Por la mente le pasó la idea de que quizá, algún día, un hombre la amara como ella deseaba ser amada y no porque tuviera una bonita cara. Ambos se sentirían instintivamente atraídos y sus corazones y sus almas se unirían por el amor. Eso era lo que ella sentía por el Marqués, pero él jamás sentiría lo mismo por ella. Se apartó del espejo. El Marqués era una estrella que brillaba a miles de kilómetros en la inmensidad del cielo mientras que ella no era nadie en la oscuridad de la tierra. Alguien llamó a la puerta. Norita pensó que se trataba del camarero que le llevaba la cena. —Ya voy— dijo la joven. Pero cuando abrió la puerta se encontró con Hignet. —Su señoría ya está a bordo, señorita— anunció—, quiere saber si le haría usted el honor de cenar con él. —¿Milord está en el yate