El despertar
—¡Wow! ¡Qué rayos! —Exclama Scarllete al intentar abrir los ojos y no poder hacerlo porque se siente como si una roca le hubiera caído encima.
Un dolor de cabeza tremendo azota su cabeza de manera martirizante, no le permite levantar la cabeza ni abrir los ojos, escucha que de mis labios se escapa un gemido de dolor, luego otro y otro. Toma una respiración profunda con la intención de buscar que sus músculos se relajen. Estira su mano derecha y choca en contra de algo duro, tan duro como un cuerpo.
«¿Un cuerpo?», Piensa y se sobresalta.
«Se supone que estoy sola, siempre estoy sola» Piensa en seguida.
«Si se trata de estar en una cama, en mi cama, siempre estoy sola», Extiende el pensamiento en total padecimiento por el martirizante dolor de cabeza.
Confundida recoge la mano de la impresión, y luego dejándose llevar por la curiosidad, así, estando aun con los ojos cerrados, vuelva a estirar la mano y choca una vez más con algo duro y suave.
«¡Ay Dios!», Exclama mentalmente y lleva la mano al centro de sus pechos buscando protección en mí misma. Hasta ese momento no advierte lo evidente.
Espera unos segundos y luego, dándose valor, decide abrir los ojos para terminar de verificar qué o quién está a su lado.
Al hacerlo, la sorpresa invadió por completo su capacidad de entendimiento. Tan nublada se encuentra su mente que no puede creer lo que tiene ante mis ojos.
—¡Nooo! —Exclama en voz alta al extremo de que casi se ahoga, un exceso de tos le ataca de pronto, lo disimula cubriendo su rostro con la almohada que venía usando.
«¡Maxwell!, el hombre de mis sueños» Exclamo en su mente en un grito, mientras el corazón le palpita acelerado. Gira el rostro y respira profundo buscando recuperarse de la tos.
Después vuelve a mirarlo, suspira, lo detalla de pies a cabeza, luego mira su propio cuerpo, comprobando que ambos están en la misma sintonía. Desnudos, sin nada. Apenada cubre sus ojos con una de sus manos como si con ello fuera a borrar la realidad.
—¿Qué es esto? —Se pregunta en un susurro sentándose lentamente mientras quita las manos de sus ojos, lo observo—. ¿Él?
«Sí, Scarlette, es Maxwell, tú cuñado, el esposo de tu hermana», Le dice el subconsciente afirmando lo que ella se niega si quiera a traer al frente de sus pensamientos.
—¿Qué hiciste, Scarlette? De tantos hombres ¿Por qué tuviste que desahogar la frustración con él? —Se reprendo en un susurro.
Sin podérselo creer, lo mira con atención. Lo observa, ahí a su lado, dormido en tranquilidad. Tan relajado parece estar, que su respiración es pausada, se encuentra totalmente desnudo, sin nada que cubra su perfecto y bien trabajado cuerpo. Duerme con la cara pegada a las almohadas, dándole la espalda al techo, mostrando las perfectas líneas de su cuerpo, sobre todo sus provocativas nalgas.
«¡Ay Dios! ¿Qué estoy pensando?», Se cuestiona al tiempo que vuelve a cubrir sus ojos con pena; y como para recordarle el error tan grande que cometió y la posición tan comprometedora en la que se encuentra, una punzada de dolor pulsó en sus sienes. Gime y al mismo instante sabiendo que debe resolver esta situación de inmediato, mira a su alrededor con la firme idea de buscar su ropa, vestirse y salir huyendo. Piensa que si lo hace a tiempo, sin que él la vea, tal vez pueda hacer de cuenta que nada sucedió y proseguir con su corta y miserable vida. Se consuela pensando que seguramente él ni recuerda donde está ni lo que sucedió la noche anterior.
«Porque algo sucedió, ¿O no?» Se pregunta en total duda cuando está de pie. Mira nuevamente su cuerpo, y esta vez a través del espejo del buró. Al ver al detalle la parte que percibe a través del espejo, se da cuenta de las marcas que evidencian una noche, o siquiera horas, de una labor ardua de sexo desenfrenado.
