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«¡No se debe permitir que el Príncipe Iñigo se siente en el Trono!» Aldrina pensó que aquello resolvía el problema del Príncipe Iñigo, no había contado, sin embargo, con su persistencia. La fue a visitar al día siguiente, llevándole un ramo de flores. También le ofreció una elaborada disculpa por haberla alterado. −Le aseguro− dijo en tono servil−, que no tenía el menor deseo de hacerlo. En realidad, lo que yo quería decirle es que me han impresionado mucho su belleza y su encanto. Sonrió antes de añadir: −Mi único deseo es ayudarle en todo lo que pueda a gobernar mi país, al que amo mucho. Éste era un enfoque muy diferente, pero Aldrina no se dejó engañar, cuando lo miró a los ojos, vio que estaban llenos de reproches, no cabía duda alguna respecto a que, en los últimos días de la vid