– Ups, discúlpame, fue un accidente – accidente fue su nacimiento.
Respiro profundo, suelto un suspiro y con una sonrisa amable asiento hacia esa mujer. Mi madre me enseñó que la mejor manera de afrontar los problemas es con una sonrisa.
También que sonreír irrita el doble a alguien que solo quiere j***r.
– No te preocupes ¿tú estás bien? Espero no te hayas quemado – como por ejemplo yo lo estoy haciendo en estos momentos.
– ¡Lena! – una mujer y dos hombres se acercan apresurados a mi dirección con rostros preocupados, aunque en ella dura solo unos segundos antes de voltear con enojo hacia quien evidentemente me tiró su café caliente en mi camisa. Por culpa de esas actitudes y estos frecuentes accidentes ya tendré que comprarme solo camisas negras.
En lo que va de mes ya han sido tres cafés, un jugo de mora y un par de tés.
– No se preocupen, todo está bien, fue un accidente – repito con una sonrisita ahora llena de gracia por la mala cara que puso la rubia al ver que no puede afectarme de la manera en la que quiere.
Aunque lo que sí logró fue quemarme, necesito ir urgente a sacarme esta camisa antes que me haga una horrible quemadura.
– Necesito ir al baño a limpiar esto, nos vemos en el almuerzo chicos – acaricio el brazo de Ross Gordon, mi amigo de contabilidad al que le enseño italiano y a ser más extrovertido.
– Espera, Lena, no puedes dejar esto así – otra amiga que hice, Cristina Robert, una de las recepcionistas, que se indigna siempre que me ocurren estos accidentes a mano de otras compañeras con las que no he podido congeniar.
Gracias a ellas, en algún momento Thomas o el jefe me sacarán a patadas de aquí. Siempre ven con mala cara cuando llego con mi ropa sucia. De alguna manera, hasta ahora me he salvado, ellos siempre escuchan lo que tengo que decir de mis manchas. Son amargados, pero justos.
– Sí, lo mejor es que lo dejemos así, el jefe está esperando unas copias y si quiero ir a almorzar, tendré terminar rápido con eso – ya más de una vez me he tardado y siempre me regaña en alemán cuando lo hago.
Admito que a veces me gusta molestarlo un poco porque me gusta mucho escucharlo hablar en su idioma, aun cuando a veces lo hace tan rápido que me cuesta un poco entenderlo. Pero entendiendo o no, me resulta sumamente caliente.
A Cristina y a mí nos gusta intercambiar opiniones sobre el jefe y sus reacciones ariscas y lo extrañamente atractivas que nos parecen.
– Dijiste que almorzarías con nosotros – Jones fue el último en integrarse al grupo de los almuerzos. Sigue siendo un coqueto, pero me agrada ver como se sonroja cuando le sigo el juego. También habría que acotar que, en un inicio, Ross se mostró algo en desacuerdo con eso.
Pero ahora se llevan tan bien como ese tipo de amistades que no dejan de discutir a cada rato y aun así se apoyan.
– Sí lo sé, por eso tengo que apurarme – acaricio su mano con cariño antes de separarme de él y beso la mejilla de los tres – Buen día, no los había visto hoy – pero no los dejo responder porque justo después de saludarlos sigo mi camino hacia el ascensor.
Maldigo por lo bajo al ver la hora, llevo diez minutos solo buscando unos papeles, el jefe me regañará.
– Supongo que el trabajo es como una versión más madura y cruel de la escuela – como viajábamos tanto, mi educación fue prácticamente en casa, es decir, en Betsy, y luego pude hacer un diplomado que certificaba mis estudios, así que no tengo idea de cómo es la experiencia.
Pero si vi muchas películas de adolescentes en donde las estudiantes populares le tiraban la bandeja de comida a los otros en medio de la cafeteria y cosas así.
– ¿Con quién hablas? – pego un pequeño salto al escuchar una voz gruesa a mis espaldas.
– Yo sola, es terapéutico – le sonrío al jefe antes de volver a darme la vuelta y seguir con mi intento de quitarle la mancha a la camisa. La idea era ir limpia hacia él y llevarle lo que necesitaba.
Pero supongo que ya no se podrá.
