Capítulo 8| "Problema cromosómico"

2333 Palabras
ELEONOR Nunca antes había vivido algo como aquello. Esa pesadilla aún me tenía muy intranquila, a tal punto que ni siquiera lograba concentrarme en el comentario que me hacía mi padre mientras desayunábamos. Él hablaba sobre una noticia que había leído en el periódico en línea. Al parecer, una pareja de jóvenes que "caminaban" a altas horas de la noche por el bosque, habían visto un animal extraño que no eran capaces de identificar, al parecer, los chicos aún continuaban en shock ante la impresión. Por lo que, mi padre me pedía otra vez que tuviera cuidado. —¿Te sientes bien, Eleonor? —cuestionó al ladear la cabeza para mirarme fijamente. —Papá deja de mirarme de esa manera —contesté, desviando la mirada para evitar verlo directamente a los ojos—, sabes que me pongo nerviosa cada vez que me dedicas esa mirada. —¿Cuál mirada? —Esa —señalo sus ojos, los cuales me veían tan profundamente, a tal punto que querían traspasar mi cabeza—. Pareciera que estás leyendo mi mente. Una pequeña sonrisa surca sus labios, él aleja la mirada y vuelve a concentrarse en el pan que tenía frente a él. —Pareces nerviosa, tesoro. ¿Quieres contarle a tu viejo qué es lo que pasa contigo esta mañana? —No dormí bien —confieso. Lo cual era verdad; después de haber despertado sobresaltada por la pesadilla de las voces pidiendo auxilio, no había vuelto a pegar el ojo, pues en cuanto trataba de cerrarlos, las voces volvían inmediatamente. Admes se había quedado conmigo hasta el alba, solo había permanecido acariciando mi mano con su pulgar, sin decir una sola palabra. Él también se veía angustiado, como si no supiese lo que estuviera ocurriendo. —Tuve una terrible pesadilla —continúo hablando ante la atenta mirada de mi padre—, habían muchas cárceles reducidas, y de adentro de cada una de ellas, alguien me hablaba pidiendo auxilio. Mi padre continuó con su profundo escrutinio, había dejado el pan en el olvido, para así concentrarse en lo que le contaba. La duda cruzó su mirada, tal y como lo había visto en la mirada de Admes. —No pude dormir después de eso. —¿Es la primera vez que tienes ese tipo de pesadilla? Asiento, a la vez que trato de alejar los mechones que caen por los costados de mi rostro. Sentía mis ojos picar del cansancio que poseía, solo deseaba regresar a mi habitación para tratar de descansar, pero temía hacerlo y volver a lo mismo. —Cariño, ¿Hay algo en especial que no me hayas contado? Y otra vez estaba esa mirada; esa mirada que buscaba en mí algún atisbo de engaño. Me fue inevitable no sentirme sonrojada, puesto que, no había sido capaz de contarle que había comenzado a hablar con mi ángel de la guarda. Comencé a jugar con los dedos de mis manos bajo la isla de la cocina, tratando de conseguir en mi interior las palabras correctas con las que debía de hablar. —El día que se dañó tu vehículo... estuve a punto de morir atropellada —mascullo, elevando la mirada—. Hubiese muerto si Admes no se interpone entre el auto y yo. Los ojos de mi padre amenazaban con salirse de sus orbitas ante tal sorpresa, incluso fui capaz de presenciar en ellos un atisbo de debilidad, era como si pensara que todo se había ido a la mierda. —¿Por qué no me habías contado tal cosa? —Porque no sucedió nada, y la verdad es que no quise asustarte. Levanto los hombros, dejando salir un largo resoplido. Mi padre se encuentra atónito, viendo hacia todos lados en la cocina, como si esperara a que alguien o algo apareciese de pronto. —¿Y quién es Admes? —Mi ángel de la guarda, ese es su nombre. Mi padre frunce levemente las cejas, me mira ceñudo y después aparta su mirada. Lo miro tragar saliva con fuerza, conocía esa expresión, estaba molesto. Pongo los ojos en blanco y dejo salir el aire que en un momento había contenido en mis pulmones. Odiaba la actitud que tomaba mi padre cuando se molestaba conmigo; él solía callar, ni siquiera se tomaba la molestia de llamarme la atención, diciéndome que lo que había hecho estaba mal. Lo amaba con el alma, sí, pero eso no significaba que aplaudiría siempre sus actitudes. —¿Otra vez no dirás nada, papá? —cuestiono, viéndolo con el ceño fruncido. —Ya eres mayor de edad, Eleonor —susurra, bajando sus hombros con lentitud—. Tienes