¿Se rompió el hilo del destino?

1970 Palabras
" Vivo por fuera, pero con un corazón roto y desolado por dentro". ^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^ El miedo parecía ser el único sentimiento que podía ser capaz de sentir mi cuerpo. Las manos me sudaban y apenas podía manejar. Una y otra vez escuchaba la voz de mi esposa llamarme en mi mente ¿Por qué? ¿Qué diablos es esto? Mi mente me está jugando una mala pasada, sin lugar a duda, era el remordimiento de haber actuado de la manera más estúpida posible frente a ella. Decidí enfocar toda mi atención en el camino. No quería ocasionar un accidente, eso empeoraría las cosas, aunque, con los nervios a flor de piel esto se convertía en una tarea titánica. — Massimo, tus manos están temblando, ¿no deseas que sea yo quién maneje, hijo? —me preguntó mi padre, entrelazando sus dedos, un gesto que mostraba su nerviosismo. Ninguno de los dos estábamos aptos para manejar, sin embargo, traté de disimular mi preocupación. La sangre en mis venas se sentía como si congelaran todo lo que iba recorriendo. Mi padre me miraba de reojo, permaneciendo en completo silencio. Él conocía muy bien mi expresión, pues aunque disfrazara mi rostro él veía la reacción en mis manos. La de un hombre angustiado. La carretera parecía de nunca acabarse, era como estar manejando al infinito ¡Maldición! Tenía tanta prisa por llegar, mas el mundo se había vuelto en mi contra. — Mi mujer… mis hijos… ¿Por qué sigo con esta horrible sensación de presión en el pecho? Nunca… nunca debí haberte dicho esas cosas —me decía en mi mente, golpeando el timón con mis manos. … El fuego iba arrasando con todo lo que se encontraba. Lo que un día fue una hermosa casa de vacaciones, era ahora un total infierno que ni los bomberos lograban controlar. — ¡Máxima potencia! ¡El fuego sigue aumentando! —gritó uno de los bomberos haciendo su mayor esfuerzo con la manguera. Una gran cantidad de hombres estaban luchando por extinguir las llamas de esa casa, mientras algunas personas que vivían en zonas aledañas miraban todo con consternación. — ¡T-tiene que hacer algo! ¡Mi nuera y nieta siguen dentro! —explicaba Bianca casi al punto de desmayarse, al jefe de los bomberos. — Señora, dos de nuestros hombres están haciendo lo posible por entrar y rescatar a las personas. Ahora por favor, le pido que se aleje. El lugar no es seguro. Bianca fue ayudada a salir, dirigiéndose a una ambulancia donde atendían al pequeño Franco a causa de la inhalación de humo. Por fortuna, el infante no necesitaría ser internado. Mientras le daban un asiento y revisaban su presión, Bianca tenía la mirada pérdida, su alma parecía que abandonaría su cuerpo en cualquier momento. Entonces, bajando del auto, una mujer de ojos azules, corrió sin importar tropezarse con sus tacones, la expresión que notaba era una llena de terror. El hombre detrás de ella la alcanzó a atrapar antes de que cometiera alguna locura. Él también estaba sorprendido, ahora entendía, todos esos camiones de bomberos, eran por este incendio. — Marco… dime que estoy viendo mal… Que la casa no se está incendiando… —sollozaba con la voz entrecortada—. ¿D-dónde está Stella? ¡Los niños! Al igual que Antonella, él se hallaba sin respuesta y con muchas interrogantes, la razón de saber cómo había empezado todo, no la hallaba. De pronto, sus ojos notaron a la madre de Massimo mientras era atendida por los paramédicos. — Allá está Bianca —indicó con la mirada—. Vamos Antonella, todo estará bien —trataba de hacerla sentir mejor frotándole los hombros. Ella asintió, siendo acompañada. Ambos no tardaron en encontrarse con la mujer que parecía estar a punto de desmayarse. — Señora