Mi oficina es un lugar amplio, no me quejo, por lo que creo que voy a estar cómoda, sin embargo, hay algo que me inquieta sobre ese hombre. Tengo una leve sensación de haberlo visto antes, no sé dónde, pero es como un "deja vu"
—Bueno, ya lo descubriré, quizás no sea tan importante —me digo, sentándome en mi silla giratoria, justo en el momento que alguien toca la puerta para entrar.
—¿Puedo? —me pregunta con una sonrisa, Arya.
—Por supuesto que sí —afirmo.
—Gracias, solo quiero saber como te sientes en este nuevo lugar, ¿se te ofrece algo? ¿Alguna sugerencia?
—Todo está perfecto, no tengo ninguna queja o sugerencia.
—Me alegra oírlo —contesta ella, pensando que se iría, pero en lugar de eso, cierra la puerta tras de sí, y toma asiento frente a mi escritorio y susurra: Lo que hiciste fue estupendo.
—No comprendo, ¿hice algo?
—Vamos María, hablo de la lección que le diste a mi hermano.
—¿Lección? Pero si solo lo saludé, no creí que fuera gran cosa.
—Me refiero a todo lo que dijiste. La primera impresión es la que cuenta, y créeme, lo has dejado boquiabierto.
—¿De verdad lo crees?
—¡Absolutamente! —expresa con sus manos—. Pax es muy inteligente y hábil para este mundo de negocios, pero tiene un gran defecto, es algo déspota y piensa que el resto solo está para obedecerlo, jamás admitirá que ha cometido un error.
—Es muy orgulloso —contesto.
—Exacto —me da la razón—. Nuestros padres nos educaron bien, pero parece que a Pax le faltó convivir con ellos más tiempo —esto último lo dice con una mirada que transmite tristeza, por lo que deduzco que no tienen a sus padres vivos.
—Lamento eso —soy empática, pues es duro crecer sin mamá y papá. Lo sé muy bien.
—No te preocupes, ya pasó mucho tiempo —volvió a sonreír, poniéndose de pie—. En fin, estoy muy feliz de tenerte en nuestras instalaciones, espero que permanezcas con nosotros por mucho tiempo.
Arya salió de mi oficina, se veía en ella a una mujer dulce y amable. Al menos más expresiva que su hermano.
—Bueno, no dije nada que no fuera verdad —me recordé—. Lo cortez no quita lo valiente.
…
Una semana después de que mi ingreso se hiciera oficial en el "Grupo Palmieri" puedo decir que he ido conociendo mejor a mis compañeros de trabajo, aunque no puedo decir mucho de Pax, quien cada vez que le doy el saludo, él mantiene esa expresión fría.
Era curioso como mis labios eran una curva con una sonrisa, mientras que él era una línea recta de seriedad.
Ese día llegué un poco tarde, no tenía opción. La madre había enfermado, y mi preocupación no desaparecería con una llamada.
Fuí a verla, y solo me tranquilicé cuando el médico me lo explicó todo.
Solo necesitaba vitaminas, y yo me ofrecí a pagarlo todo. Por supuesto que ella se negó, pero sé que este lugar sobrevive de las donaciones, y que el dinero es escaso.
No había lugar a discusión, le dejé algo de dinero a las hermanas y prometí regresar como era costumbre, pero sin darme cuenta, ya iba tarde al trabajo.
El taxista tuvo que hacer piruetas para tomar atajos.
Llegué con veinte minutos de retraso, pretendía correr a mi oficina, mas cuando di el primer paso dentro del edificio, me encontré a esa mirada entre azul y gris, mirándome fijamente.
—Buenos días —por primera vez me dió el saludo, aunque su rostro seguía serio, mientras extendía su mano para que yo la aceptara.
—Buenos días, señor Palmieri.
Estreché su mano, pero cuando traté de soltarme, él solo la sujetó con más firmeza, acercándose más de la cuenta para susurrar: No digas una sola palabra más, solo sigueme.
—¿Perdón?
—Ya oíste, no podemos hablar de esto aquí.
Él suelta mi mano, y camina al ascensor, esperando que yo haga lo mismo.
Imaginé que era algo delicado de la empresa, por lo que no tuve problemas en ir.
—¿Es grave? —pregunté, mirándolo de reojo, en lo que el ascensor llegaba a su destino.
No me respondió hasta que las puertas se abrieron y me señalara el camino a su oficina.
Fui detrás de él, junté la puerta para tener privacidad y apenas volteé para estar frente a él, me sorprendió con unas palabras que ni yo creí escuchar bien.
—Vas a casarte conmigo.
Parpadeé, quedándome sin habla y respiración por algunos segundos, mientras que él permanecía tranquilo.
—Creo que necesito ir al médico, estoy escuchando mal.
—No has escuchado mal, he sido claro contigo. Vas a ser mi esposa, no hay mucho que pensar.
—¡Claro que hay que pensar! —respondo aún con la sorpresa de por medio—. Esto no tiene sentido, ¿acaso se enamoró de mí y me pregunta eso?
—No, no estás entendiendo —contesta muy seguro de sí mismo—. No es una pregunta, es una afirmación. Vas a ser mi esposa.
—¿¡Yo qué!? Debe estar bromeando.
