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La sobresaltaron unos golpes en la puerta. Tenía miedo de que fuera Eduardo o Gabriela, aunque su cuñada o su suegra se limitarían a entrar sin pedir permiso. Eran sus hijos, se veían preocupados, le dijeron que la esperaban abajo, tenían que salir hacia la notaría para la lectura del testamento. Resignada se alisó la ropa y salió con ellos de la habitación. Quería terminar ya con todo esto, una vez finiquitado el asunto, podía irse. Camino en silencio hasta la camioneta, solo eran ellos tres, los demás iban en otra camioneta y Eduardo en su coche. Otra dura prueba que enfrentar, estaba ciento por ciento segura que lo que decía ese testamento no le gustaría a nadie. Pero era la última voluntad de su esposo, tendría que acatarse al pie de la letra, les gustará o no. Llegaron a la notaría y