Bianca… — la llamó Marco. Ella alzó la vista, sintiendo sus ojos aguarse de impotencia, mas la debilidad de su cuerpo le impidió ponerse de pie, quedando sentada sobre la silla. — ¿Qué es lo que pasó? —preguntó Marco al paramédico que atendía a Bianca. — La señora tuvo un problema con la presión, lo mejor será que no se levante por ahora. El incendio la ha dejado en estado de shock. — ¿Y qué hay de Franco y Chiara, y la madre de ellos? —preguntó con la angustia en la voz—. ¿Dónde están? — La dama llevaba un pequeño en brazos. Ahora mismo está en la camilla, sus pulmones concentraron una pequeña cantidad de humo, pero estará bien, pronto volverá a la normalidad, sin embargo, la infante que usted menciona así como la madre, no tenemos información de ellas. — ¿D-de qué está hablando? —cuestionó Antonella sintiendo como se hiperventilaba—. No… — Antonella, cariño. Marco procuró atenderla, iba controlando la terrible emoción que recorría a su novia. Le hablaba con calma, haciendo que entrara en razón, pero la verdad era que incluso él necesitaba ayuda. La preocupación por Stella y la melliza menor crecía en su pecho a cada segundo. Entonces, el sonido de un auto estacionarse muy cerca, llamó la atención de más de uno. Todos miraron como del vehículo descendía un hombre con un rostro lleno de temor, este apenas puso un pie en el suelo, tuvo que sostenerse de la puerta abierta, pues la sensación de que su corazón era destrozado en miles de pedazos se lo impidió. Ante él estaba su peor pesadilla, el infierno a grandes escalas. — Stella… mis hijos…—murmuró con las pupilas reflejando el fuego ardiente que consumía su residencia—. No… —se negaba a creer lo que estaba ocurriendo—. No… ¡No! ¡NOOO! — ¡Massimo! ¡Espera! —fue la voz de Geronimo, tratando de detener a su hijo, mas el hombre de mirada azul no pensaba en parar, sus piernas se movieron en grandes pasos mientras corría hasta la entrada de su casa. Sin embargo, cuando pretendía entrar, unos bomberos detuvieron su paso. Tuvieron que sujetarlo entre cuatro, tratando de hacerlo entrar en razón. — ¡Déjenme maldita sea! ¡Tengo que entrar! —exigió. Nada de lo que los bomberos dijeran haría que él se calme, su mundo se estaba desplomando. — Señor, por favor guarde la calma. Le recomendamos ir donde la ambulancia, ahí está la abuela y un pequeño. Massimo giró la cabeza, observando a su padre encontrarse con su madre, y a Franco, su hijo mayor siendo cargado en brazos de Marco, pero al no encontrar a Stella ni a su hija menor, el temor siguió aumentando en su estómago. — ¿Y mi esposa? ¿Mi hija? Utilizando una voz calmada, el bombero se preparó para explicar lo difícil de la situación. — Señor, nosotros estamos dando todo nuestro esfuerzo, pero debe saber que… — ¡¿Qué?! ¡¿Esfuerzo?! ¡A mí no me importan sus esfuerzos! ¡Mi mujer y mi hija siguen adentro! —decía, volviendo a intentar liberarse. — Entienda caballero, esto es peligroso. Pese a las insistencias del hombre, Massimo no se quedó quieto. Concentrando toda su fuerza en brazos, empujó a los hombres, logrando soltarse de dos para después quitarse el saco y meterse a la casa. El olor a madera quemada y las llamas naranjas eran lo único que alcanzaba a ver. Su cuerpo sentía como el calor abrazaba con fuerza su piel, era tan terrible y doloroso, aún así continuó avanzando entre el humo que se metía a sus pulmones, mas nada sería lo suficiente como para detenerlo. — ¡Stella! ¡Chiara! —las llamó, sin embargo, no obtuvo respuesta, observó la escalera que conducía a la segunda planta y con la intención de subir, se aproximó al lugar que estaba a punto de desplomarse. De pronto, el sonido de algo quebrándose sobre él, llamó su atención, pero