Capítulo 1 No quiero divorciarme de él
Narra Hilda
Tengo año y medio de casada con uno de los hombres más guapos y cotizados de todo el país, un hombre que sale solo en portadas de revistas sociales y de negocios, pero lo ponen soltero, es como si yo no existiera. ¿Por qué? Porque se suponía que se casaría con la modelo famosa, Dayana Cortez, una mujer muy guapa y tiene mucho para envidiarle. Daniel estuvo casado con mamá por 4 años, pero se divorciaron en cuanto esa mujer apareció en su vida y se fue al extranjero dejándome a su cuidado. Hasta que cumplí la mayoría de edad y me vi forzada a casarme con él. Sólo una vez estuvimos juntos y fue poco antes de casarnos, pero después se había arrepentido. Les confesaré que desde que lo conocí, me había enamorado de él, sólo que lo veía un imposible por lo mismo que era esposo de mi madre.
—Hoy habrá un evento de caridad y me tienes que acompañar. —Dice con esa fría voz que siempre lo caracteriza.
—¿Y por qué tengo que ir? Mejor lleva a tu novia, ¿Cómo es que se llama? —Me hago la tonta y lo escucho gruñir.
—Suficiente, Hilda. Tú vendrás conmigo. —Sale azotando la puerta de la habitación. Es detestable. Daniel solía ser amable y carismático, pero cambió unos días antes de casarnos.
Como si tuviera que ponerme, nunca me compra ropa, tengo la misma de siempre y ya algunas no me quedan.
¡Perfecto! Lo que me faltaba. Entro a la ducha y me trato de relajar, no quiero pensar en nada. Mamá ni siquiera me ha llamado, ni buscado y sigo sin comprender el por qué me ha dejado con él.
Salgo envuelta en una bata de baño y puedo ver dos cajas sobre mi cama. Me acerco con curiosidad y abro la caja y mis ojos se iluminan al ver el hermoso vestido platinado con corte de sirena y un escote que no dejaría nada a la imaginación, pero ¿Por qué me regalaría un vestido así? Veo otra caja y son unas zapatillas del mismo color. Me seco el cabello y me dejo el cabello suelto y me hago unas ondas ligeras y me pongo poco maquillaje.
Salgo y bajo las escaleras, y ahí está él, tan guapo como siempre, algo que me hace sonreír, sin embargo, borro mi sonrisa en cuanto Daniel me mira con frialdad.
—Vámonos. —¡Dios! Sigo sin comprender el por qué se casó conmigo si estaba muy enamorado de esa mujer tan frívola.
Subimos al auto y se puso a manejar.
…
En todo el trayecto estuvo muy serio que ni me atreví a preguntarle del por qué me trajo a este evento si se supone que está soltero.
—Llegamos. —Y como estoy muy segura de que no me abrirá la puerta, lo hago yo.
—¿Por qué demonios no me esperaste? —¡¿Qué?!
—Pensé que no lo harías. —Le resto importancia y se enoja aún más.
Me ofrece su brazo, algo que me sorprende y la acepto, caminamos hasta llegar a la entrada del gran hotel y todos los reporteros se nos acercan con muchas preguntas.
—¿Quién es ella?
—¿Es su esposa o novia?
Tiene que ser una broma. En cambio, Daniel los ignora. Entramos y todo está mucho más tranquilo aquí.
—¡Daniel! —Un señor más grande que él se nos acerca y lo saluda con un fuerte abrazo.
—Marcelo. —Creo que son amigos o tal vez socios. No sé mucho de la vida de mi esposo en los negocios y vida social, es la primera vez que me trae a un evento como este. Siempre está acompañado de…
—¿Y quién esta hermosa joven? —Pregunta el hombre y miro a Daniel con discreción y no cambia esa seriedad.
—Es mi ex hijastra, Hilda. —¿Es en serio? Es un idiota.
—Es un placer, señorita. —El señor toma mi mano y deposita un beso en ella con respeto y elegancia. Si tan sólo así fuera Daniel.
—El plac3r es mío. —Trato de sonreír, ya que puedo sentir un escalofrío en la espalda. Miro con discreción y lo veo más serio de lo normal.
—Bueno, pues espero que disfruten de la velada. —Se despide y nos deja solos.
—Iré a ver a unos socios. —No entiendo para que traerme aquí, si me va a dejar sola.
Así que me voy a una terraza para tomar aire fresco, siento que me falta el oxígeno con tantas personas.
—¿Por qué tan sola? —¿Es que ya no puede estar uno sola?
—Quiero tomar aire. ¿Está prohibido? —Le digo al hombre que interrumpe mi tranquilidad, sin mirarlo. Lo escucho reír. Idiota.
—¿Qué es tan gracioso? —Lo miro y por ¡Dios! Es todo un dios griego, que, si no estuviera casada, ya me habría ido de aquí con él para pasarla de maravilla.
—¿Ya no te acuerdas de mí? —¿Qué dijo?
—¿Debería? —Debo tener algo en la cara, porque vuelve a reírse.
—Soy Damián. —¡¿Qué?! ¡Tiene que ser una broma! ¿El chico gordito y con acné?
—Disculpa, no te reconocí. —Y es la verdad.
—Lo supuse. Tiene tiempo de no vernos. —En verdad no puedo creer que haya cambiado.
—Cambiaste mucho. —No dejo de mirarlo.
—¿Aun sigues casada con papá? —¿En serio?
—Bueno, yo… —Antes de que termine, somos interrumpidos.
—Damián. ¿Cuándo llegaste? —Y justo llega él, mirándonos con ganas de desaparecernos.
—Hace rato. —Dice su hijo con seriedad.
—Tú, acompáñame. —Ignora a Damián y hago lo que me pide.
—Nos vemos. —Me despido de él y sólo me sonríe dulcemente.
—¿Qué te pasa? —Pregunto algo molesta.
—Eres mi esposa y ¿coqueteas con mi hijo? Si quieres nos podemos divorciar, así tendrían el camino libre. —¿Qué?
No… yo no me quiero divorciar.