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Los pasos apresurados de César resonaron en la oficina, alcanzándola con una rapidez que la tomó por sorpresa. Su mano se cerró con fuerza alrededor de su brazo, arrastrándola casi a rastras hacia el centro de la estancia mientras ella luchaba por liberarse.
—¡Suéltame! —gritó Violetta, logrando finalmente zafarse.
—Has agotado mi maldita paciencia, Violetta —gruñó César, acercándose peligrosamente. Su rostro, una mezcla de furia y sombras, la hizo estremecer—. ¿¡Me has estado siguiendo todo este tiempo!?.
—¡Quien que debería estar reclamando aquí soy yo! —lo empujó con fuerza, su enojo burbujeando hasta la superficie—. ¿¡Cómo pudiste hacerme esto!? ¿¡Creías que nunca descubriría que tienes una amante!?.
—¿De dónde sacas eso? —replicó con frialdad.
—¡Niégalo, César! ¡Vi esas mald
