Dame un momento

2607 Palabras
—¿Y por qué aún no está lista? Se supone que debíamos estar ahí a las 3 de la tarde. No puede ser que cada vez que te pido que hagas algo, nunca lo haces bien. —¿Y qué quieres que yo haga? También tengo que tomarme mi tiempo: maquillarme, vestirme, escoger la ropa adecuada, lucir perfecta. ¿O acaso crees que todo esto es de gratis? Tengo una maravillosa belleza, pero si no la trato adecuadamente, me veré sin nada de gracia. —Contigo siempre es lo mismo, no puedo tener un solo día en paz. Dalila giró molesta, dejando el lápiz labial sobre su tocador para mirarme enojada. —¿Y qué hay de ti? También es tu hija, por si lo has olvidado. —Tú eres su madre, es tu deber hacerte cargo de ella. —¿Acaso me viste cara de empleada? ¿Crees que es mi obligación pasar el día al lado de una mocosa llorona? En todo caso, contrata a alguien que se haga cargo de ella. —¡Claro, por qué no lo pensé antes! —le respondí con sarcasmo—. Por si lo olvidaste, debido a los problemas que estamos atravesando en la empresa, el ingreso a esta familia ha disminuido y no podemos costear a una empleada con todos tus lujos. —Es lo mínimo que merezco. Una mujer como yo merece solo lo mejor. Así que ya sabes lo que tienes que hacer. —Contigo todo es increíble. Nunca hay un acuerdo. —Pues debiste utilizar un preservativo, idiota —me responde y vuelve a darme la espalda para concentrarse en su apariencia frente al espejo. Salí de la habitación y caminé por el pasillo hasta llegar a la habitación de Lucy. Abrí la puerta, pero la condenada niña no se encontraba por ningún lado. —¡Luciana! ¿Dónde estás? No es hora de jugar a las escondidas —la llamé. Sin embargo, no obtuve respuesta. Continué caminando por su habitación, revisé debajo de su escritorio, la cama, y no había rastro de ella. Entonces abrí la puerta del baño y ahí, sentada en el suelo con el rostro oculto entre sus rodillas, sollozaba, tratando de no ser escuchada. Al percatarse de mi presencia, con sus pequeñas manos trató de limpiar sus mejillas. —Papito... —Siempre tienes que hacer las cosas difíciles. En vez de cambiarte, estás ahí sentada haciendo que tu madre y yo discutamos. ¡Ya párate! —Sí, papito —contestó con la voz baja. —A veces no sé si realmente te diviertes provocando esto —dije mientras abría su armario y buscaba algún vestido que fuera acorde a la situación—. —Lo siento, papito. —Creo que este servirá —saqué un vestido y volteé para mostrárselo—. Imagino que ya sabes cambiarte sola, ¿verdad? Acabas de cumplir 5 años hace tan solo un mes. —Sí, papi —asintió con los ojos rojos. La observé durante algunos segundos más. Su cabello estaba todo despeinado y sus mejillas aún manchadas por sus lágrimas. —Eres todo un desastre. Apresúrate en cambiarte, yo iré a preparar el auto. Y lávate la cara. —Sí, papi. La miré unos segundos antes de salir de su habitación. Qué fastidio, ¿por qué los niños no podían crecer más rápido? … —¿Cómo me veo? Mientras esperaba en el auto, Dalila finalmente salió con un vestido comprado por su reciente capricho y un bolso que no recordaba cuándo lo había comprado; probablemente lo había hecho sin que yo lo supiera. —Igual que siempre. Ya apresúrate en subir al auto que ya estamos llegando tarde. Ella me miró con fastidio, colocando las manos en sus caderas. —No cabe duda de que algunos son unos aguafiestas y no saben apreciar la belleza y la elegancia. —¿Quieres dejar de decir tantas estupideces y subir de una vez al auto? ¿Y dónde está Lucy? —Yo qué sé, no soy su guardián. —No, no eres su guardián, eres su madre, pero ni ese papel sabes hacer bien. Estábamos a punto de regresar a la casa; sin embargo, no hubo necesidad, ya que Lucy apareció corriendo hacia nosotros. —¡Por Dios! Mira cómo te has arreglado. ¿No te cepillaste el cabello? Dijiste que ya sabías hacerlo sola. —Traté de hacerlo, papito. Lo siento. —Lo peor es que ya no hay tiempo —suspiré—. Métete al auto. Tener hijos solo era una carga. ————— (POV Sofía) —Señora, hágame caso, por favor, y póngase el vestido. —¿Pero qué tiene de malo lo que traigo puesto? Es una tontería arreglarse tanto para una cena. —Solo es formalidad, señora. Recuerde que esas fueron las órdenes de su esposo. —Pues aunque lo pidiera el presidente, no pienso cambiarme. Además, yo ni quería estar presente en esa reunión, y únicamente lo hago porque sé que se discutirán temas importantes para la empresa. —Por favor, señora. Si no lo hace, probablemente la que se meta en un problema seré yo. No era justo que otras personas asumieran las responsabilidades de mis decisiones. Así que, después de soltar