– Deberías estar haciendo tu trabajo, no terapia – suelta un suspiro y se para a mi lado apenas fijándose en que estoy haciendo realmente – ¿Ahora qué paso? – por el rabillo del ojo veo como frunce el ceño viendo mi camisa, luego dirige su vista a mi pecho únicamente cubierto por mi sostén morado y posterior a eso voltea otra vez a la camisa.
>> ¿Qué mierda? – muerdo mi labio para no soltar la sonrisa involuntaria que siempre me causa escucharlo en su idioma. Necesito volver a Alemania. Y enrollarme con un alemán, me han dicho que son un diez de diez.
– Tuve un accidente, una compañera derramó su café sobre mí – pude haber esperado, primero entregarle lo que me pidió y luego esto, pero me quemaba.
– ¿Un accidente? – vuelve a girarse y ve mi pecho más fijamente, supongo que ahora si dándole más importancia al tono rojizo de la zona que al hecho que estoy en ropa interior de la cintura para arriba.
– Sí, por suerte pude quitarle la mancha – extiendo la camisa frente a mí con orgullo y me la pongo inmediatamente, acomodándola como puedo aun estando completamente húmeda.
Al menos hoy no tenemos ninguna reunión, o no una que requiera mi presencia.
– ¿Usted que hace aquí? – pregunto volteándome hacia él una vez me siento satisfecha con mi ropa.
– Iba al baño – frunce el ceño viendo mi pecho para luego soltar un suspiro cansino.
– ¿Y por qué entró a este? – cruzo mis brazos con una sonrisa burlona, recibiendo de su parte que arqueara una ceja. ¿Este hombre nunca sonríe?
– Porque es el de caballeros – ah, no me di cuenta. Ups.
– Oh, bueno ya voy saliendo y ya le llevo sus papeles – pero cuando me doy la vuelta a hacer lo que le dije, su mano me detiene tomándome por el brazo.
– Espera un momento, no puedes salir así – bajo la mirada a mi pecho notando como se transparenta la camisa y recuerdo como aquella vez él me dio una de sus camisas por lo mismo.
Camisa que quise entregar dos días después de lavarla y que no acepto, por lo que ahora es parte de mi colección de pijamas. Lo triste, es que ya no tiene su olor.
– Te traeré una camisa, y tienes que evitar estos accidentes, ya van seis y apenas tienes un mes aquí – oh, él también ha estado contando los días, quizás esa sea la señal para ya lanzarme de una vez por todas a probar esos labios.
– Quizás la torpeza humana es cada día peor, algo así dijo Einstein – me encojo de hombros siguiéndolo cuando sale del baño. Supongo que ya no hará nada.
– Él dijo que hay dos cosas que son infinitas, el universo y la estupidez humana – cita con un tono suave entrando a su oficina y yo detrás de él, planteándome que tan estúpido de mi parte seria hacer lo que quiero hacer.
– Supongo que tenía razón, fue muy inteligente ¿cierto? – digo inocentemente queriendo enormemente verlo sonreír, pero se limita a darme una mirada antes de enfocarse en el pequeño armario que tiene aquí dentro.
¿Qué tanto le cuesta sonreír? Soy chistosa y bonita, creo que merezco más que un ceño fruncido de su parte.
– Fue una de las más grandes mentes que ha tenido el mundo ¿no sabías eso? – lo pienso por un momento hasta llegar a la conclusión que, sí, nunca antes me importó algo como ser vista, pero ahora que quiero que alguien me vea, y no cualquier alguien, sino él, no tengo porque inhibirme.
– Sí, algo así había escuchado – en algún momento de la charla él bajó la mirada a su celular, por lo que comienzo a desabotonar mi camisa con calma.
– ¿Cómo que lo habías escuchado? Eso lo dicen desde la escuela, es uno de los más grandes físicos del mundo – veo como teclea algo con rapidez en su celular y yo finalmente me quité mi camisa, otra vez.
– Nunca fui a la escuela.
– ¿Cómo qué no? – levanta la vista en mi dirección con un ceño fruncido que inmediatamente cambia a asombro al verme otra vez en sostén.
Por otro lado, yo no oculto la sonrisita de satisfacción que me causa ver esa impresión que obtengo. Me hace sentir bien conmigo.
