Nueva visita

1379 Palabras
El cuarto quedó en silencio tras los últimos jadeos entrecortados de ambos. Freya permanecía tumbada, con el cuerpo aún estremecido por lo que acababa de ocurrir. Damon se levantó de la cama sin mirarla, el sudor en su piel brillando bajo la luz tenue de la habitación. Agarró su ropa sin prisa, como si lo que acababan de compartir no significara nada. Freya lo observó mientras se vestía, sintiendo una opresión que comenzaba a apoderarse de su pecho. Había entregado algo muy íntimo, algo que nunca antes le había dado a nadie. Y sin embargo, Damon actuaba como si fuera solo otro encuentro casual. El contraste entre la intensidad de sus caricias y la frialdad con la que ahora la trataba la hizo sentir expuesta, vulnerable. Él abotonó su camisa con calma, sin siquiera voltear a verla. Freya tragó saliva, esperando alguna señal, alguna palabra que suavizara ese nudo que se formaba en su garganta. Pero lo que escuchó fue peor. —Vístete y tráeme algo de comer. Debo dormir temprano hoy —dijo Damon sin emoción, con la voz baja y monótona, mientras le daba la espalda. Las palabras la golpearon como una bofetada. El mundo pareció tambalearse bajo sus pies. ¿Eso era todo? ¿Había sido solo un rato más para él? Freya se quedó inmóvil por un momento, su mente girando en un torbellino de vergüenza y dolor. ¿Qué había hecho? Se había entregado por completo, y ahora sentía que solo había sido usada, un juguete momentáneo en manos de Damon. Su cuerpo comenzó a temblar de vergüenza. Las lágrimas asomaron en sus ojos, pero no podía permitir que él las viera. No podía darle ese poder. Con manos torpes, se levantó de la cama, mareada y con la sensación de vacío ardiendo en su pecho. Cada movimiento le dolía, no solo físicamente, sino emocionalmente, como si cada paso hacia su ropa fuera una confirmación más de su error. Damon permanecía inmóvil, sin prestarle atención, como si le estuviera dando tiempo para marcharse. Freya recogió sus bragas del suelo y se las puso con dedos temblorosos. Luego, se metió en su vestido de prisa, tratando de mantener la compostura aunque por dentro se sentía rota. —Freya... —murmuró él de repente, pero no hubo dulzura en su voz, solo impaciencia—. ¿Te tomará todo el día? Ella apretó los labios para no dejar escapar un sollozo. Terminó de vestirse y respiró profundo, obligándose a mantener la cabeza en alto. Sin decir una palabra, tomó la taza vacía del buró y caminó hacia la puerta con pasos inseguros, pero decididos. Damon no se giró. No la detuvo. Y esa indiferencia fue lo que más la hirió. Cuando Freya salió de la habitación, una lágrima finalmente escapó, rodando lentamente por su mejilla. Pero no dejó que se quebrara su expresión. Aun con el alma hecha pedazos, tenía que seguir adelante. Damon Cross jamás vería cuán profunda era la herida que le había dejado. Freya regresó a la habitación con una bandeja de comida, los pasos arrastrados y su mente en un caos. Quería terminar con esto lo más rápido posible, dejar la bandeja y regresar a su cuarto. Necesitaba acurrucarse en su cama, cerrar los ojos y llorar hasta quedarse vacía. ¿En qué momento su vida había tomado este giro tan inesperado y doloroso? Acostarse con Damon no había sido parte del plan. Pero ahí estaba, atrapada en una situación que no podía cambiar. Con manos temblorosas, dejó la bandeja sobre la mesita junto a la cama. Sin mirarlo, dio media vuelta para irse. El aire en la habitación se sentía espeso, y cada segundo que pasaba en presencia de Damon le pesaba en el pecho como una losa. Su cojera la obligaba a caminar lentamente, como si incluso su cuerpo conspirara para alargar ese momento incómodo. —Ten. —La voz grave de Damon la detuvo en seco. Freya se giró despacio, con el corazón latiéndole en la garganta. Él le extendía la mano con el puño cerrado. Por un momento, ella no supo qué hacer. Dudó, pero finalmente avanzó hacia él, obligándose a mantener la compostura aunque su interior