Salió del aula, sintiéndose ligera luego del extenso debate sobre economía y publicidad. Durante la clase, sintió real ganas de huir, su profesor era bastante estricto con algunos términos sobre el léxico que debían emplear para dicha discusión.
Mientras caminaba por el pasillo atiborrado de estudiantes, pensó en todo lo que tenía que estudiar y no, no le alcanzaría el tiempo, mucho menos si el examen se llevaría a cabo mañana y ella tenía que ir a trabajar. Quizá podría repasar los apuntes en los intervalos calmos que esporádicamente surgían en el local. Solo esperaba no tener que recorrer las calles como lo hacía casi la mayoría de las veces.
Agradeció el leve golpe fresco que recibió en el rostro al estar fuera de las paredes de la universidad, porque, adentro, pareciese que el aire no corría libremente, ocasionándole una sensación asfixiante.
Se dirigió a la parada de autobuses como de costumbre (no tuvo la necesidad de correr).
Llegaría con antelación.
~*~
Una esencia miscelánea inundó sus fosas nasales, causando que las comisuras de sus labios se curvasen de inmediato. Ingresó con pasos lentos al local mientras paseaba la mirada por las mesas, deleitándose con las diferentes gamas de colores que componían las nuevas flores (que seguramente el longevo hubo solicitado en su ausencia).
—¡Ya llegué! —enunció, elevando un poco la voz. No divisaba al abuelo—. ¡Las nuevas flores son hermosas!
—Puedo ser viejo, pero gracias a Dios aún no estoy sordo —Esbozó una gran sonrisa, caminando hacia un pequeño estante, en el cual dejaba siempre su pesada mochila—. En realidad, no estoy sordo gracias a este aparato incrustado en mi oído derecho. A ver cuéntame, ¿cómo estuvo tu mañana?
—Bastante atosigada. Un duro debate sobre economía y publicidad —comentó, colocándose el mandil—. El resto, bien, sí.
—Pues más te conviene echarles ganas, mijita —espetó el longevo muy serio, sacándole una risita—. Todo lo que haces cuesta sacrificios y cuando llegue el instante en el cual obtengas la recompensa por ello, ahí estaré yo para ser el primero en felicitarte.
—Téngalo por seguro, Don Felipe —profirió risueña—. Por cierto, mañana tengo examen y quería saber si…
—Por supuesto que puedes estudiar aquí —El alivio fue instantáneo y asintió enérgica—. Hoy no saldrás a las calles. Las ventas han sido muy buenas en las últimas semanas y tenemos dos encargos de ramos de novias por armar.
—¿Para hoy? —indagó mientras cortaba los excesos de tallos de las rosas rojas—. Es bonito armar algo tan especial y único para una persona que contraerá nupcias.
—Uno es para hoy —replicó el anciano—. Las flores para el otro llegarán dentro de dos días. La novia llamó, un tanto alterada, solicitando que su ramo debe contener Cambria¹.
—Oh, pero…
—Sí, esa también fue mi reacción —El abuelo le apuntó el rostro, con una mirada escéptica—. Hice un par de llamadas, por suerte tengo unos contactos que la conseguirán.
—Es una buena noticia —alegó—. Bueno, si quiere, puedo ir preparando los materiales para el ramo de novias. ¿A qué hora vendrán a retíralo?
—Tienes un don innato para ello, mijita —Negó leve con la cabeza, curvando una pequeña sonrisa—. Pues a diferencia de la otra novia, esta quiere un ramo sencillo. Optó por flores campestres.
—Bien, entonces serán margaritas blancas, algún c*****o de rosa roja para darle un toque de color —imperó, dirigiéndose a una de las mesas desocupadas—. Oh, y por supuesto, un tenue toquecito de lavanda. Le dará una fragancia exquisita, pero leve.
—Lo dicho, tienes un don innato.
Rió por lo bajo mientras buscaba todo los materiales que debía emplear para creer un bonito ramo.
(…)
Abandonó la habitación —arrastrando los pies por la lanuda alfombra marrón—, sintiendo un revoltijo en el estómago. El apetito lo despertó y dejó que sus pasos lo guiasen directo a la cocina.
Abrió la nevera mientras que con la mano libre rascaba su nalga izquierda. Después de observar los alimentos, optó por algo rápido, simples emparedados de pollo con alguna salsa que sobró de… No lo recordaba.
