POV. JAZMÍN
A veces pienso que el tiempo pasa demasiado rápido, para todo, menos para el olvido. Recordé una canción romántica que decía algo así; me costó poco enamorarme de ti y mil años tratar de olvidarte.
Era tan cierta.
—De nuevo aquí afuera, ¿por qué te gusta tanto estar sola?
Me quedé quieta pensando si responderle o no, podía seguir fingiendo que estaba dormida descansando en la seguridad de la hamaca.
—No te vas a deshacer de mi Jazmín, soy tu padre y sé bien que estas fingiendo.
Abrí los ojos lentamente. —Lo sé, pero no perdía nada con intentarlo.
Comenzaba a sentirme demasiado sobreprotegida mientras avanzaba mi embarazo. La pancita comenzaba a notárseme más en este segundo trimestre y eso parecía afectar a mis padres y demás familiares, como si nunca hubieran visto a una joven embarazada antes de mí.
—Y bueno, ¿no vas a responderme?
Suspiré. —Creo que me estoy volviendo melancólica, nada más. Estoy extrañando algo que nunca fue mío.
—Te dije cuando eras pequeña que no podía comprarte el carrusel, salía de mi presupuesto. —Le dirigí una mirada enfadada, lo que él respondió con una sonrisa agotada. —Sé de qué me estabas hablando, pero fue mejor así, él no te merece y sé que lo único que ha hecho el tiempo es quitarte el enojo que sentías por el abandono.
Me levanté con un poco de dificultad de la hamaca, donde había estado cavilando. —Tienes razón, ya no me siento enojada con él. Supongo que él quería tanto que sus padres lo aprobaran que, casarse fue la única manera que encontró, solo lamento que no pensara eso antes de habernos encontrado. O esa había sido mi última respuesta a su casamiento. Últimamente gastaba mi tiempo en eso.
Papá me dio la mano para guiarme dentro de la casa. —No lo lamentes, vas a tener un hijo y él no se merece eso. Por el contrario, tu hijo necesita ser amado.
Traté de sonreír. —Si, él necesita mi amor y nada más.
Solo que desearía tener un padre para él… pensé en mi interior. Últimamente sentía ansias de verlo, pero me abstenía con todo mí ser, esperaba con demasiada desesperación que me llegara un mensaje de alguien contándome algo que no quisiera oír de Patrice, como por ejemplo que, su mujer estuviera embarazada y él encantado con la noticia. Eso sería material para una pesadilla, una terrible pesadilla para mí.
—¿No tienes nada que hacer? —Le pregunté de pronto al recordar que era medio día. —Generalmente estás trabajando a esta hora.
Disfruté un poco del que comenzara a rascarse la cabeza, un signo de que estaba preocupado por algo. Y era un gesto que estaba haciendo muy seguido este último mes.
—Necesitaba un tiempo a solas… muy lejos de tu abuelo. Juro que nunca nos hemos llevado bien.
—Si te sirve de consuelo, el abuelo piensa igual que tú.
O quizás pensaba peor, el abuelo juraba que no le agradaba a papá ni siquiera cuando era un bebé.
Aunque no debía ni siquiera pensarlo, me encantaban sus disputas, a veces solían pelear como si fueran niños, hasta buscaban excusas cuando uno perdía. Aunque siempre terminaban cuando la abuela los regañaba a ambos.
Lamentablemente, aunque me divertía con sus peleas, no me alejaba el suficiente tiempo de mis pensamientos, era como si tuviera un imán que atrajera los recuerdos que no quería a mi cabeza. No me hacía sentir muy bien el que tuviera una veta masoquista en mi subconsciente.
—No me sirve de consuelo que tu abuelo piense así y menos cuando vea a tu madre. Me ha estado jalando de las orejas como un niño cada vez que peleo con mi padre, a veces juraría que me trata como a David. —Me reí. —Hablando de mi mocoso, ¿cómo estará? No he hablado con él desde ayer…
—Enfréntate a mamá ahora, David estará feliz de que lo llames en unas horas más, cuando no esté ocupado con Alina.
Haciendo muecas se fue a encontrarse con mamá.
Por la tarde ya me había rendido de lo que sea que estaba pasando allí abajo, sentía la voz de papá retumbar hasta mi cuarto y eso era decir algo; ya que estaba en el segundo piso y lejos de su estudio. Y definitivamente debía estar desahogándose con toda su alma porque ya llevaba treinta minutos gritándole a quienquiera que estuviera al otro lado de la línea. Y algo raro en mí, me sentía curiosa. Y cuando la curiosidad golpeaba había que hacer algo.