—¿Te parece que bromeo? Solo será temporal, y recibirás un incentivo económico. Tú ganas, yo gano —me dice, invadiendo parte de mi espacio personal—. ¿O me tienes miedo?
—Esto no se trata de miedo —retrocedo para poner la distancia—. Además, soy una mujer casada, tengo planes para tener un bebé con mi esposo —miento, llevando mis manos a mi vientre, esperando que se crea ese cuento.
—¿Me crees estupido? —levanta una ceja.
—Estoy diciendo la verdad.
—A ver, si fueras una mujer casada, llevarías un anillo, ¿no lo crees?
—¡Lo tengo! Lo he dejado en casa, y… ¡Esta conversación es tonta! Mi marido se enojará. Yo me retiro —me doy vuelta para salir, pero cuando las palabras salen de sus labios logran hacer que me quede.
—Pensé que cuando te ví aquella noche de lluvia, fuiste honesta, dijiste que él no era tu esposo.
—¿Noche de lluvia? —digo anonadada, y es entonces cuando lo recuerdo—. ¡Oh Dios! Usted es…
—Tu victima —contesta.
—¿Víctima? Yo solo me defendí, pensé que iba a atacarme.
—Eso ya no importa, el caso es que sé que no estás casada. Los documentos que presentaste dicen que eres una mujer divorciada, por lo que tus palabras pasan a un segundo plano.
—¡Bien! —no me queda más opción que aceptar la verdad—. No estoy casada, pero tengo novio.
—Pues es una lastima, o dile que te espere.
Yo no entiendo nada, ¿de qué se trata esto?
—Solo te necesito como mi esposa por unos meses.
—Sea específico.
—Dieciocho meses. Tómalo como un trabajo, cada mes recibirás un dinero, además de tu sueldo aquí.
—Pero… ¿por qué yo?
—Eso no importa. Aceptas o aceptas.
—¿Y si me niego?
Pax suelta un largo suspiro y se acerca a su escritorio para entregarme una hoja.
—¡No es posible!
—Todo es posible cuando hay dinero. Aceptas o Palmieri dejará de ser el donante de esta residencia de niñas sin hogar.
—¿Me está chantajeando? ¡Váyase al demonio! —contesto, dejándolo en su oficina.
Estaba loco, no iba a dejarme chantajear por nadie.
Salí con la intención de tomar mis cosas y renunciar. No iba a quedarme, pero a medio camino me encontré a Arya, quien al verme con la ira en el rostro, se preocupó.
—¿María? ¿Qué pasa? Estás hiperventilando —se asustó—. Ven, vamos a la cafetería.
Un poco de agua tibia me relajó, pero aún estaba indignada, y creyendo que Arya me entendería, se lo conté, pero lo único que hizo fue pedirme que aceptara la propuesta de su hermano.
—No puedes estar de lado de esa locura —fue respuesta con incredulidad.
—No es una locura, María. Hay muchas razones que llevan a Pax a tomar esa decisión.
—Entonces que consiga a otra mujer, yo no puedo casarme con un hombre como él. Los que usan el chantaje emocional, son de lo peor.
—No justifico lo que dijo mi hermano, pero supongo que utilizó ese recurso para convencerte, si te tranquiliza, eso no ocurrirá. Pax dice muchas cosas, mas no dejaría a los que más necesitan sin apoyo. Incluso nosotros te ayudamos con… —se cubrió los labios antes de terminar.
—¿Ayudar? ¿Qué ibas a decir, Arya?
—Ay… Pax no quería que nadie lo supiera. Dará un grito al cielo.
—Necesito saberlo ¿o también me ocultarás algo?
Arya exhaló, y no tuvo mayor opción que contarme la verdad.
—La verdad es que yo sé de ti desde hace mucho tiempo. Has sido una gran estudiante, es por eso que cuando aplicaste para trabajar aquí, estuve feliz de recibirte.
Confundida, me quedé sin habla.
—Fui la benefactora de tus estudios en la Universidad.
—¡A. P! —pronuncié—. Arya Palmieri —concluí.
—Así es… Por favor, María, si aceptas, te doy mi palabra que ayudaré a la casa de esas niñas, sé que no recibe muchos donativos de otras empresas. Palmieri será su principal benefactor.
Mientras miles de pensamientos recorrían mi mente, la presencia de Pax se hizo presente en la cafetería.
—Aquí estabas, bueno, ya que no vas a aceptar, tú…
—Lo haré —contesté, levantando la mirada para verlo a los ojos—. Seré tu esposa por ese tiempo limitado, pero quiero que los cheques sean destinados a la casa de las niñas, para su educación y vestimenta. Sí haré esto, quiero que tenga una buena justificación.
—Perfecto, es tu decisión y se respetará —fue su respuesta.
—¿Y cuándo será el matrimonio? —quise saber.
—Hoy en la tarde. Mis abogados tienen todo listo.
—¿¡Hoy!?
—No puedo darme el lujo de perder el tiempo, además tampoco me hace gracia casarme, piensa en esto como un negocio.
—¿Y luego?
—¿Luego qué? Naturalmente vendrás conmigo. Ya has estado casada, sabes lo que tiene que hacer una esposa.