la edad suficiente para tomar tus propias decisiones. —¿Qué quieres decir con eso? -indago, sin dejar de mirarlo—. ¿Te refieres al hecho de que he estado hablando con Admes? —Debo de ir a reparar el auto al taller —señala, poniéndose de pie para levantar su desayuno, el cual ni siquiera había probado. —¡Bien! —inquiero, sintiéndome molesta—. Trataré de dormir un rato, Phia viene en la tarde para que practiquemos ballet. Y en la noche iré a una fogata en la playa con mis compañeros. —De acuerdo, tesoro —dice, acercándose a mí para besar mi frente—. Me avisas cuando necesitas que vaya a dejarte. Después simplemente se fue. (...) Di vueltas en mi cama por al menos una hora, antes de poder al fin conciliar el sueño. Dormí como por cuatro horas, y gracias al cielo no había tenido esas voces en mi cabeza, lo que agradecí muchísimo, puesto que ahora me sentía como nueva. Me había levantado cerca de las dos de la tarde, me había dado una ducha mientras me dedicaba a escuchar a mi padre maldiciendo en el patio, cada vez que su auto se apagaba justo cuando lo encendía. Sonreí, pues era un privilegio escuchar a mi padre maldecir al universo entero, cosa que muy pocas veces hacía, gracias a que solía ser una persona recta, tranquila y cautelosa en todos los aspectos de su vida. Cubro mi cuerpo con una bata blanca y después camino hacia la ventana, desde donde puedo apreciar la forma en que patea una de las llantas de su viejo auto herrumbrado. —¡Santo Dios, señor Mitre! ¿Con esa boca tan sucia le enseñó hablar a su hija? —bromeo. Él lleva sus manos hasta su cadera, para después dar media vuelta para así quedar en su campo de visión y le fuese fácil enviarme una mirada fulminante. —Ahora no, Eleonor. Mejor ve a prepararte, Phia debe de estar por llegar. Borro la sonrisa que se me había dibujado en los labios, sintiéndome de pronto cohibida ante la actitud de mi padre; él no era así, pues a pesar de que algunas veces teníamos algunas diferencias, horas después terminábamos bromeando por algo a la vez que reíamos a carcajadas. Era notorio que justo ahora algo le preocupaba. En ese instante elegí que lo mejor era darle su espacio, para que así pudiese terminar de contrarrestar el conflicto en su interior. Así que simplemente asentí, mientras balbuceaba un "sí, señor". (...) Después de haber ensayado el baile junto a Phia durante dos horas, ésta se había dedicado a escucharme por media hora más, sobre lo que me preocupaba sobre la situación con mi padre; ella simplemente se había dedicado a asentir en varias ocasiones, para después naturalmente aconsejarme que le diera su espacio. Según ella, mi padre en algún momento se abriría y me diría que era todo aquello que lo estaba agobiando en ese momento. Había terminado asintiendo otra vez, pues era lo único que podía hacer en ese instante. Phia se había ofrecido dejarme en la playa, para que así papá no se atrasara con su auto y terminara de una vez por todas arreglándolo. Él al principio se opuso, pero después de que Phia supiera persuadirlo, había terminado aceptando de mala gana, prometiéndome pasar por mí cerca de las 10 de la noche. Así que después de despedirme de Phia cerca de la playa, me encontraba otra vez sola, gracias a que nuevamente había llegado temprano. Eran cerca de las 5: 30 pm, y habíamos quedado en que la fogata la comenzaríamos después de las 6 de la tarde, por lo que, ahora tendría que esperar a Milú, Colin y los demás por casi una hora. Me siento en un montículo de arena y dirijo la mirada hacia el horizonte, preguntándome en mi interior dónde se había metido Admes. Desde que había salido el sol en la mañana, no lo había vuelto a ver, por lo que me preocupaba que fuese a desaparecer otra vez. Me encontraba perpleja, viendo la manera en la que el sol se ocultaba, preguntándome como carajos había sido capaz de dejar mi cámara en casa, cuando podría estar capturando ese momento, cuando la sentí llegar. Miré hacia mi costado, la chica que había al lado de Admes frente a la ventana de la cocina la otra noche, me veía ceñuda. Mantenía sus manos dentro de los bolsillos de sus pantalones blancos, su postura era completamente recta, tanto que incluso mi espalda dolió al ver su perfección. De pronto, mi garganta se había