CAPÍTULO 9: ATRAPADOS EN EL SILENCIO

1114 Palabras
Lucía se despertó temprano, el sol aún no había iluminado por completo el horizonte, pero la luz suave de la mañana ya se filtraba a través de la ventana del cuarto. En el pueblo todo parecía inmóvil, como si el tiempo aquí tuviera otro ritmo, más lento, más profundo. Se levantó con una sensación de cansancio que no tenía nada que ver con la falta de descanso, sino con el peso de las palabras no dichas, con la tensión en el aire tras la conversación con Gabriel. Se sentía atrapada entre lo que deseaba y lo que no sabía si debía desear. Ese día no fue como los otros. En lugar de ir al taller, decidió caminar por el pueblo, algo que nunca había hecho en su juventud. Solía pasar sus días ajetreada, sin tiempo para apreciar los pequeños detalles que ahora le parecían tan importantes. Se encontraba en ese lugar, rodeada de montañas y mar, pero el mar no tenía la misma calma que en su juventud, ni las montañas la misma majestuosidad. Ahora todo parecía diferente, menos romántico y más incierto. La gente del pueblo la saludaba, sonriendo como si nada hubiera cambiado, pero Lucía sentía que, en el fondo, todo había cambiado. O más bien, ella misma había cambiado, y esa transformación no parecía ser tan fácil de encajar con la persona que había dejado atrás. El reencuentro con sí misma Mientras caminaba por el borde del río que atravesaba el pueblo, Lucía comenzó a reflexionar sobre su vida. Lo que había dejado atrás en la ciudad, los sacrificios que había hecho para llegar hasta allí, su independencia, la carrera que había construido. ¿Había valido la pena todo eso si al final se sentía vacía? Si lo que realmente anhelaba no era el éxito ni el reconocimiento, sino la paz, la conexión genuina con las personas que más amaba, especialmente con Gabriel. Pero él ya no era el mismo, ni ella lo era. Y en ese vacío entre ambos, Lucía se encontraba perdida. El río fluía con una serenidad que parecía desafiar la tormenta interna de Lucía. A veces, se dijo, solo podía seguir el curso de las aguas, aceptar lo que llegara, sin tratar de controlar cada giro, cada movimiento. Pero esa aceptación no era fácil. No cuando el amor se mezclaba con el dolor, con la frustración, con las preguntas sin respuesta. En su caminar, se encontró con Ana, una de las antiguas amigas de la infancia, quien también había regresado a San Isidro después de muchos años. Se saludaron cordialmente, y pronto la conversación se tornó más profunda. Ana, con su estilo de vida relajado, había encontrado una forma de vivir en paz, centrada en su familia y en su arte, un contraste claro con la vida ajetreada que Lucía había llevado en la ciudad. —Lucía, ¿te has dado cuenta de lo que has dejado atrás? —le preguntó Ana, con un tono suave, pero con un toque de sabiduría en su voz. Lucía no respondió de inmediato, pero las palabras de Ana la hicieron pensar. ¿Había dejado algo más que su vida en la ciudad? ¿Había perdido algo más que la conexión con Gabriel? El peso de las decisiones La conversación con Ana la acompañó el resto de la mañana. Mientras caminaba de vuelta al taller, Lucía no podía dejar de pensar en las decisiones que había tomado. Había sido tan rápida para salir, para perseguir un futuro que pensaba que era el correcto, que no se había detenido a considerar lo que realmente deseaba. El miedo a la mediocridad, el miedo a quedarse atrapada en la vida de pueblo, la había impulsado a tomar decisiones que ahora sentía que le habían alejado de su verdadera esencia. La llegada de Gabriel Al llegar al taller, encontró a Gabriel trabajando en un lienzo, completamente absorto en su trabajo. La imagen de él, tan concentrado, tan perdido en su arte, la hizo sentirse extraña, como si hubiera estado observando una versión de él que no conocía bien. Habían pasado tantos años, y la distancia entre ellos parecía haberse ampliado más de lo que ella había imaginado. Gabriel levantó la vista y la vio de pie en la puerta. Sonrió de manera tímida, pero Lucía notó una cierta dureza en su expresión, como si algo se estuviera reteniendo dentro de él, algo que no sabía cómo liberar. —¿Qué tal el paseo? —preguntó Gabriel, sin apartar los ojos de su obra. —No lo sé —respondió Lucía, sin poder evitar la honestidad en su voz—. He estado pensando mucho, Gabriel. Y… no estoy segura de qué hacer. De qué quiero. Gabriel dejó el pincel a un lado y se levantó, acercándose a ella con una lentitud que parecía medir cada paso. Cuando estuvo cerca, se quedó en silencio, mirando sus ojos con una intensidad que hizo que Lucía se sintiera vulnerable, expuesta. —Yo también he estado pensando mucho, Lucía —dijo con calma—. Pero la verdad es que no sé si estamos buscando lo mismo. Quiero creer que podemos… que podemos seguir adelante, pero siento que hay algo que no podemos evitar. Algo que nos está separando, aunque no sepamos qué es. Lucía lo miró fijamente, dándose cuenta de que no había palabras que pudieran borrar esa distancia entre ellos. Quizás, como había dicho Ana, todo lo que podían hacer era dejar que el tiempo siguiera su curso, sin forzar nada, sin esperar que las cosas volvieran a ser como antes. Pero el dolor de esa aceptación la golpeó con fuerza. ¿Era eso lo que realmente quería? El viaje hacia lo desconocido A pesar de la tensión en el aire, hubo algo en las palabras de Gabriel que la hizo sentir una pequeña chispa de esperanza. Tal vez no todo estaba perdido. Tal vez, solo tal vez, el amor entre ellos podría encontrar un nuevo camino, uno que no estuviera marcado por el pasado, sino por el presente y el futuro que podían construir, aunque eso significara empezar de nuevo. Pero para que eso ocurriera, ambos tendrían que enfrentar sus miedos, sus inseguridades, y los recuerdos que los acechaban. Había un largo camino por recorrer, lleno de incógnitas y desafíos, pero Lucía se dio cuenta de que, al final, lo único que podía hacer era seguir adelante, paso a paso, sin rendirse. Y así, aunque no sabía qué deparaba el futuro, Lucía sabía que tenía que tomar una decisión: seguir adelante en busca de algo nuevo, o quedarse atrapada en lo que alguna vez fue. La respuesta aún no estaba clara, pero estaba dispuesta a descubrirla.
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