Fui hasta el pasillo y con cuidado, aunque no lo necesitaba por la manera en que estaba gritando papá, descolgué el teléfono. La conversación que se estaba dando al otro lado de la línea me dejó asombrada.
—Suegro, sigo tratando de disculparme y usted no me deja…
—Ni voy a dejarte, ¿cómo se te ocurrió la brillante idea de mandar a Davis a ayudar a tu amigo? Si te tuviera a mi lado…
—Se que estaría muriendo por asfixia.
—Que bueno que lo sepas… quiero que le digas a Davis que vuelva, por alguna razón no contesta mis llamadas.
Por el tono en que lo decía, él sabía que Pierre estaba involucrado en ese asunto.
—Él lo hace porque sabe que le va a ordenar que vuelva y él ya está comprometido con el caso de Patrice.
Patrice…
¿Qué estaba sucediendo aquí?, ¿qué caso?
Tenía tantas ganas de hacer esas preguntas en voz alta, que me mordí la parte interna de la mejilla por mi falta de buen juicio.
—Si no le molesta suegro…
—¡Claro que me molesta!
—No se inmiscuya en nuestros asuntos, estamos llevando bien la oficina sin usted. —Le gruñó de vuelta Pierre.
—Si claro, aceptando casos que nos pueden costar bien nuestra oficina. ¿Qué crees que sentí cuando me llegó la amenaza de que nos iban a desalojar de nuestro edificio? Mejor dicho “mí” edificio. Porque según, había un negocio de drogas encubierto en él y que la policía iba a comenzar a investigar. He trabajado desde que me gradué en esa oficina y no para perderla.
—Suegro lo estoy manejando lo mejor que puedo, pero el padre de…
—Si, lo sé. El padre de la esposa de ese granuja es un todopoderoso empresario al que le teme medio país en Francia, pero me vale poco cuando se esté metiendo conmigo y eso no me gusta.
—No puedo dejar a Patrice así, le prometí ayuda…
—Ayúdalo tú.
—No tengo suficiente experiencia… —Dijo Pierre en un suspiro.
Después de un breve momento, papá volvió a hablar. —Eres lo suficientemente capaz hijo, solo debes decidirte a hacerlo.
—Solo le pido este favor, deje que Davis se encargué del caso. Yo me puedo encargar del resto…
Haciendo memoria, traté de ubicar el nombre de Davis… en la oficina había solo un Davis y era el encargado de…
Oh no.
Era Liam Davis, abogado de divorcios.
Con cuidado de que no notaran nada, colgué el teléfono y volví a encerrarme a mi cuarto.
Estaba sentada en mi cuarto a oscuras por tercera noche consecutiva, aun pensando en lo que ocurría a mí alrededor sin que me enteraba. ¿En verdad se estaba divorciando Patrice?, ¿cuál era mi papel en esto?, ¿tenía un papel?
No.
No creía tenerlo.
Mi teléfono me produjo un mini infarto al cantar a mi lado una canción roquera, que sabía no tenía por qué estar ahí. Contesté con vacilación.
—¿Aló?
—Sal al patio trasero ya.
Me cortaron al terminar de decir esas palabras, pero reconocía esa voz donde fuera, lo que me asustaba. Aunque más asustada estaba que se escuchaba agitado como si estuviera corriendo por su vida.
Me armé de valor y tomé mi abrigo de la silla donde lo había dejado. Corrí por las escaleras como poseída y salí al patio trasero, no había nadie a la vista.
—No puedo creer que haya caído en una broma. Aunque tal vez estaban llamando a alguien más… —Después de todo, no habían mencionado el nombre de nadie en específico.
—Pss…
El ruido venía de entre los árboles que rodeaban el jardín. Me acerqué a pesar de que mi mente me decía que no lo hiciera y lo supe de inmediato por la mano que cubrió mi boca.
Intenté gritar, pero esa mano y el cuerpo que me rodeaba me lo impedían.
—¡Mon Dieu! C’est moi. Estas bien Jazmín, soy yo, no te resistas.
Me separé de él y lo miré de hito en hito. —¿Cómo puedes estar aquí?
Patrice me miró avergonzado. —Quería verte y creo que no he perdido mi tiempo en esto.
Me atrajo de nuevo a él, haciendo que mi espalda se pegara a su pecho y antes de darme cuenta, sus manos estaban recorriendo mi estómago.