Había llegado a las seis de la mañana del trabajo, se duchó y se metió directo a la cama. Una rutina que repetía constantemente a no ser que —de vez en cuando— conociese a alguien y la oportunidad de una buena noche apasionada lo desviaba de su hábito. Eso ocurrió dos semanas atrás y despertó en una cama que no era la suya, al lado de una chica que ni siquiera recordaba el nombre, no era como si le importase. Lo único que sí importaba era el hecho de haber pasado unas horas entre las piernas de una mujer. Lo demás carecía completamente de relevancia.
Si había algo que siempre dejaba esclarecido (al momento de enrollarse con alguien) eran los puntos básicos para evitar confusiones a futuro. Funcionaba; hasta el día de hoy nunca tuvo quejas ni problemas con las mujeres con las cuales se acostaba. Una noche de sábanas no significaba nada más que buen sexo y ya. Nada de sentimientos.
Terminó de preparar un almuerzo tardío y se dirigió al living. Organizó la mesita del centro y encendió el televisor, solo por quebrar el silencio, y se dispuso a comer parsimonioso.
La llamada de su compañero de trabajo lo tomó desprevenido ya que aún faltaba un par de largas horas para que comenzase su turno. Debía de presentarse antes en el bar para suplir la ausencia de uno de los bartenders. No se quejó, es más, significaba ganar más dinero a fin de mes. Muy esporádicamente tenía este tipo de oportunidades, por lo tanto, no la desaprovechó.
Posterior a una breve ducha, se vistió y mientras se paseaba por la sala, iba acomodando un par de cosas fuera de su sitio. Aprendió —después de tanto tiempo viviendo solo— a tener organizado el departamento.
Revisó que nada le faltase y abandonó su hogar.
Sería una larga jornada.
(…)
—Mire, Don Felipe —Tendió el ramo, mostrándolo al anciano—. Quedó muy bonito.
—Oh, mijita, la novia estará más que feliz —espetó el longevo—. Llamaré para que lo pase a buscar.
Asintió sonriente, viendo al abuelo caminar lento hacia el mostrador donde yacía el teléfono (entre otras cosas indispensables para tomar pedidos cuando llamaban al local).
Dejó el ramo dentro de una canasta de mimbre y se dispuso a guardar y limpiar la mesa en la cual estuvo trabajando. Las horas habían transcurrido pacíficas. Si bien tuvieron clientela durante las mismas, ella supo arreglárselas. Obtuvo, además, pequeños intervalos de descanso en los cuales aprovechó para repasar los apuntes.
Divisó al longevo colgar el teléfono mientras garabateaba algo en una libreta. Frunció leve el ceño cuando vio a Don Felipe encaminarse hasta donde estaban las rosas rojas.
—¿Sucede algo, abuelo? —indagó. Guardó las tijeras y el restante de listón que usó para el ramo (dentro de un gabinete exclusivo para tal fin)—. ¿Necesita ayuda?
—Pues que la novia quiere dos docenas de rosas rojas —comunicó el anciano—. Y otras dos de rosas blancas.
—¿Para hoy? —preguntó, dando largas zancadas hasta situarse al lado del abuelo—. Deje que lo hago yo. Usted siéntese, bastante anduvo de pie hoy.
—Sí —replicó el abuelo. Asintió mientras seleccionaba las mejores rosas de los contenedores sobre las mesas—. Contamos con tiempo suficiente.
—¿Pasaran a retirarlas por aquí?
—No, mijita. Al final, me temo que tendrás que salir a las calles.
—No hay problema, Don Felipe —profirió. Colocó dos canastos de mimbre sobre un pequeño banco—. Sin embargo, por el bien y el cuidado de las flores, tendré que realizar dos viajes. No quiero que se estropeen.
—Irás en taxi —Giró en torno al abuelo que se hallaba abriendo la caja registradora—. Además, la dirección queda bastante lejos de aquí.
Asintió y volvió al trabajo, siguiendo con la selección de rosas.
~*~
Con ayuda del taxista, acomodó los cestos de mimbre en los asientos traseros. Ella iría adelante, en el asiento de acompañante, cargando el ramo de novia. Por sugerencia de Don Felipe, en cada canasto yacían dos docenas y media de rosas, por si surgía algún imprevisto.
Se despidió del longevo con una mano al aire y le indicó la dirección a la cual debía llegar al chófer.