Las marcas de unos dedos en su abdomen lo demuestran. Su piel es blanca, y cree que con la enfermedad se ha tornado aún más blanquecina, cualquier presión sobre ella que supere a un agarre normal tiende a dejar huellas, y las que ve en este momento no son normales.
«Son la prueba de la posición de deslealtad e inmoralidad en la que ahora me encuentro», Dice en su mente reprendiéndose con rabia consigo misma.
«¡La amante de mi cuñado!» Exclama a su vez al sentirse atacada por los prejuicios moralistas que su madre solía defender.
«Morirás quemada en la hoguera, Scarlette, ¿Qué haz hecho? ¡Eres una impúdica! Una desgraciada traicionera», Reproduciéndose en su cabeza todo lo que su madre le diría en caso de estar aquí presenciando esta vergonzosa escena, el subconsciente le grita atormentándola.
—En la hoguera o no, igual en unos pocos días vas a morirte, Scarlette —Se dice a modo de consuelo en un susurro, y al mirar a su alrededor, cae en cuenta que su intención de huir está frustrada.
Comprende que no puede huir porque están en la habitación que reservó, él es el intruso, reconoce dejando caer lo hombros a los lados al no encontrar una solución menos traumática para cuando él despierte.
«¿Qué hago?» Se pregunto en su monólogo mental.
Por espacio de un minuto, muchas fueron las ideas que cruzaron por su mente, sin embargo, ninguna de ellas borra el hecho de haber faltado a la lealtad que le deba a Juliet, su hermana, esposa de Maxwell; por lo que, con la cabeza hecha todo un desastre por el dolor de cabeza y el problema que, sin buscarlo, pesa sobre mis hombros y en su conciencia, toma una muda de ropa y se va hacia el baño a tomar una ducha que le ayude a espantar este dolor de cabeza y a tener más claridad sobre la situación.
Tardó en ducharme pues el frío del agua la relajó de la calentura en la que se sumergió su cabeza. AL salir de ella se sintió más fortalecida, aun con dolor de cabeza, tal vez, pero se siente con más fuerza, lo cual estima es un muy buen indicio para enfrentar a Maxwell.
Allí mismo, en el baño se puse la ropa interior y un vestido holgado de flores con volados al final y que le da por las rodillas. Se miraba al espejo pensando qué hacer, cuando el sonido del teléfono de la habitación la espantó, el corazón le palpitó descontrolado. Nunca antes ese insignificante aparato le había generado tanto estrés.
Corrió a la habitación a contestarlo, con la esperanza de que el sonido no hubiere despertado a su cuñado. Quedó pasmada al comprobar que fue en realidad una ilusión, porque él ya se encontraba sentado en la orilla de la cama en actitud somnolienta y perfectamente cómodo con su desnudez.
Fingiendo ignorarlo se arma de valor para no mirarlo, pasa al frente y contesta la llamada:
—Hola —Dice en voz baja.
—Voy a tu habitación, espero que te arregles y bajamos a desayunar —Escucha la voz de Cinthya al otro lado de la línea.
—Espera, espera —Llama su atención en un grito cuando entendió que iba a colgar. Más que para preguntarle si quería o no, llamó para advertirle que vendría.
—¿Qué te pasa? Te escuchas desesperada —Aduce dice Cinthya en queja—. ¿Tienes dolor? ¿Necesitas algún medicamento?
—No, no —Le responde Scarlette con rapidez—. Perdón, corrijo, quise decir, sí estoy bien, solo que nos vemos en el restaurante, ya bajo.
—¿Estás segura? —Pregunta Cinthya.
—Sí, anda adelantándote —Le pide—. En unos minutos bajo.
Cuelga el auricular, y como buscando no afrontar la realidad permanece de espalda por unos segundos hasta que consideró tener el suficiente valor.
—¿Qué haces aquí? —Le pregunta a Maxwell al voltear a verlo a los ojos.
«Error», Le dijo el subconsciente como si de esos programas de computación se tratara. Al contacto de sus miradas, un choque de energías dimanó del cuerpo de la chica. La forma en la que los ojos verdes de Maxwell se posaron sobre los de ella acabó con la fortaleza que juraba haber recargado en la ducha.
—Creo que es evidente, Scarlette —Contesta el hombre en tranquilidad, acentuando el tono de su voz al pronunciar su nombre y mirándola con interés.