¿Cuándo me había abierto el abrigo? Y porqué aun podía hacerme sentir tan desnuda cuando llevaba puesto un vestido azul debajo del abrigo.
—Pa-para… ¿qué crees que haces?
—Toco a mi hijo. —Suspiró en mi oído. —¿No pensabas decírmelo?
Lo aparté de un golpe. —¿Quién te crees que eres para decirme eso?, ¿por qué debería contarle a mi hijo de ti? —Al ver su cara descuidada y con una expresión dolida sentí ganas de abrazarlo, pero no podía echarme atrás. —Además, qué le voy a decir cuando pregunte por ti, que estas casado y que por eso papi no puede estar con nosotros… eso no me suena bien.
Se rasco descuidadamente la barba. —No tengo excusa para eso, pero hubiera sido agradable que me lo contaras cuando lo supiste. Te puedo ayudar a…
—¡No necesito tu caridad! —Le grité.
—Tú no, pero mi hijo necesitará de mí. —Me exasperaba tanto.
—No quiero nada de ti. —Susurré.
Sus brazos me atrajeron de nuevo a un abrazo y aunque tenía ganas de oponerme, lo dejé que me abrazara.
—No tengo ganas de hablar contigo.
—Entonces solo te abrazaré. —Apoyó su barbilla sobre mi cabeza. Lo tenía aquí junto a mí. No podía desperdiciar la oportunidad única que tenía para preguntar al fin lo que me molestaba desde hace tiempo.
—Patrice… ¿por qué lo hiciste?
Suspiró. —Me chantajearon.
—Me asusté, pero el siguió abrazándome. —Emocionalmente, ¿sabes? Siempre he querido que mis padres se fijaran en mí, nunca han tenido tiempo para mí. Mi padre siempre ha estado pendiente de su carrera política y mi madre… Bueno, ella nunca ha tenido instinto maternal. Por eso terminé en un internado. —Su mano me acarició el cabello. —Mi padre me dijo que por fin me veía como alguien importante a sus ojos, pero que lo arruinaría sino me casaba con Léonore. Algo similar me dijo mi madre…
—¿No tienes más familia? —Le dije algo enojada con los idiotas que tenía por padres.
—Tengo una tía, es muy estricta, tanto que mandó a mi prima al convento.
Digamos que era muy rebelde, nos metimos en varios problemas mientras éramos pequeños. —Un beso me cayó en la frente. —Recuerdo un poco a mi abuelo paterno, él era muy bueno, un hombre increíble. Claro que, se retiró de la vida cuando murió mi abuela, lo de ellos fue un amor de verdad. Sobre la familia de mi madre, solo sé que no tiene.
—¿No te has contactado con tu abuelo? —Negó con la cabeza. —Tal vez deberías, podría ser la solución.
Patrice estaba tirando uno de mis rizos, sonriéndome. —¿Se acabo tu enojo?
—Todavía estoy enojada, pero no puedo evitar sentir... pena por ti.
Una mano me piñizco la mejilla. —Conozco un secreto para que se te acabe. —No esperó a que le respondiera para besarme.
Cuando se separó de mí, me sentía débil, así que me aferré a su camisa. Y aproveché para mirarlo detenidamente; vestía unos pantalones vaqueros y una camisa verde de mezclilla.
—Estas bastante descuidado, ¿no?
Me sonrió encantado. —Claro, eso pasa cuando huyes.
Lo agarré de la camisa y lo sacudí. Ahora sabía cómo se sentía Ivantie con Mario, pero juraba que Patrice era más centrado antes.
—¿Cómo es eso?
—Digamos que mi suegrito se enteró de la demanda de divorcio… —Me miró de reojo. —Me estoy divorciando, por cierto.
Me sonrojé de culpa. —Ya lo sabía. —Su cara de sorpresa cubrió mi visión. —Aléjate.
—¿Cómo lo supiste? Solo lo sabe Pierre y Davis, claro también su secretaria.
Pero ninguno se lo habría dicho a nadie.
Jugué con su camisa mientras trataba de pensar qué decirle, al final no supe que inventar. —Escuché una conversación entre Pierre y papá hace tres noches.
—Vaya, pues así es; me divorcio. —Enredó sus dedos en mis rizos. —No escuches conversaciones a escondidas es feo.
—No me regañes como si fuera una niña o me largo. —Dije haciendo ademan de irme a casa, pero me detuvo antes de moverme.
