situación.
—Bien. —Se aparta y vuelve a tomar asiento al borde de la cama. Me da tristeza verlo así; no imagino cómo se sentirá. Incluso pienso que jamás podré entender completamente su experiencia. — Mi esposa, bueno, ex esposa... ¿Sabes dónde está?.
—No lo sé con exactitud, pero imagino que se hospeda en una de las casas. —Mi voz se suavizó un poco. Yo no conocía la relación de ambos; solo los veía a veces en la hora del almuerzo, entrecerró mis ojos aliviada, pues el incómodo momento desapareció.
—¿Qué tanto conoces mi relación con ella? —Su tono se volvió rudo, como si le causara molestia lo que yo sabía. No puedo contarle hasta dónde su ex esposa y su mejor amigo llegaron; eso terminaría por destruirlo.
—Yo acepté la propuesta de Simon, no conozco muchos detalles. —Respondo mostrando seriedad. Es difícil para mí mentir, pero debo hacerlo; es por una buena causa y por seguridad.
—Claro, por dinero. —Lo dice con una risa cargada de incredulidad. — Bien, ven aquí y quítate la ropa. ¡Ahora!. —Su voz me asusta, doy un pequeño brinco tras sus palabras.
La habitación parece más pequeña de repente, como si las paredes se cerraran a nuestro alrededor, mientras me acerco a él, siento la incomodidad de la situación flotando en el aire.
Flashback…
—Pero, yo solo quiero ayudarlo a recuperarse, después me iré. —Simon estaba explicándome un poco de las condiciones tras aceptar el contrato.
—Lo sé, pero debes ser consciente de que probablemente ambos deban tener relaciones sexuales, lo conozco desde que es muy joven, y ahora se sentirá excluido, tus eras lo más cercano que tendrá, en cuanto a una compañera. —Respiré profundamente, aunque no creo que algo así suceda.
—Bueno, de seguro me rechazará, o algo similar, porque usted me ha dicho que es un hombre demasiado exigente, y yo provengo de una familia con pocas oportunidades, y no soy sofisticada ni mucho menos. —Me crié con mi tía Jazmin, nunca tuvimos una casa, vivíamos en las habitaciones de servicio, ella enviaba su dinero para el cuidado de sus padres.
—Maia, solo tú decidirás eso, pero forma parte de las cláusulas. —Asentí al respecto, convencida de que tal situación no ocurriría.
Fin del flashback.
—No creo que… No quiero. —Respondo de inmediato.
—¿No quieres?. Bien, entonces haré una llamada y olvídate de la pensión de tu familiar. —Se refiere a la pensión que le otorgó a mi tía. Ella se mudó con sus padres, y esa pensión es lo único que tienen para sobrevivir.
—No puede hacer algo así. —Mi tía sigue siendo joven; cumplió sesenta años, pero debido a una enfermedad que la congoja, se le dificulta trabajar.
—Puedo hacerlo, y no dudaré un segundo en tomar esa decisión si te atreves a hacer algo en contra de mis órdenes. Esta es una de ellas, no creas que porque aceptaste estar aquí tendré compasión de ti. Conozco a mujeres como tú, Maia. No será nada romántico, ni complicado, debes estar acostumbrada. —Me acerco con nerviosismo, mis manos no dejan de temblar, la habitación parece encogerse ante la tensión palpable.
«Esto no es como esperé que fuera…»