estuviera colapsando. Cuando Damon abrió la mano, una pequeña pastilla quedó expuesta en su palma. Freya frunció el ceño, sin entender al principio. Levantó la mirada hacia él, esperando una explicación. —Es una pastilla del día después. —Damon habló sin emoción, como si estuviera dando una orden más—. No usé preservativo, y no me arriesgaré a que puedas quedar embarazada. Esas palabras la atravesaron como un cuchillo. Freya sintió cómo su corazón se rompía un poco más, cada letra cargada de una indiferencia que la hacía sentir aún más usada y prescindible. ¿Eso era todo para él? ¿Un momento fugaz, seguido por una medida fría y calculadora para asegurarse de no lidiar con las consecuencias? Freya tragó con dificultad, sintiendo un nudo atascado en su garganta. No podía llorar frente a él, no podía mostrar debilidad. No tenía derecho a sentirse así, o al menos eso se repetía en su mente, pero las lágrimas pugnaban por salir. Sin decir nada, asintió y tomó la pastilla de su mano. Los dedos de Damon rozaron los suyos por un segundo, pero no hubo calidez en ese contacto. Freya reprimió un estremecimiento, apartándose rápidamente como si el simple toque le quemara. Se giró de nuevo hacia la puerta, con la pastilla apretada en el puño como si fuera un recordatorio de su error. Cada paso hacia su habitación era un martirio, y la carga emocional era más pesada que nunca. Quería escapar, quería gritar, pero lo único que hizo fue apretar los labios y continuar caminando lentamente hacia la salida, silenciosa, rota por dentro. Damon no la llamó ni la detuvo esta vez. Y ese silencio era lo que más dolía. Freya caminaba con la mirada baja, batallando para mantener el control sobre sus emociones. Se había prometido que no lloraría hasta estar en la privacidad de su habitación, pero las lágrimas la traicionaron, deslizándose sin permiso por sus mejillas. Las limpiaba apresuradamente con el dorso de la mano, tratando de borrar cualquier evidencia de su dolor antes de que alguien la viera. Su mente estaba nublada, atrapada en pensamientos oscuros y enredados. ¿Cómo había permitido que Damon la afectara de esa manera? ¿Qué iba a hacer ahora con el peso de su primer encuentro íntimo convertido en una amarga lección? Tan ensimismada estaba que no vio la figura que se aproximaba hacia ella. El impacto fue inevitable. Freya tropezó y chocó de frente contra el pecho duro de un hombre. El golpe la hizo tambalearse hacia atrás, pero una mano firme se posó en su brazo para estabilizarla. El calor del contacto la tomó por sorpresa, haciéndola sentir de repente consciente de sí misma. Levantó la mirada rápidamente, con los labios ya formando una disculpa nerviosa. —Lo siento... no vi por dónde iba... —murmuró entrecortadamente, evitando hacer contacto visual directo. Al alzar la vista, su mirada se cruzó con la de un hombre que le sonreía con una amabilidad inesperada. Era alto, de complexión atlética, con un aire relajado y una sonrisa amplia, como si el pequeño choque hubiera sido un momento divertido y no un inconveniente. Había algo en su expresión que la tranquilizaba, como si le dijera sin palabras que no tenía de qué preocuparse. —No pasa nada. Estás bien, ¿verdad? —preguntó el hombre, con voz suave y agradable, sin soltarla todavía. Freya asintió rápidamente, sentía las mejillas arder por la vergüenza. —S-sí, estoy bien. De verdad, lo lamento mucho —volvió a decir mientras hacía una leve inclinación de cabeza, como saludo y disculpa. Él observó su rostro con curiosidad durante un segundo más de lo que Freya esperaba, como si tratara de leer en ella algo más allá de la simple distracción. No había juicio en su mirada, solo un interés genuino. —No tienes que disculparte tanto. Fue un accidente —dijo con una media sonrisa. Mientras este hombre la observaba, se preguntaba a si misma, quien era él y por que se paseaba por la casa de los Cross tan a la ligera.
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