Capítulo 2

844 Palabras
Ana Scott era Italiana, pero tenía descendencia americana, era una adorable omega de cabello castaño, piel blanca y ojos grandes color miel, su madre había migrado desde su país de origen a Italia por mejores oportunidades, hasta que conoció a su padre y se enamoraron. De aquel maravilloso amor nació ella. A simple vista podía parecer torpe e incluso tonta, pero nada de eso estaba más lejos de la realidad. Ana tenía un coeficiente de ciento treinta que la hacía una genio, casi llegando a los ciento cuarenta y ocho de Félix. Cada uno tomó su asiento en primera clase. Leo supo administrar muy bien la herencia de sus padres, con la ayuda de su tío, se hizo dueño de unas cuantas empresas que le dejaban muy buenas ganancias, no quería saber más de negocios ilícitos, prefería mantenerse alejado de toda esa vida que había llevado a sus padres a la muerte. Al menos hasta que encontrara al Alfa que tanto estaba buscando. No le importaba si en el proceso él también perdía la vida, siempre y cuando lograra su objetivo. Ana miró asombrada el interior del avión, soltó un chiflido y se puso cómoda en su asiento. Estaba emocionada por su primera vez viajando a otro país. —¿Y esto para que es? —musitó para sí misma, presionando un botón rojo. Esperó a que algo sucediera, pero no paso nada, se encogió de hombros en busca de otro botón que presionar, mientras se mordía el labio, curiosa. —Deja de jugar con eso. —Leo la llamó. Ana lo miró de mala gana soltando un mohín, y se cruzó de brazos como una niña regañada. —Diji di jigir cin isi —dijo entre dientes formando una mueca graciosa. Leo rio disimuladamente ante el berrinche de su amiga, iba a reprenderla cuando una azafata omega se acercó a ellos, le sonrió al azabache con amplitud y de forma coqueta, para nadie era un secreto que el alfa petulante con un fuerte olor a chocolate amargo era un gran playboy. Dejando de lado su sed de venganza, la cual siempre ocupaba su mente, se distraía de vez en cuando con omegas tan dispuestas, como la que ahora estaba en frente de él, era como Leo le decía, un desahogo emocional. El caso era que esta vez no le apetecía tener nada con nadie, se quería concentrar en su objetivo, por lo que usar a su amiga siempre fue su mayor escudo ante situaciones no deseadas como esta. —Buenos días. ¿Disculpe, se le ofrece algo? Apretaron el botón de emergencia —preguntó la azafata sin dejar de sonreír, mientras hacía un exhaustivo recorrido a todo el torso del alfa. Leo era de complexión corpulenta sin exagerar, pero se podía apreciar su pecho musculoso si se ponía una prenda ajustada, en ese momento ni siquiera iba vestido de manera atractiva, incluso se puso lo primero que encontró, pantalones de mezclilla deslavados y una camisa negra de manga corta que dejaba ver los tatuajes de sus brazos, pero tal vez era esa aura de chico malo y misterioso que llamaba mucho la atención. Ana miró el botón que señaló la Omega azafata, era el mismo que había presionado. Carraspeo su garganta, apenada, llamando la atención de la aludida por primera vez, la sonrisa de la azafata se aflojó al percibir el suave aroma a sidra de manzana de Ana, pensando que ella sería la acompañante del Alfa. Estaba siendo muy indiscreta respecto a su mirada hambrienta sobre él, simplemente no podía evitarlo, era todo un bombón, uno muy guapo y sexy. La castaña miró a su amigo con una sonrisa pícara al percibir que la pobre omega estaba bajo el efecto Tanner. Daba gracias a la Diosa luna que ella fuera inmune a sus encantos, al contrario, se preguntaba que era lo que le veían al odioso de Leo. Al principio quiso alentarlo, vale, sexo en el avión sonaba como una buena fantasía s****l, pero cuando el azabache la abrazó por los hombros supo por donde iba el asunto. —Disculpa la molestia, hemos apretado el botón sin querer. —La miró serio, sin ningún atisbo de tener interés en ella. La omega pudo sentir aquel rechazo y bajó la mirada cabizbaja. Estaba a punto de retirarse hasta que Ana la llamó de nuevo. La verdad agradecía que preguntara si se le ofrecía algo, porque efectivamente así era. —Ya que está aquí. ¿Podría traerme algo de comer? Es que salí de casa con prisa y no probé bocado. —Se sobó su panza aguantando el hambre. Leo rodó los ojos y quitó su brazo de sus hombros, su amiga era como una pequeña niña. Creyó haber dejado las cosas claras con la omega, así que también se dispúso a pedir algo de comer. —Un sándwichito, con su quesito y su jamón. —A veces su amiga le daba pena ajena. —Lo siento mucho, pero no servimos ese tipo de comida en primera clase. —La azafata la miró apenada.
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