A la mañana siguiente los rayos del solo entran por la ventana de la habitación de Callum. Elizabeth quien no se había despertado aún, frunce el ceño por la iluminación y se acomoda en la cama. Su incomodidad aumenta cuando palpa con sus manos algo duro que tiene un rico olor. No logra diferenciar qué es lo que toca y sigue palpando con su mano mientras sus ojos se van abriendo de apoco. —No soy de hierro, deja de tocarme así. Al escuchar la voz ronca de Callum Elizabeth se aleja de un brinco pegando abruptamente su espalda en el cabezal de la cama. Se dio cuenta que lo que tocaba minuciosamente era el pecho de Callum y que incluso ella descansaba sobre él. —Ten cuidado —le dice él cuando se percata que ella se golpea la espalda con la cama —. No te asustes, fuiste tú la que me bus