Max
Hubiese dado todo lo que tenía por no tener que lastimar a Abril, sin embargo, para mí, a diferencia del resto, no era una elección. O lo hacía o Ray haría que las torturas fueran reales. Y eso no lo iba a permitir. Prefería provocarle dolor, un dolor de mentira, antes que hacerle daño de verdad.
Desde que la vi, el recuerdo de mi prima Isabel se vino con fuerza a mi mente. Algo, no sabía qué, tenía Abril Villavicencio que traía a mi memoria a mi casi hermana.
Eso era imposible, me intentaba convencer. Esa chica era idéntica a Marina, la mujer que mató, o mando matar, a mi esposa e hijo; la que destruyó mi vida y la de mis amigos. No podía pensar en sentir ni un ápice de lástima o culpa por ella. Sin embargo, la sentía.
La culpa recorría mi frío cuerpo y no podía evitar sentir lástima por ella. No me gustaba escucharla llorar, tampoco ver en sus ojos el terror. Y cada vez que me miraba suplicante, descubría, en sus ojos, la mirada de Isabel. ¿Cómo era posible aquello? No lograba comprenderlo. No. Eso no tenía nada de lógico. Yo, más que nadie, debería querer asesinarla lenta y dolorosamente, no salvarla. Ni de Ray ni de nadie.
Y eso era lo que quería hacer. Salvarla, sacarla de allí, llevarla lejos. Sabía que Nick lo sabía, también el hecho de que esperaba que no se lo dijera a nadie.
La imagen de Isabel llegó clara a mi mente. Cuando mi prima enfermó, lo sentí mucho, los médicos no podían hacer nada, era cuestión de tiempo, solo cabía esperar lo peor en cualquier momento. Isabel, para mí, era como mi hermana pequeña, éramos muy unidos, aunque no podíamos vernos todo el tiempo, vivíamos en condados diferentes, lo que dificultaba nuestra cercanía, mas, no nuestra relación.
Una mañana me avisaron que estaba mal, que ya no quedaba mucho tiempo. A todo galope, cabalgué a casa de mis tíos, esperando llegar a tiempo. Jamás, ni en mis más locas pesadillas o sueños, imaginé lo que vi al aparecer. Mi prima, no solo viva, sino que sana y feliz con sus padres. En cuanto me vio, se me quedó mirando como si no me reconociera.
―¿Prima? ―Temí que hubiese perdido la memoria.
Sus ojos brillaron, me dedicó una hermosa sonrisa y corrió hasta mí. Me abrazó por mucho rato, llorando y riendo, diciendo cosas inentendibles para mí.
―¿Qué pasó? ¿Cómo fue? ―pude consultar solo rato después, cuando mi prima me soltó.
―No lo sabemos ―contestó mi tío―, creímos que la habíamos perdido, luego... Luego, solo abrió los ojos y estaba sana, como tú la ves ahora.
―Claro que hay cosas que no recuerda, pero si uno se las menciona, las asimila muy bien ―agregó mi tía.
―Como a mí, que no sabía quién era yo cuando llegué ―afirmé.
―Así es, pero ya viste, en cuanto le hablaste, corrió a abrazarte.
Desde ese momento en adelante, nos hicimos inseparables, mucho más que antes, porque poco después de aquel suceso, Isabel y sus padres se fueron a vivir con nosotros, con mi familia, lo que nos hizo aún más unidos, más amigos. Ella era una chica fabulosa, dulce y sensible que llenaba todo mi mundo.
Ella era cinco años menor que yo, diferencia que cada vez se notaba menos.
La llegada de mis amigos a la sala, interrumpieron mis recuerdos, querían saber qué iba a pasar esa noche.
―No va a venir ―comenté acerca de Ricardo; estaba seguro de que a él, Abril Villavicencio le importaba la nada misma y no se arriesgaría por ella.
―¿Qué vas a hacer? ―le preguntó Leo a Ray.
A mí parecer, era demasiado extraño el proceder de nuestro amigo, ¿qué tenía que ver Leo con la chica que teníamos en la casa? De Joseph era entendible, incluso lo esperábamos, pero ¿Leo? De él no lo entendía.
