Dorothea despotrica a mi lado en el auto que nos lleva directo a encontrarnos con Alonso. Yo mantengo los brazos cruzados, observando por la ventanilla, fija en el vacío que se extiende afuera y en el que tengo dentro. No iba a mostrar frente a Thea cuánto me había dolido la actitud de Alaric en la mesa. Fue como una espina que se clava en el pecho. Y me asustaba; no solo iba a enfrentarme a Alaric y que él me recibiera, sino que también estaba respondiendo, y temía no ser capaz de resistirlo. Porque, así como yo conocía sus puntos débiles, él también sabía cuáles eran los míos. El auto se detuvo frente a una cafetería. El chófer que Thea había llamado se marchó, y nosotras preferimos sentarnos afuera en lugar de adentro. El ambiente era más ameno; podíamos ver los autos pasar, la gente