Ella sonrió complacida y volvió a rozar sus labios contra los de César, sin llegar a besarlo por completo. Sus labios bajaron lentamente por su mejilla y mandíbula, dejando una estela de besos suaves, lentos y tiernos. Esta vez, era ella quien tomaba la iniciativa, quien lo dominaba. Sus caderas se alzaron, encontrando su longitud con su centro, y Fénix dejó escapar un jadeo en la boca de César antes de besarlo con ansias, devorando su lengua con impetú. Las pelvis de ambos se movían al unísono, en una danza silenciosa de placer mientras sus cuerpos se rozaban, provocando gemidos ahogados que llenaban la habitación. Las manos ansiosas de César ya habían comenzado a despojarla de su chaqueta, arrancándola con desesperación junto con la blusa que llevaba debajo. Pero Fénix no tuvo pacienci