―Llámalo ―le ordenó Ray.
―Ray... ―comenzó a decir Manuel, suplicante, sin embargo se calló ante la mirada impasible de nuestro líder.
La verdad es que poco o nada me interesaba la conversación de Ray con Ricardo. Y no presté atención, esperaba el momento en el que mi amigo tomara una decisión. La correcta. Dejar ir a Abril. Cortó la llamada y nos miró rápidamente antes de apresurarse a la habitación de Abril. Lo vimos volver con ella, sabíamos de sus intenciones. Joseph se fue. Leo lo siguió. Nick y yo nos miramos. Manuel quedó estático. Sentimos el corazón de Abril latir a niveles peligrosos y luego, en un segundo, calmarse. Ray la había dormido. Eso era una buena señal, Ray no sería capaz de lastimarla, al menos eso esperaba. Haciendo acopio de todas mis fuerzas, salí. Él la tenía en sus brazos al lado de un árbol, pretendía quemarla.
―¿Lo ibas hacer de verdad? ―inquirí sabiendo que la respuesta era afirmativa.
Una lágrima de sangre corrió por su mejilla.
―Ricardo lo sabrá si no lo hago.
―No tiene por qué saberlo ―acotó Nick, saliendo de la casa.
―¿Qué dices? ―preguntó Ray, algo confuso.
―Esperamos a que ella despierte y haces lo que ibas a hacer, la defenderé, Max hará lo suyo y lo atrapamos ―explicó Nick.
―¿Y Leo?
―No lo sé ―contestó Nick―, salió en busca de Joseph, no están cerca, no puedo oírlos.
―Está bien ―aceptó Ray―, hagamos lo que hay que hacer.
La despertó y ella se abrazó a él, como si Ray fuera un refugio seguro, lo que me pareció muy extraño, ella debería rechazarlo, temerle; no buscarlo. Estoy seguro de que mi amigo se sentía todavía más culpable por esa reacción de ella.
―¿Qué me va a hacer? ―interrogó la chica con voz queda.
―Te quitaré el frío ―respondió mi amigo con aparente desdén.
―Por favor, no lo haga ―rogó, lloraba desconsolada.
Yo hubiese querido sacarla de allí, arrebatarla de los brazos de Ray y llevarla lejos, aun cuando supiera que mi amigo no lo iba a hacer de verdad, verla a ella así, llorando aterrada, me hacía sentir demasiado culpable.
―¡Ray, no! ―Leo, que no sabía que eso era un montaje, enfrentó a nuestro líder.
―Tengo que destruirla ―contestó lacónico.
―Mírala, Ray ―suplicó Leo, pero si Ray la hubiese mirado en ese momento, todos los planes hubieran quedado en nada―. Tan solo mírala ―reiteró Leo.
―Déjame, Leo, Ricardo dijo que no sería capaz y le demostraré que no tengo ningún temor de destruirlo a él y a toda su hueste ―manifestó Ray con cada vez menos fuerza de voluntad.
―Yo no tengo nada que ver con él, por favor ―suplicó Abril, más que asustada, desconsolada.
―Ray, mírala, ella no es Marina ―repitió.
―Lo es. Y si no lo es, mal por ella.
Yo tampoco era capaz de mirar a Abril; solo de escucharla, me arrepentía de lo que estábamos haciendo y de lo que estábamos a punto de hacer.
Ray encendió una antorcha y la acercó a la chica. De pronto, sin motivo aparente, Leo se lanzó sobre Ray, arrojando la antorcha lejos.
Joseph, que apareció en ese momento, se dio cuenta de lo que sucedía y lo que pretendía hacer nuestro amigo.
―¡No puedes hacer esto! ―gritó fuera de sí.
―Déjame, Joseph.
El ambiente estaba tenso. No podíamos decirles que era una farsa, Ricardo estaba cerca.
Leo se transó a golpes con Ray, hasta que Abril suplicó que pararan y rogó por la vida de ambos.
Leo se fue furioso y cuando Joseph intentó impedir que Ray quemara a Abril, Manuel y Nick lo sacaron de allí por órdenes de nuestro líder.