—No te vayas, como te decía vengo huyendo, hace poco más de una semana casi me sacan a la fuerza de la casa de Pierre. Gracias a Dios que escuche a tiempo que estaban entrando a la casa, pero eso no evitó que tu hermana casi se pusiera de parto por el miedo que sufrió.
Me quedé en shock. —¿De qué estás hablando? Si a Irina le hubiera pasado algo, ella nos hubiera llamado.
Negó suavemente. —No querían asustarlos, Irina está bien, pero salí de la casa en cuanto lo supe, no quería arriesgarme a que volviera a pasar.
—¿Cómo sabes que quien los mando era tu suegro? Miré a Patrice seriamente, esto se estaba volviendo un drama en vez de un romance prohibido. Bueno, Romeo y Julieta comenzaron en romance y terminaron muertos. Ya podía comenzar a mirar hacia todos lados, ¿cuándo aparecía el tipo con el cuchillo que arrebataba la vida de uno de los protagonistas? Porque ya lo estaba esperando.
—¿Por qué miras hacia todos lados? Puedo asegurarte que les va a tomar unos días encontrarme.
Lo miré de reojo. —Eso dices tú. —Suspiré, estaba comenzando a dramatizar. —Cuéntame lo que paso.
—Digamos que me lo dijeron antes de intentar llevarme a la fuerza o eso me contó David, yo estaba más interesado en golpearlos y casi me noquean sino es por él. Por cierto, algo que no me gusta admitir es recibir ayuda de niños, pero hay que decir que el chico sabe cómo patear donde duele. —Dijo con orgullo, cuando yo tenía un miedo horroroso a que algo le hubiera pasado a mis hermanos.
Respiré profundamente, cuando llevé a mi estómago mis manos. —Cómo puede haber gente así.
—Mon ange, todo está bien, nadie resulto herido. Ven siéntate aquí, ¿sí?
Respira hondo.
—¿Con qué clase de gente te juntas? —Traté de contener las lágrimas, pero fue
imposible, comencé a llorar.
—Me parte el corazón escucharte llorar, ven a mis brazos. —Sus caricias me tranquilizaron un poco. —La pregunta está mal amor, no es “con que gente me junto” sino “con que gente se junta mi padre”. Y la respuesta es, no lo sé.
—¿Qué piensas hacer? —Pregunté imaginándome como se sentía escapar de semejante persona.
—¿No te parece que está helando aquí? Creo que deberías entrar, no quiero que te resfríes. Entra.
Lo miré con un puchero. ¿Por qué estás aquí?
Me sonrió con cariño. —Quería verte y saber si… en algún momento podría tener la oportunidad de aspirar a tu perdón. Claro, si logró divorciarme en una pieza. —Quise evitar su mirada, pero capturó mi cara entre sus manos. —No quiero estar al lado de nadie más, no puedo Jazmín y eso lo supe cuando dejé que te fueras de mi lado en Francia. Ahora entra a tu casa, estás helada.
Quería decir algo, pero no estaba segura. —Ven mañana a la misma hora y te tendré una respuesta, ¿ok? Sino vienes, olvídate de nosotros.
Me atrajo hasta él y me dio un beso que duro mil años.
—Vendré, espérame.
Se fue antes de que pudiera decirle adiós.
—Cuídate.
—¿Ya se fue? Tengo frío y hambre.
Pegué un salto cuando apareció Ivantie detrás de mí. —¿Qué haces aquí?
—Te vi cuando iba hacia tu casa y después escuché que tu papá estaba preguntando por ti cuando iba a abrir la puerta, así que antes de que viniera a buscarte él vine yo, creí que sería mejor así.
Le di la mano. —Gracias Ivan, eres la mejor.
Caminamos en silencio y estábamos por llegar a la casa cuando me dio un jalón.
—¿Quién es él?
La miré algo avergonzada. —Es el papá de mi Edouard Alexandre, vino a verme.
Ivantie abrió los ojos tanto, que podía ver claramente la línea blanca.
Me reí nerviosamente. —Lo sé, no debería verlo, pero hay veces en que hacemos cosas que sabemos que están mal, pero las seguimos haciendo.
—¡Jazmín! ¿Eres tú?
—¡Si! —Miré a Ivantie. —Hablemos dentro en mi cuarto.
Ivantie saltaba en mi cama como si fuera un resorte.
—No lo puedo creer, que descaro tiene al venir aquí así sin más. Deberíamos agarrarlo y golpearlo como una piñata. —Decía mientras trataba de no golpearse la cara con sus trenzas. Parecía más pequeña con ese peinado.