un largo suspiro, tomé el vestido que sostenía Gema. —De acuerdo, me lo pondré. —Gracias, señora. Y si necesita ayuda, no dude en llamarme, vendré tan pronto como pueda. —Puedo hacerlo sola. Además, imagino que ya debes estar muy ocupada con la comida. —Se podría decir que sí, pero es bueno contar con más personal que apoye. Además, el señor me ha encomendado la tarea de atenderla especialmente a usted, así que aquí estoy para todo lo que usted disponga. —¿De verdad hizo eso? —mi pregunta obtuvo confirmación cuando Gema asintió. No entiendo, si realmente el objetivo de Salvatore es solamente apropiarse de Vigna Reale, ¿por qué se preocupaba por darme tantas atenciones? La respuesta llegó a mí sin tener que indagar tanto. Era claro lo que él pretendía: trataba de ganarse mi favor con todo esto para que así yo me descuidara y confiara en él. Tu jueguito no va a funcionar conmigo, Salvatore. No confundas mi juventud con ingenuidad. Sé muy bien cómo piensan los hombres como tú. Al final, me coloqué el dichoso vestido y, de hecho, me quedaba bastante bien. Sorprendentemente, había sido de mi talla. Cuando apenas había terminado con mi preparación, escuché que alguien tocaba la puerta. Creí que se trataría de Gema, quien me indicaría que ya debía bajar. Sin embargo, cuando fui a abrir la puerta, me encontré a Salvatore, quien entrecerró los ojos, quedando en silencio durante breves segundos. —No te esperaba, pero qué bueno que te veo. ¿No crees que esto es demasiado? No sé por qué tengo que usar un vestido así para solo una comida. Él pasó saliva y parpadeó; sin embargo, no contestó mi pregunta. —El auto de tu hermano acaba de llegar. Necesito que bajes conmigo. Santos cielos, qué exagerado. ¿Por qué tanta actuación? Pero bien, era mejor estar en paz en lo que se hablaba de esta alianza. Al estar en la sala, uno de los empleados hizo el anuncio de que Hermes había llegado, pero no solo. —Vaya, admito que es una gran casa. —Señor Salvatore, ya están aquí el señor y la señora Tinelli, y la pequeña señorita Luciana. —¡Lucy! —sonreí al verla. Ella levantó sus ojitos hacia mí y una sonrisa se dibujó en su rostro. —¡Tía Sofía! —exclamó con gusto y corrió hasta llegar a mí. No dudé en colocarme en cuclillas, abriendo mis brazos para recibirla con el inmenso cariño que le tenía. —Oh, mi pequeña, no pensé que vendrías. —Mami y papi me trajeron —me contestó. —Ya veo. Tienes un vestido muy lindo, aunque estás algo despeinada. —El viento —añadió de inmediato Dalila—. Le pedí a Hermes que cerrara la ventana del auto, pero creo que no me ha escuchado. El viento ingresó con fuerza y deshizo el peinado de mi querida y amada hija. Miré de reojo a Dalila. Ese cuento no me lo creía. —¿Quieres que te arregle el cabello? —le dije a la pequeña Lucy, a lo que ella asintió con ese brillo de felicidad en sus ojos. —No creo que eso sea necesario —intervino Dalila, acercándose hasta la niña—. Cuido muy bien de mi hija. —Que mi esposa cepille su cabello no tiene nada de malo —agregó Salvatore. Cuando ella se fijó en él, retrocedió un paso y sus mejillas perdieron el color habitual que siempre acompañaba sus pómulos. ¿Acaso estaba asustada? Era la primera vez que la veía así. De hecho, la esposa de mi hermano siempre se había mostrado como una mujer que no temía decir lo que pensaba; tenía un carácter bastante duro. —Mi cuñado tiene razón, mujer, —Hermes intervino en la conversación, apoyando su brazo en el hombro de su esposa—. Nosotros podemos ir acomodándonos en la mesa mientras Sofía arregla el peinado de nuestra hija. —Está bien, supongo, —respondió ella, algo distraída. —¡Pueden pasar al comedor! —anunció el mayordomo, justo cuando tomé la mano de Lucy y nos dirigimos a mi habitación. Que ellos conversaran todo lo que quisieran. Prácticamente ya podía adivinar el tema: mi hermano llenaría de elogios a Salvatore para caerle bien. Eso no me sorprendía. —Muy bien, es por aquí, —dije, abriendo la puerta de mi habitación y permitiendo que Lucy ingresara. —¡Es un cuarto de princesa! —exclamó ella, sus ojos llenos de asombro mientras miraba todo a su alrededor. —¿Lo crees? —Es más grande que los que están en casa. —Creo que tienes razón, —le respondí mientras me acercaba al tocador en busca de un cepillo y unas ligas para el cabello. —Todo el lugar es como un castillo de cuento de hadas, tía. ¡Y tú eres la princesa que se casó con el príncipe! ¿Puedo ser parte de tu cuento? La imaginación de los niños era increíble y admirable. La miré con ternura, acercándole una silla para que se sentara frente al espejo. —Tú puedes ser todo lo que quieras, mi