Otra vez Abril rogó por la vida de Joseph. Ray me miró con culpa, ahora que estábamos solos, debíamos actuar. Lo vi acercar la llama a Abril y provoqué un leve ardor, a medida que el fuego se iba acercando a ella, aumentaba el dolor, aunque no tanto como el debió ser o el que hubiera sido de haber sido real, pero el grito desgarrador que emitió desde el centro de su alma me desconcentró. Su corazón, luego de latir desbocado, se paralizó y Ray la hizo dormir enseguida.
La risa de Ricardo retumbó por todo el lugar. Miré a Ray, él ya estaba soltando a Abril del árbol. Estaba seguro de que quedaría en buenas manos.
Nos encontramos los cinco a la entrada al bosque, cada uno sabía lo que hacer. Sin mediar palabra, corrimos internándonos entre la espesura, donde se suponía estaba nuestro oponente. Si lográbamos atraparlo, nada nos costaría acabar con él, aunque era escurridizo como el aceite.
Leo se transformó en un ave para buscarlo desde el aire. Nick escuchaba sus pensamientos para saber su ubicación. Con Manuel como rastreador, nos adentramos entre los árboles.
―¡Por allá! ―gritó Manuel indicándonos un sitio cercano al acantilado.
Joseph corrió en sentido contrario, yo me sorprendí, miré a Manuel que se encogió de hombros tan extrañado como yo. Leo, desde el aire, nos indicó que Joseph no se había equivocado al no hacer caso a la indicación de Manuel.
―¡Maldito infeliz! ―Vi a Joseph lanzarse en contra de Ricardo que no tenía ninguna escapatoria.
Nos apresuramos para llegar pronto y ayudar a atraparle, sin embargo, Manuel pasó por mi lado, mucho más rápido y derribó a Joseph en vez de a nuestro enemigo, a quien estaba a punto de atrapar y quien utilizó esta instancia para escapar.
―Pero... Pero... ¿¡Qué hiciste?! ―reclamó Joseph a Manuel.
―Lo siento ―se disculpó este, algo atolondrado―, no te vi.
―Lo teníamos, Manuel, estaba en nuestras manos para matarlo.
―Joseph, yo lo siento... Perdón... De verdad.
―¿De qué sirven las disculpas? Eso no nos va a devolver a Ricardo ni esta oportunidad de atraparlo. Se fue, escapó como un cobarde. ¡Y tú lo ayudaste! ―acusó Joseph.
―¡Yo no le ayudé! ―se defendió el otro―. Yo no soy un traidor.
―Tú lo dijiste, Manuel, no yo ―sentenció Joseph, caminando de vuelta a la casa.
Yo puse mi mano en el hombro de Joseph para tranquilizarlo.
―Lo tenía, Max, lo tenía, quería atraparlo y que nos dijera todo lo que sabe acerca de Abril, ¿por qué la envió con nosotros a morir? Si la quería muerta, ¿por qué no lo hizo él mismo? Es una simple humana... Y muy frágil por lo demás.
―No creo que sea una simple humana, Joseph, Abril es mucho más que eso.
―Sí, pero es frágil, es fácil matarla para alguien como nosotros.
―¿Y si no?
Mi amigo detuvo su andar y me miró confundido.
―¿A qué te refieres?
―A que por algo nosotros tampoco podemos lastimarla.
―¿Crees que él no pudo?
―Si hubiese podido, lo habría hecho, ¿no te parece? ¿Para qué arriesgarse?
Él retrocedió dos pasos.
―¿Crees que sea Marina que está ocupando sus poderes para hacernos creer en ella y que no la lastimemos?
―No puede usar sus poderes en la casa.
―¿Entonces? No entiendo.
―No me hagas caso, son cosas que se me ocurren. Estoy delirando.
Volví a avanzar. Joseph se quedó parado allí hasta que Manuel llegó a él a rogar su perdón.
Él, Nick, y Leo, discutían con Manuel por lo ocurrido. Yo no intervendría. No era un tema que me interesara. En mi mente había cosas más importantes que Manuel.