—Sí, sí —Sacude la cabeza para recuperarme—. Ya sé, pero ¿Qué haces en la isla? y ¿Por qué conmigo?
—Creo que la última pregunta deberías respondértela tú misma —Expresa el con una sonrisa sarcástica en el rostro—, y respecto de la segunda, vine a cerrar un negocio, lo que no imaginé es que sería tan bien recibido —Agrega poniéndose de pie y dejándole ver a una Scarlette apenada el resto de las bondades de su cuerpo sin un ápice de vergüenza.
Lo ve que avanzó hacia ella mientras que en un gesto distraído lleva una de sus manos a la cabeza para retirarse de la frente unas hebras de cabello rebelde. Esto a ella, le pareció lo más sexy que hubiere visto en un hombre, y más aún desnudo y recién despertándose de lo que pareció un sueño placentero. Lo ve totalmente relajado con la situación, mientras que ella está a punto del desmayo.
—Detente —Le dice Scarlette en un grito, llevando una de mis manos al frente cuando logra reaccionar. El dolor de cabeza le recordó que aun está allí. Las sienes volvieron a pulsar—. ¿A qué te refieres con que yo debo responder a la otra pregunta? —Cuestiona mientras le da un masaje a sus sienes con los dedos.
Maxwell no le responde de inmediato, sino que se sonríe y eso la sacó de la tranquilidad que ha procurado mantener.
—¿Y Juliet? ¿Dónde la dejaste? ¿Por qué conmigo? —Pregunta sintiéndome en desesperación al ver la tranquilidad con la que actúa.
Scarlette recuerda que es evidente que, sí él está allí por un viaje de negocios, no la va a llevar. A Juliet no le gusta viajar si es por negocios, le fastidian las cenas protocolares.
Seguramente él piense que es una pregunta estúpida sabiendo que ella más que nadie, conoce los gustos y disgustos de Juliet, pese a la cantidad de años que llevan sin verse; pero sintió la necesidad de hacerle esta pregunta a Maxwell, como para indagar, para saber por qué razón él está aquí con ella, su cuñada, la hermana de su esposa, como para sentirse menos o más culpable por lo que hicieron, y al parecer él lo toma como si fuera algo normal, no muestra tener una pizca de remordimiento, sino que al contrario, parece que lo disfrutó, y sigue disfrutando de la escena presente.
«¡Dios!», Exclama ella en su mente al verlo torcer el labio inferior en una sonrisa. El cabello alborotado y las marcas de las almohadas en su rostro, a Scarlette le parece sexy, tentador, una provocación, siente deseos de lanzase encima de él.
En lugar de hacerlo arruga el rostro al recordar su triste realidad.
«Mi corta existencia» Repite en su mente con tristeza.
—¿Me permites la ducha? —Le pregunta Maxwell ignorando abiertamente su cuestionamiento—. Me está dando calor y ganas de otras cosas más —Le anuncia mientras pasa una de sus manos por su tórax hasta llevarla a su abdomen divinamente trabajado, allí cerca de esa parte prohibida—. Como veo que no tienes tanta disposición como hace unas horas atrás, me toca recurrir a medios paliativos que calmen el malestar antes de que este calor se convierta en una enfermedad, que te advierto, solo tu podrás curar —Le dice en doble sentido—. Antes de que termine por ser yo el que me abalance sobre ti, mejor recurro al agua fría. ¿Recuerdas? Antes de que se inviertan los papeles.
«Por Dios», Sufre.
—Allí lo tienes, y espero no volverte a ver al regresara mi habitación —Le señala la chica.
Buscando ignorarlo, al ver que la detalla con interés, camina hacia el closet donde tiene su equipaje y el resto de sus artículos personales, toma la loción, la aplico por varias partes de mi cuerpo, también algo de perfume, busco unas sandalias, se las calza y finalmente toma su bolso del sillón que está al lado de la puerta.
—Ah, y creo que está de más pedirte que sea lo que sea que haya sucedido en estas cuatro paredes, aquí muera —Le dice Scarlette en tono de voz exigente.
No le dio tiempo a responder, sino que salió al pasillo azotando la puerta como si la de su casa se tratara. Al hacerlo buscaba sentirme mejor, no lo logró.