pequeña. —¿Incluso una princesa como tú? —Tú puedes ser la reina, si así lo quieres, —respondí mientras cepillaba cuidadosamente su cabello suave y delicado—. ¿Quieres que te haga una trenza? Ella asintió con entusiasmo, y mientras trabajaba en su cabello, no podía dejar de recordar cuánto había crecido. —No puedo creer que ya tengas cinco años. Aún recuerdo cuando eras una bebita, la niña más linda que mis ojos hubieran visto. Al terminar, coloqué las ligas para sujetar la trenza y la observé admirarse en el espejo. —Listo, ahora eres toda una Rapunzel. Ella vió su cabello con ilusión, y saltando del asiento me rodeó con esos pequeños bracitos que daban los abrazos más grandes y cálidos del mundo. —Te quiero tía Sofía. —Y yo te quiero a ti, mi pequeña princesa —le respondí, levantándola en mis brazos para cargarla. —Ojalá tú hubieras sido mi mami —me susurra al oído, causándome sorpresa. —¿Por qué dices eso, cariño? —Porque tu si me quieres… ¿Te podrías convertir en mi mami? Me había dejado sin palabras, que ni me dió tiempo a contestar, pues Gema tocaba la puerta. —Lo lamento, señora pero el señor pide su presencia. —E-está bien —contesté, sintiendo un nudo en mi garganta. Lucy y yo regresamos con los demás, donde lo que ya se tenía planeado se habló, el acuerdo entre Hermes y Salvatore, sería firmado en las instalaciones de la oficina y la presentación se haría oficialmente. … Al día siguiente, ya con algo más formal, la junta se realizó en la oficina del directorio, donde tras haber leído los documentos y ambas partes estuvieran de acuerdo, se firmó el pacto en presencia de los abogados de ambas partes. La celebración no se hizo esperar con vino creado en Vigna Reale. —Espero que después de leer el documento, te des cuenta que no pretendo nada extraño —me dice Salvatore, casi en un susurro, mientras los demás platican. —No pienses que eso hará que yo baje la guardia, estaré pendiente de los movimientos qué hagas en esta empresa —respondí, levantando la mano para beber de mi copa, pero… —¡Ay lo siento querida! Te juro que fue sin querer. Dalila había estado caminando de espaldas, por lo que al mover su brazo, no se había percatado que su movimiento provocó que el vino cayera sobre mí blusa. —Ahora mismo iré a buscar algo para limpiarte, querida. No te preocupes —ella salió, siendo seguida por Hermes. —Oh, era de mis blusas favoritas —dije con algo de tristeza, pero en fin, el daño ya estaba hecho. Tomando los botones de mi blusa, empecé a abrirlo. —¿Q-qué estás haciendo? —me pregunta Salvatore. —¿Qué te parece que hago? Me quito la blusa. —¡¿Acaso estás loca?! Los demás que aún estaban presentes, decidieron salir al ver que la situación se volvía tensa. —Oye, no tienes porque gritar, además mira —abro mi blusa—. Traigo dentro una camiseta. Mi aclaración no hizo efecto en él, al parecer estaba furioso, pues hasta traía las mejillas rojas. —¡¿Por qué no mides tus actos?! —Ya te dije que traía una camiseta. —Habían muchos hombres, ¿qué crees que pensarían viéndote así? —Pues nada —respondí con total calma—. Además ya les dijiste a todos que soy tu esposa, ninguno me mirará como objetivo, así yo ande desnuda. —Mi esposa… Bueno… —sus manos tomaron mi camiseta—. Entonces te ayudaré a cambiarte. Cuando sus dedos tocaron mi cintura, sentí que todo mi cuerpo se erizó, ¿Acaso hablaba en serio? ¿Planeaba quitarme la ropa? —¡Oye no! —Vamos, solo pretendo ayudarte. De repente un sonido nos detuvo. Su movimiento había provocado que parte de mi camiseta se rasgara, dejando ver parte de mis pechos junto al brasier. Con las mejillas rojas y el pecho latiéndome a mil, vi el rostro de Salvatore cerca a mis pechos. —Mierd@... —suspiró. —No encontramos nada, pero tal vez… Tomados por sorpresa, Enzo había regresado y al vernos en esa situación, Salvatore colocó sus manos en todo mi busto, evitando así que estos puedan ser vistos. —Pensé que lo de tener bebés era solo idea de Gema, pero parece que ustedes ya están ensayando. —¡Salte ahora! —gritó Salvatore con la cara toda roja. Enzo se fue, pero eso no quitaba el hecho que tenía las manos de mi esposo tocándome, ¿Acaso había dicho bien? ¿Dije mi esposo? Ya ni sabía que estaba diciendo. Rápidamente él quitó sus manos y sin tanto pensarlo, se quitó el abrigo. —Colócate esto y sal. —¿Qué? —Que te coloques esto y salgas, necesito unos minutos para concentrarme. —¿Concentrarte? —¡Ay, mira lo que me haces decir, solo sal y dame un momento! Y sin mayor explicación, tuve que dejarlo a solas, sin saber que estaba pasando en su cabeza.
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