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Al día siguiente. Rossana estaba a punto de salir, cuando su padre la encontró, la miró con rabia, la detuvo antes de que saliera. —Ten cuidado con lo que haces, Rossana, no te olvides que mis ojos están en todas partes —sentenció con rabia, seguro de lo que su hija hacía mal. La joven bajó la mirada, cuando lo vio tenía dolor en su gesto. —¿Por qué quieres obligarme a que me case con un hombre que no conozco? ¡Eres malo padre! Santiago alzó la mano, iba a pegarle, pero Perla logró llegar a tiempo y detenerlo. —¡Calma, querido, por favor! Es solo una nena, no sabe lo que dice —Perla miró a su hija—. Rossana, vete ya a tus encargos. —¿Y sus encargos cuáles son? —Irá con la hija de gobernador, querido. —Mucho cuidadito con lo que hablas, Rossana, o te juro que no volverás a salir