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—No me voy —gruñe Seth a Oliver. —Yo tampoco —dice mi hermano, claramente infeliz pero menos aterrador que mi pareja. —Está bien —digo, quitándome los zapatos y parándome con la manta en una mano y mi chocolate caliente en la otra—. Estaremos arriba —declaro, dirigiéndome hacia la pequeña escalera que lleva al ático. Oliver me sigue, trayendo almohadas y más mantas, y las tira en el suelo, creando un lugar cómodo en mi lugar favorito. Es un espacio estrecho, no hecho realmente para gente, pero hay una ventana que da a los bosques y las estrellas siempre son tan hermosas desde aquí arriba. Es tan pacífico. Me siento y me cubro con la manta, y Oliver me rodea con su brazo. —Cuéntame todo. —Me marcó —le digo y muevo el cuello de mi camisa para que lo vea. —Molly, lo sé. Lo sentí. Todo