muy tarde fue su reacción, pues el fuerte golpe que este le dio en la nuca, lo dejó inconsciente en el piso, rodeado de las llamas que avanzaban a cada segundo con violencia. “¿Por qué el destino era tan cruel? ¿Acaso este envidiaba la felicidad? ¡¿No había derecho a encontrar el amor?! Tal vez en el fondo los finales felices solo eran parte de los cuentos, y por muy dura que era la realidad, había que aceptarlo". … La vida lo había querido así. Un día el destino los llevó a conocerse, tuvieron muchos momentos de alegría, días que él jamás olvidaría, a pesar de estar condenado a una silla de ruedas. Lamentablemente no supo valorar lo que tuvo, y su tiempo ya había pasado. Ella jamás sería de él. — No puedo tenerte y tampoco olvidarte, si antes te amaba… Ahora te odio por tener que usar esta silla para movilizarme —decía Angelo, mientras apretaba los dientes con furia y enterraba las uñas a sus piernas con fuerza—. Pero sobre todo mi odio crece día a día por no poder sacarte de mis pensamientos…Porque aunque no quiera admitirlo, eres la única que busca mi corazón. … — Stella… Stella… mi vida… Repentinamente, abrió los ojos. Se encontraba en la camilla de la ambulancia. Todo afuera parecía tranquilo, la mañana había llegado, los bomberos habían logrado apagar el fuego de lo que una vez fue una gran residencia, del cual solo quedaban cenizas. Apoyando las manos sobre la camilla para observar a quienes lo acompañaban, Massimo se levantó aún adolorido por el golpe que recibió en la nuca. — Massimo… hijo —susurró Bianca al borde del llanto, mientras Gerónimo la ayudaba a mantenerse en pie. — Madre… —musitó tratando de mantenerse consciente —. S-Stella… Chiara… ¿Dónde están? La mirada enrojecida de su progenitora se apoyó al pecho de su esposo, pues no tenía el valor para hablar, ni ella misma podía articular palabra. — Padre… ¿por qué están llorando? —preguntó aún confundido—. ¿Dónde está mi esposa e hija? — Hijo… —sollozó Geronimo, él consolaba a su esposa, pero lo cierto era que él tampoco podía seguir en pie, el dolor era tan profundo como un puñal se clavaba en su cuerpo. Ver a su padre tan débil, hizo que Massimo sintiera un terrible escalofrío, sus pupilas se contrajeron y su corazón parecía haberse detenido. Nunca se había sentido tan débil como en ese momento. Como si su mente se lo dijera, salió corriendo de la ambulancia, encontrándose con su casa reducida a cenizas y algunos pedazos de madera. Su cuerpo paralizado no pudo seguir, simplemente dio la vuelta para ver a sus padres consolándose entre ellos y al otro lado a Marco abrazando a Antonella que no dejaba de sollozar de forma tan desgarradora. Un bombero que iba caminando entre los escombros, llegó donde Massimo, para mirarlo con una profunda tristeza. — Mi hija… ¿D-dónde está mi esposa? El hombre se quitó el casco, solo para negar con la cabeza y con un hilo de voz muy bajo pronunciar aquello que destruiría la vida del hombre que creía tenerlo todo. — Lo lamento. Al escucharlo, la vida de Massimo se derrumbó, sus piernas ya no soportaron su peso y cayó de rodillas, sintiendo como sus pulmones no podían captar más oxígeno, sus ojos azules perdieron ese brillo que los caracterizaba y dentro de su mente se formaba un remolino con miles de recuerdos haciendo más grande la herida en su alma, que sangraba sin parar. Entonces, unas gotas gruesas y calientes cayeron sobre la tierra. Todo el dolor que su cuerpo contenía terminó liberándose en un sollozo que salió desde lo más hondo de su garganta. Sus dedos se enterraron en la tierra, mientras recordaba esa dulce voz diciendo: Hasta que la muerte nos separe…
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