Prólogo

1052 Palabras
La noche es un muro de sonido. Todos los latidos incesantes se entrelazan luchando por tocar la luna. Puedo distinguir las barrigas de rana, la cigarra, tomando turnos para caer en sintonía, a ritmo de la oscuridad. Una y otra vez gritan perfectamente espaciadas; he golpeado la corteza con los dedos para comprobarlo. ¿Quién empieza? ¿Cuándo se decide la salva final mientras el alba se arrastra sobre nosotros? Esta noche, estoy en medio de todos ellos como un joven toro audaz en el ruedo buscando en todas direcciones algo contra lo que embestir. Entonces, entro como la rana. Soy la cigarra. Soy el búho barrado que no se adhiere al programa de la noche. Si puedo oírlo, puedo serlo. Ellos lo saben y me aman incondicionalmente por ello. El lenguaje de las bestias abre la puerta secreta al entendimiento. Un respeto mutuo, una camaradería espesa como la sangre. Mi garganta chasquea, mi lengua golpea y se retuerce, nada de ello humano mientras charlamos mientras los demás duermen. Los he visto hablar en lenguas, a esos vendedores de aspiradoras y cajeros de banco que rechinan sobre la raída alfombra azul con sus mejillas espumosas. Sin ser tocados por nada más que el d***o de atención. Doy fe de que Dios no está en esos salones de mentiras donde solo se puede ver el sol a través de las mugrientas vidrieras. Dios es la materia que compone el entintado cielo n***o. Dios es la hermosa locura. El auge y la caída de la creación han de ser presenciados cada noche con el oído de la carne envejecida. ¿Me oyes, Dios? ¿Qué criatura tiene tu oído esta noche? ¿Te aúlla el coyote sus pecados? ¿Qué insecto en lo alto de una suave hoja inspira tu orgullo? Yo seré. Tu trompeta dorada moldeada de la tierra. Déjame usar mi poder en verdadera gloria. Mi boca hará tropezar para siempre la luz fantástica. Amén. Mira a Stanton, ahí abajo en las húmedas heces, imitando a las bestias bajas. ¿Qué placer hay en actuar como un insecto? ¿Blanquear como un sapo en un tronco? Chapotear en el barro con los cerdos no hace más que empaparte el cuerpo y la mente. Me alegro de que mamá me viera en este rico mundo antes que él. Él atado a las raíces de la tierra como un sabueso que nunca llega a cazar. ¿Yo? Yo tengo el viento. No hay nada mejor que fluir a través de todo lo que hay. A través es, oh, tan correcto. La ráfaga puede doblarse alrededor de un árbol o de un viejo granero, de las pirámides o del rizado pelo rojo de Little Lea, pero también atraviesa. Un estado sólido absoluto es un mito no más real que un centauro lujurioso persiguiendo doncellas por el bosque de Foloi. Los átomos se dispersan y el viento encuentra invariablemente la forma de contonearse entre ellos. A través de todos esos pequeños espacios, debe pasar. El viento ve el interior mientras su viaje perdura. ¿Me atrevo a montar mi corcel invisible espumeando desde la fuente hasta el delta? ¿Por qué utilizar una forma mortal cuando su vocación fluye por encima y hacia la tierra firme? Si pudiera quitarle los grilletes a mi vasija, lo haría. ¿Podría tropezar con alguna escritura arcaica en una olvidada cueva nepalí que me presentara sus secretos de liberación? ¿Podrían los sumerios haber tenido esta habilidad para cortar nuestra bobina? ¿Está Houdini aquí arriba, esperando acercarse una tarde de finales de otoño saltando a lo largo del estratocúmulo para presentar la respuesta a mi lado? Estos incontables días me han enseñado mucho, pero la verdad inquebrantable es que el viento sabe lo que te une y lo que te separa. Qué rama derribará un gran roble, o cómo un gusano entrará en ese melocotón perfecto mientras cae al suelo. El pasado, el presente y el futuro son medidos por la veleta. Apuesto a que he soplado a través de ti en ese frío banco del parque y sé dónde guardas toda la oscuridad. Necesito más malditas cerillos. 646 cajas de cerillos. Son 12,920 cerillos. Si enciendo 64 cerillos al día se me habrán acabado a las 3:46 PM en 202 días. Papá es muy bueno consiguiéndome cerillos. Dondequiera que va me los consigue. Tengo 89 de diferentes restaurantes y 58 de diferentes moteles. 33 son de bares y algunos que papá me dijo que nunca le mostrara a mamá. No quiero usarlos, son cerillos especiales secretos, pero en el peor de los casos, hay que usarlos. Tienes m****a en el cerebro si no puedes reconocer que nada es mejor que el olor de encender un cerillo. Debo oler ese olor. Ese rasguño cuando lo arrastro por la b***a, cómo esa pequeña cosa se transforma en tal poder. Mañana conseguiré más, puedes apostarlo. Siempre puedo pedirle a papá o a Stanton que me lleven y caminar hasta el muelle con mi lazo azul y mi vieja cesta de Pascua y recogerlos de nuestro pequeño rincón del mundo. A Johnny Jumper del Tricker Grill le gusta que me siente en el mostrador. Me prepara batidos de Lumpy Lea que me hacen sentir feliz. Siempre tiene cerillos por ahí, en cada mesa hay uno justo dentro de los ceniceros de cristal. Creo que lo sabe, pero me deja llevármelos. Actúa como el tío espeluznante que nunca tuve, ofreciendo su tiempo. Me dirijo a la gasolinera después de eso. Uno no pensaría que una gasolinera fuera un buen lugar para encontrar cerillos, pero siempre encuentro alguno. Mejor conmigo, diría yo, sentada con un paquete de cigarros encima de uno de los surtidores. Siempre hay algún adolescente mayor, como ese niño rico de Lonnie o ese Nick con espinillas o cualquier otro estúpido nombre de chico coqueteando con las chicas en bikini mientras llenan el pontón de su padre por el triple del precio normal. Podría salir de allí con el motor de una lancha a todo gas y no se darían cuenta. Aparte de Johnny Jumper ninguno de los chicos me presta mucha atención. O me pongo las tetas pronto y me las pongo bien o tal vez lo queme todo para que el lago eche vapor con un hermoso fuego danzante.
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