Capítulo 4

1135 Palabras
Donatella tardo sus buenos cinco minutos mirando la puerta por la que Armand había acabado de salir. Y todavía podía sentir el hormigueo en sus labios. Incluso todavía cuando llevó la punta de los dedos a ellos y los acarició. Incluso ahora que pensaba que su proposición estaba por muy lejos de ser aceptada. ¿Cómo podría ella casarse con un hombre que, de antemano, estaba diciéndole que, si no lo hace feliz, tendría a otra mujer? ¿Cómo podría casarse con un hombre que le estaba dando su permiso para tener un amante si él no es capaz de hacerla feliz? Cualquiera de los dos escenarios era terrible, aunque ella solo consideraba el primero. ¿Cómo podría un hombre como Armand no hacer feliz a una mujer? Si tan solo con su presencia arruinaba su estabilidad emocional, su voz le causaba escalofríos y su toque la hacía temblar como una hoja de papel. Y mientras que ella intentaba recomponerse su madre, su bendita madre entró a la biblioteca. Con ese aire altivo que siempre la caracterizó. Para Donatella era fantástico ver que su madre cuando los dolores de cabeza no la agobiaban era toda una fuerza de la naturaleza. —Donatella, me avisaron que se había marchado. ¿Qué paso? Pero, mírate… estás temblando. Su madre la sujetó por los hombros y la llevó hasta el sillón donde la sentó. —Donatella, dime ahora en este instante lo que sucedió. ¿Qué te hizo? Ella negó con la cabeza. No podría decir nunca que la beso. No fue correcto de su parte, pero tampoco lo fue por la suya corresponderle. Dentro de todo, fue la experiencia más excitante que nunca había vivido. Pero… —Me lo propuso, es solo que… SU madre tomó asiento a su lado y tomó las manos temblorosas de Donatella, entre las suyas y preguntó: —¿Qué? —Es un hombre muy inquietante —soltó en susurro casi inaudible. Si su madre no hubiese inclinado la cabeza hacia Donatella y hubiera estado atenta, seguro no la hubiera escuchado. —¿Por qué? Donatella no fue capaz de confesarle a su madre el cómo le había propuesto matrimonio, así que simplemente le respondió: —No lo sé. —¿Cómo que no lo sabes? ¿Te hizo alguna proposición indecorosa? ¿Te hizo algo? —No, claro que no. Solamente me propuso matrimonio. —¿Y que le dijiste? —¿Qué lo pensaría? —Obviamente. Debes estar feliz, era lo que querías ¿no? Sin embargo, ¿por qué te noto tan insegura? Donatella tragó saliva, no sabía como explicarse a su madre, es más ni siquiera sabía si debía explicarle que el señor Armand quiere un matrimonio poco convencional. Qué de hecho no le importaría que su esposa le fuera infiel con una bandera en alto que dijera: «Mi esposo no me hizo feliz por eso tengo derecho a engañarlo». ¡Qué locura! —Es un hombre… inquietantemente directo. —¿En qué sentido? —No lo sé… —Donatella, tienes qué casarte. Si no aceptas la proposición del señor Terracort, tu padre terminará aceptando la del señor Wilson. Y ¿sabes qué pasará? ¡Qué no tendrás jamás la oportunidad de siquiera intentar ser feliz! ¡Por Dios, Donatella! Wilson podría ser tu padre. Es feo, y… No creo que la manera de dirigirse tan directa del señor Armand sea un peor defecto que el físico del señor Wilson. Lo he visto llegar, ¿sabes? Y no me pareció un hombre tan mal parecido. Como mujer, Donatella, te digo que lamentarás no aceptar a ese hombre si permites que tu padre te case con el señor Wilson. —Mamá es que… —¡Sus manos estarán sobre ti, cada noche! —dijo ella entre lágrimas—. Y no podrás negarte porque es tu deber de esposa complacerle. Donatella sintió que su corazón se rompía. Pensando en que tal vez su madre no ama a su padre. Pensó que tal vez el señor Armand era más sabio que cínico de lo que ella creía. —Voy a darle una respuesta después del baile del gobernador. —¿Pero sabe que irás con Wilson? —Sí, sabe que él también espera una respuesta y que esa noche también le responderé a él. —Bueno. Si ya lo tienes todo planeado… Será mejor que vayamos de compras, necesitas un vestido precioso. Para que el señor Armand te añoré. —O para que Wilson se ilusione. —Asegúrate de matar sus ilusiones antes de que concluya el baile. —Tu padre y yo llegaremos más tarde, así que no debes preocuparte de quedarte más tiempo con ese hombre de lo necesario. Es más, pienso que deberías terminar con eso ya. —Él no aceptará un no por respuesta antes de esa fecha y no quiero que piense que lo he cambiado por Armand. —Pero es la verdad. —Sí. Pero… todavía falta que mi padre decida si él señor Armand me conviene o no. —¡Qué pesimista eres! Luisa estaba sentada frente a su tocador, tres días habían transcurrido sin noticias de Armand, furiosa y preocupada al mismo tiempo. ¿Cómo era posible que él la tratará de esta manera? Se preguntaba, solo para recordar que él le había dicho que nada sería lo mismo. No estaba segura de sí el deseaba que lo persiguiera solo para acariciar su maldito ego herido. O si debía simplemente aguardar sentada hasta que él quisiera verla. Ahora, que también existía la posibilidad de que, si se quedaba sentada muy dócilmente, otra mujer podría metérsele por los ojos y robárselo. —¿Diana, estás segura de que asistirá esta noche al baile del gobernador? —Sí, mi señora. Una de las mucamas de la casa del señor dijo que ayer había llegado su traje nuevo para esta noche. Luisa tenía la invitación para asistir a ese baile, pero se había mostrado indecisa sobre si debía o no presentarse. Justin estaría presente, puesto que su padre el banquero más reconocido de la ciudad no podía faltar a la invitación del gobernador. Encontrarse con él después de lo sucedido hace unos días le ponía los nervios de punta. Se preguntaba si él idiota se atrevería a forzarla a un baile frente a las narices de Armand, solo como represalias por su desprecio. Sí, lo haría. Solo para burlarse de él y Armand no iba a tolerarlo. Pero… si no iba… Sentía que lo estaba perdiendo. —Prepara el baño. Me vestirás para esta noche —ordenó Luisa a Diana con solemnidad. Mientras tanto, Armand estaba en su despacho dibujando la fachada de la casa para Donatella. Estaba completamente seguro de que ella aceptaría su propuesta por sobre cualquier otra, especialmente la del señor Wilson.
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