secado al no saber que decir. —¿Cómo es posible que puedas verme? —fue su saludo. Me es inevitable no mirarla, a tal punto de sentirme celosa ante su gran belleza. Todo en esa mujer era perfecto. Mi mirada se clava en la rosa azul que se encuentra en el bolsillo izquierdo de su saco blanco. Ella parece notarlo, puesto que también se dedica a observarla por breves segundos, antes de volver a mirarme. —Eleonor Mitre. Tú no deberías de saber sobre nosotros —insistió. Por su tono de voz, tal parecía que no le agradaba. —¿Crees que yo lo decidí? —Al menos deberías de fingir. —Llevo fingiendo toda mi vida. ¿Crees que ha sido fácil vivir viéndolos todo el tiempo y fingir que no son nadie? —¡Debías de continuar con tu teatro! La chica se veía nerviosa, pues se dedicaba ver cautelosa hacia los lados. —Disculpa... —No pretendo decirte mi nombre. —Acacia —termino diciendo, recordando la noche anterior cuando Admes me lo dijo. Elevo una ceja al ver su molestia. —Admes es mi amigo —aclara, haciendo énfasis en cada palabra—. Y no deseo verlo metido en un embrollo por tu culpa —advierte antes de desaparecer, dejándome así con más dudas bailoteando en mi mente. (...) ADMES No había dejado de estar cerca de Eleonor ni un solo instante durante ese día. Algo en mí me hacía creer que con el simple hecho de que ahora sabíamos que podía vernos, la metía en problemas serios con Cupido, de quien tenía sospechas que ya sabía sobre ese extraño caso. No quise que me viera durante todo el día, no deseaba que se hiciera dependiente a mi presencia, aun creyendo que yo era su ángel de la guarda, por lo que, me la pasé escondiéndome a cada instante. Pero había estado cerca cuando su padre advirtió sobre una extraña criatura en el bosque, lo que me hacía creer aún más que a partir del momento en que decidió hablarme, comenzó a correr peligro. Justo ahora me encontraba a unos metros de distancia de donde se encontraba junto a sus amigos frente a la fogata. Su alma gemela no dejaba de dirigirle miradas disimuladas, mientras cantaba y tocaba una guitarra. Los demás, simplemente se dedicaban a escuchar al chico, el cual admitía que tenía talento. Me giré en cuanto sentí las presencias de Acacia y Altair, quienes se materializaron de inmediato frente a mí. Altair me sonrió con la misma felicidad con la cual se le caracterizaba, se acercó a grandes zancadas hacia mí y se detuvo a mi lado, colocando una mano sobre mi hombro. Miró hacia el grupo de chicos con curiosidad, aún con su enorme sonrisa marcada en su rostro. —¿Cuál es el sexy problema cromosómico? —Musitó, viendo a cada una de las chicas del grupo—, espera... no me digas —apretó mi hombro, percibiendo con los ojos entrecerrados a cada una de las cuatro chicas que se encontraban en el grupo—. Es la rubia bajita que está en el campo de visión del chico que no deja de cantar —intuyó al final. Miré a Acacia, cuestionándole con la mirada el por qué Altair sabía sobre Eleonor. —¡Vaya! Es verdad... no puedo entrar a su mente —dijo con sorpresa. Acacia levantó los hombros, acercándose a Altair. —Dije que te cubriría con Cupido, Admes. Nunca dije que no le contaría a Altair —después se dirigió a este—. Ahora, Altair. ¿Qué tal si le explicas a Admes lo que averiguaste sobre el problema cromosómico? —A cada siglo aproximadamente, nace una persona ya sea chico o chica, con una anomalía en el cromosoma número 17 —explica pacientemente—, lo que sería así como un cromosoma más en ese par, lo que los vuelve sensibles ante ciertas criaturas sobrenaturales. Digamos que nosotros estamos a un rango más bajo que los ángeles de la guarda, por lo que, somos los que quedamos expuestos ante esos humanos "especiales" —dijo, haciendo comillas con sus dedos. Asiento, comenzando a comprender todo. —No sabía que eras tan inteligente, Altair —bromeo, ganándome con ello una palmada en la cabeza por su parte. —Lo que nos extraña, es que en este siglo ya hubo un caso. No entendemos por qué se está repitiendo —agrega Acacia, observando directamente a Eleonor. —¿Y qué ha sucedido con ellos? —delibero, observando directamente a Acacia. Ella me mira con una expresión sombría, antes de negar con la cabeza. —No lo sabemos, Admes.
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