Ignoré su oferta con la mano. —Está huyendo de su suegro, quien quiere impedir que se divorcie. —Dije encerrada en mis pensamientos, trataba de buscar una respuesta a todo, pero no podía y algo me decía que no era mi turno de buscar soluciones.
—Uau, entonces dile al abuelo lo que pasa.
La miré como si estuviera loca. —¿Cómo puedes decirme eso?
—El abuelo siempre lo soluciona todo y es más malvado que la mayoría de los malos. —Me sonrió. —Claro, cuando quiere.
Esa sonrisa casi enigmática atrajo mi curiosidad.
—¿Qué sabes que yo no sé? Además de que no debo hacerle caso a mocosas hormonales.
—¡Oye! No soy una mocosa hormonal, soy una joven “interesada” en el sexo opuesto. —Ivantie se sentó de golpe en mi cama. —Como te decía, anoche amenazó a Mario de muerte si me… —Enrojeció. —Si me… si él llegaba a… nosotros…
Entendiendo lo que quería decir, le sonreí. —Eso no quiere decir nada, solo que está por sobre el nivel de protección de tu padre.
Ivantie salió de su burbuja en la que se había metido tratando de hablar. —No es solo eso, lo he visto como trata con sus competidores. Jazmín aún no has visto el peor lado del negocio hotelero, el abuelo se la pasa luchando contra saboteadores y déjame decirte que les ocurren cosas terribles cuando los encuentra. Muchas no han vuelto al mundo hotelero por miedo a enfrentarse a él de nuevo.
Sabía de los saboteadores, muchos empresarios competidores optan por la opción de contratar gente como chef o camareras que hagan mal su trabajo en el hotel y así logren quitarle una estrella. Aun no lo han logrado con el abuelo. Pero no sabía que pasaba con esa gente o con los empresarios.
—Sé de corazón que confías en el abuelo, pero esto no creo que esté entre sus capacidades…
—¿Qué capacidades?
—¡Ah!! —Ambas pegamos un grito.
—Casi me dejan sordo.
Miré a papá con ganas de matarlo. —¿Qué rayos crees que haces metiéndote así a la habitación de una mujer?
La boca de papá se movió como si tuviera ganas de reír con esa pregunta, al final terminó por reírse en nuestras caras.
—¿Mujer? Yo veo un par de mocosas, a una que le cambié los pañales y otra que andaba siempre con su muñeca de trapo para todos lados, no me hagan reír.
Me puse roja como un tomate, tenía que recordar esas cosas. —¿Qué quieres?
—¿Qué capacidades? —Me respondió.
Me encogí de hombros. —No me has respondi…
—Ella dice que el abuelo no puede intimidar a nadie. —Respondió más que rápido Ivantie.
Papá nos miró con cuidado. —A quien van a intimidar, si se puede saber.
—A un mafioso. —Respondió Ivantie antes de que pudiera callarla, por alguna razón tenía un caso de adoración con mi padre, algo que tenía “muy” celoso a Mario.
Papá le sonrió dulcemente. —¿Qué mafioso cielo?
—El sue…
—¡No te importa! Es un asunto mío. —Le tapé la boca a Iventie. —Y bien, ¿qué
querías?
Papá me frunció el ceño. —No trates así a mi muñequita. —Dijo golpeándome la mano con la que mantenía tapada la boca de Ivan. —Pobrecita, ¿quieres comer con nosotros?
Iventie sonrió atontada. —¡Si!
—¿Mario no debería estar esperándote en alguna parte? —Pregunté rencorosa.
—Esta abajo, venía a decirle a Ivan que su novio la estaba esperando. —Le acarició la cabeza. —Tienes un buen novio, vino a buscarte porque no quiere que regreses a oscuras.
Refunfuñé, pero me alegraba de la preocupación de Mario, la casa estaba apartada de la mansión del abuelo, por un sendero de piedra que cruzaba una arboleda. Era un lugar bastante terrorífico para caminar en la noche, aunque la seguridad era buena…
¿La seguridad?
Como no pensé eso antes, ¿cómo había logrado entrar Patrice a través de la seguridad de la mansión, de una u otra forma había que cruzar la protección de las cámaras de seguridad. Esto no estaba bien.
—¿Sucede algo Jaz? —Me pregunto Ivantie.
Le di una sonrisa fingida. —Nada, vamos que tengo hambre.
Papá me hizo la señal universal de “estaré vigilando” y yo le respondí con una sonrisa angelical.