El señor le sacó conversación durante el trayecto, haciendo más ameno el viaje. Al llegar a destino, se deleitó con la lujosa imagen frente a ella. Una elegante mansión al estilo victoriano se alzaba imponente; vastos jardines con tupidos árboles y arbustos rodeaban la casa. Divisó a dos hombre custodiando el portón de altas rejas negras.
—Buenas tardes —enunció, sintiéndose intimidada por los dos tipos que la miraban con desconfianza—. Vengo de parte de la florería Brumalis, he traído el pedido de…
—Quédese donde está, ahora mismo daré aviso a los señores —bramó uno de los hombres, sin quitarle la mirada analítica de su persona.
Dio un leve asentimiento de cabeza, dando un paso hacia atrás. Bajó la mirada al pavimento mientras oía leves murmullos de los hombres.
—¿Necesitas que te lleve de regreso? —Se sobresaltó al escuchar al chófer del taxi y sonrió apocada—. No te cobraré el tiempo de espera.
—No hace falta, señor —imperó, abriendo una de las puertas traseras—. Don Felipe me dijo que no era necesario que regrese al local. De aquí iré directamente a mi casa.
—Oh, está bien, muchacha —profirió el señor—. Te ayudaré con eso.
—Muchacha —llamó uno de los hombres. Giró en torno a la voz cavernosa—. Puedes pasar.
Pagó y agradeció al señor del taxi. Cargó, como pudo, los dos canastos de rosas y sostuvo con sumo cuidado el ramo de novia. El portón fue abierto con una especie de mecanismo manipulado por uno de los guardias.
Con cada paso que daba, se sentía diminuta, admirando la elegancia de la residencia.
Se imaginó viviendo en un sitio como ese, pero tal cómo llegó la ilusión, se esfumó. Era un sueño imposible.
Una mujer —de no más de cuarenta años— la recibió en la puerta de la casa. Quedó atónita al notar el lujo que desprendía la mansión por dentro. El tamaño del vestíbulo parecía ser más grande que su propio departamento.
Se dejó guiar por la señora, quién la condujo hasta una especie de vivero. Admiró cada detalle del lugar, percatándose de las distintas flores, arbustos y plantas que yacían allí.
—El ramo de mi niña quedó muy bello, jovencita —alegó la mujer, agarrando con delicadeza el ramo entre las manos—. Ella no se equivocó al hacer el pedido en Brumalis, siempre cuentan con las más hermosas flores.
—Gracias por el cumplido, señora —profirió, acomodando los canastos en una mesa—. Don Felipe trata de tener una gran variedad de flores. Las rosas son su especialidad.
—Sin dudas lo son —afirmó la mujer mayor, en tono jovial—. Dime, ¿quién realizó tan magnífico y delicado trabajo?
Una pequeña sonrisa esbozó, sintiendo el bochorno colarse por cada poro de su ser. La mujer colocó el ramo dentro de un pequeño florero de cristal.
—Lo hice yo, señora —replicó—. Es un alivio saber que le gustó.
No contó los minutos que pasó charlando y extrayendo las rosas de los cestos de mimbre (para posterior dejarlas en distintos floreros previamente organizados por la mujer mayor).
Al final, Celina —nombre de la mujer—, resultó ser el ama de llaves. Misma que terminó regalándole las rosas restantes y una cuantiosa propina.
Posterior a despedirse, salió de la mansión con la alegría impregnada en su rostro y cargando un cesto de mimbre con una docena de rosas, rojas y blancas. Sin embargo, cuando comenzó a dirigirse hacia la dirección en la cual pasaban los autobuses que la dejaban cerca de su departamento, recordó algo de suma importancia: su mochila. La olvidó por completo en el local. Tendría que volver a la florería, una buena calificación dependía de los apuntes que guardaba dentro de la mochila.
Contempló la opción de ir caminando, calculó que faltaba una hora, hora y media para que anocheciese. Aun así, descartó la idea de hacerlo y retomó el rumbo hacia la parada de autobuses del lado contrario al que debiese de abordar para ir a su casa.
Bueno, posiblemente el abuelo la regañaría por andar por ahí cargando el cesto de mimbre con las rosas, pero ella sabía que todo regaño era por su bien…
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¹Las orquídeas Cambria son un tipo de orquídeas híbridas, las cuales fueron creadas de manera totalmente artificial.
Por ser híbridas, presenta muchísimos tipos de cepas, los cuales varían de tamaños y colores. Sin embargo, lo que más caracteriza a las Cambria son sus manchas que los pétalos alargados presentan en las flores.