– Mis padres fueron nómadas que viajaban por todos lados en una van muy hermosa, ahí nací y así crecí – con lentitud, comienzo a abotonarme su camisa.
– Pero tuviste que haber estudiado, los idiomas y… – me resulta enormemente atractivo como aclara su garganta y levanta la vista a mis ojos y ahí los mantiene, aceptando el desafío silenciosamente.
– Aprendí lo que tenía que saber gracias a mi mamá, antes de ser nómada, era una secretaria que un día simplemente se cansó de esa vida y empezó a hacer pequeños viajes a pueblitos desconocidos – tristemente, se me acaban los botones, pero continúo haciéndole ojitos.
Me gusta que se abstenga tanto a caer en esta tensión que cada día, desde el primero, no hace sino aumentar, también hace que mi competitividad crezca. Ahora no quiero tenerlo solo por el placer del sexo, sino por el placer de ganarle.
– ¿Y cómo aprendiste otros idiomas? También para comenzar a trabajar aquí tuviste que tener algún tipo de formación – ah, entonces él le dejó total libertad a Thomas para la contratación.
– Mi papá es de aquí y mi mamá española, yo nací en noruega, entonces crecí aprendiendo esos tres idiomas y a medida que viajaba fui absorbiendo más, soy buena aprendiendo – me acerco lentamente a él, moviendo las caderas en un vaivén disimulado, pero sé que funciona cuando su mirada viaja por un instante hacia ahí.
>> Y Thomas es hermano de un muy buen amigo mío que conocí hace mucho, ambos me ayudaron a conseguir este trabajo – me detengo a pocos pasos de él, esperando que no se aleje. No quiero retroceder cuando por primera vez no me ve con cara de culo.
– Entonces entraste con trampa – por un momento pienso que la embarre hasta el fondo y que meteré a Thomas en un problema por ayudarme, pero entonces el gran jefe sonríe de medio lado.
Es primera vez que me sonríe. ¿Eso significa que puedo lanzarme sobre él ya?
– Espero no te moleste, pero creo que lo estoy haciendo bien ¿tú no? ¿estás insatisfecho con mi trabajo? – hago un pequeño puchero que no puedo evitar cambiar a una risa al verlo sonreírme con algo de gracia.
Este momento es el mejor que he vivido con él hasta ahora, no sé si estoy emocionándome por muy poco, pero no puedo evitarlo. Comenzando con el hecho que, si me parecía atractivo enojado, verlo sonreír me dan ganas de comerlo a besos.
Solo falta que me hable en alemán para descontrolarme y arriesgarme a perder mi trabajo, solo por besarlo, o lo que sea que me permita. Quizás si soy algo agresiva.
– Tu trabajo es excelente, tus traducciones perfectas y tu compañía me resulta grata, así que no, por esta vez Thomas no perderá su trabajo – me sigue el juego y me siento encantada.
No es un pecado obtener una probadita de él ¿cierto?
– Muchas gracias, jefe, sería una pena que despidieran a Reiss solo por ayudar a alguien que lo necesitaba urgente – le sonrío mordiéndome el labio, tentada a probar un poco de su boca, pero entonces mi teléfono suena indicando una llamada.
>> En un momento le pasaré los papeles, señor Meyer – es Pilar, si no le contesto se preocupará seguro y luego me regañará. Es una pena, finalmente estaba teniendo un avance.
Ni que decir de aquella vez que mi jefe casi me atropella y nuestra llamada quedó a la mitad. Apenas pude volver a comunicarme con ella en la noche y ya estaba haciendo las maletas para venir a por mí.
O al menos algo así me dijo.
– Espero no ocurran más accidentes como ese – volteo otra vez hacia él consiguiéndome con que ya no hay rastros de la sonrisa sino del hombre hermético y estricto que es la mayoría del tiempo.
– Intentaré que no, con permiso – con una pequeña sonrisa asiento y me apresuro a contestar la llamada porque seguirá insistiendo si no.
Ella a veces se preocupa demasiado.
– Cariño, te he dicho que mientras esté trabajando no puedo contestar – murmuro saliendo de la oficina del jefe.