Antifaz

1616 Palabras
He escuchado su nombre. Aquel sujeto está aquí. Tras tres años de no haberlo visto, ¿tenía que aparecer justo ahora? De inmediato coloco mis manos sobre el sombrero, para darme vuelta. —Buenas tardes —me saluda otra de las empleadas que se percató de mi presencia—. ¿Puedo ayudarla? Maddox sigue de espaldas, parece no importarle lo que ocurre a su alrededor. Para mí es un alivio, porque no quiero tener que soportar una conversación odiosa. — Sí, vengo por mi vestido. —Por supuesto ¿A nombre de quien? Permanezco en silencio unos segundos, Maddox ha sacado su billetera y ha pagado. Apenas se marchó, pude respirar tranquila. —¿Se encuentra bien señorita? —me pregunta la mujer con preocupación. — Oh, no. Estoy bien —sonreí—. Vengo por el vestido a nombre de la "señora Nival" . Aquí tiene el recibo. La empleada comprueba el recibo, asiente y me pide un minuto para volver con el pedido. Mi corazón sigue latiendo con fuerza, no debo tener impresiones tan fuertes. Pero encontrarse a Maddox Martelli, era lo peor del mundo ¿Qué otra cosa podía hacer? —Aquí tiene —la mujer ha regresado y se apresura en darme muy amablemente la caja con mi vestido—. Disculpe las molestias. —No se preocupe, la entiendo —acepto el paquete y salgo de la tienda, sintiendo mis manos sudar. La vida es una completa locura ¿Acaso el mundo quiere ponerme a prueba contra ese sujeto? Dejo la caja en el asiento trasero y ocupo mi lugar para manejar. —No —me dije—. Él no vale ni mi tiempo. No era el lugar ni momento para confrontarlo. Además…¿Qué hacía él en una tienda donde solo vendían prendas femeninas? La respuesta se dio en mi mente. Por supuesto, era para su amor. Su muy querida Sora. Y pensar que esa mujer era la esposa de mi padre. Recuerdo que en ese entonces, ella tenía 22 y yo 12 años ¿Quién hubiera imaginado que esto ocurriría? —Fue astuta ¿Cómo lo habrá conquistado? En fin, eso es algo que solo ellos saben. Decido regresar a casa. Al llegar encuentro a Nani; la empleada que se encarga de las labores de casa, mirando desde la puerta con preocupación. Dejo mi auto en el enorme estacionamiento que tengo para dirigirme a ella. —¡Señorita Hebe! —exclama con alivio, corriendo a prisa para alcanzarme. A sus sesenta años, es una mujer con mucha energía. — Nani, vas a caerte. Ten cuidado por favor. —Eso debería decirle a usted ¿Ha visto la hora? A pesar de ser mi empleada, ella es muy maternal conmigo. Junto a Joseph han sido las mejores personas que he conocido. Sacando mi celular, veo que son las 4:30 pm. —Bueno, aún hay luz del sol y…—no termino de hablar, porque recuerdo algo muy importante. Nani se lleva las manos a la cabeza y suspira. Entramos a casa. Ella me lleva a la cocina, puedo percibir el aroma de la comida, bastante delicioso. Mientras yo me deleito con el exquisito aroma del pastel en el horno, Nani me entrega un vaso con agua y mis pastillas. Haciendo un gesto de desagrado, acepto mi medicina. —Estoy cansada de tener que tomar esto. El doctor dijo que no era grave. —Pero su corazón lo necesita, señorita Hebe. Es mejor prevenir ¿No lo cree? Resignada tomo la pastilla, observando la tranquilidad de Nani en su rostro. — Bien —digo, devolviéndole el vaso—¿Alguna novedad en mi ausencia? — Oh sí, llegaron unos paquetes y un sobre que dejé en su despacho. —¿Paquetes? Pero si yo no he pedido nada. — Son dos paquetes y un sobre ¿Desea que los eche a la basura? —No, voy a revisarlos —contesté—. La cena huele bien, bajaré con mucho apetito. — Es su favorito señorita —afirmó con su semblante amable. Asentí, para dirigirme a las escaleras. La casa es enorme. Me preguntaba si para Nani no es mucho trabajo. Cada fin de semana venía alguien a ayudarla, pero entre el jardín y la mansión, es demasiado para ella. Tal vez debería contratar más personal. Llegué a mi despacho que estaba en la última habitación del largo pasillo. Al entrar, encontré los paquetes mencionados por Nani, estaban apilados sobre el otro. Me quité el sombrero, dejándolo sobre el asiento, procediendo a tomar el primer paquete y abrirlo. Extrañada, miré unas botas masculinas. —¿Pero qué? Yo no pedí nada de esto. Abrí el otro paquete y era un casco de motociclista. —Esto claramente es un error. Cuando estaba por decirle a Nani que contactara con el repartidor, vi una nota al fondo de la caja. No tardé en leerlo, descubriendo quien era el dueño de todo esto. —Julián —dije entre dientes. ¿Qué se supone que buscaba mi hermano mayor? Nunca fue un hombre responsable, solo buscaba la vida fácil, utilizando su encanto con las mujeres, sobre todo con las mayores. Por último, estaba el sobre, seguro que también era de Julián, pero al contrario de lo demás, este si tenía remitente. —Martelli…—susurré en mis labios, dejando de inmediato el papel en mi escritorio. Se había caído de cabeza o estaba ebrio al mandar eso. Me tomé unos minutos para pensar. Tal vez se trataba de otro Martelli, sin embargo a nadie en esa familia le agrado. —No existe nada que me importe de ellos. De inmediato arrugué el sobre y lo tiré a la basura. — Nada que venga de ese hombre puede ser bueno. En lugar de eso, debía preocuparme por el evento de caridad. No faltaba mucho, y debía cuidar mi presencia para que nadie sospechara quién era la "Señora Nival". … Cuatro días después. La noche especial había llegado. Estaba envuelta en un vestido en color rojo vino, mi cabello estaba recogido en un hábil moño que se ocultaba bajo un fino sombrero. — ¡Pero qué ven mis ojos! ¡Mi princesa de las nieves se ha convertido en la reina! Me doy vuelta, encontrando a Joseph de pie en la puerta de mi habitación. —¿Me veo bien? —¿Bien? Estás deslumbrante —sonríe emocionado—. Aunque siendo sincero, deberías mostrarte tal cual eres. Ese sombrero está divino, pero un bello ángel no debe esconder sus alas. Posando mis manos en sus hombros le corresponde a mi mejor amigo. —Eres tan tierno, pero esto lo hago por mi seguridad. No quiero ser acosada por las personas. Disfruto de mi paz. — Muy bien, tu ganas. Por otro lado ¿Cómo me veo? —quiso saber mi opinión, dando una vuelta con su traje elegante. — Espectacular —digo con sinceridad. — Lo sé, aunque tú me vas a opacar. Solo espero que me dejes algo. — Joseph, es una fiesta de caridad. No estoy buscando un esposo. —Nadie dice que te cases, pero portarse mal es divertido. Sé que habrán muchos hombres guapos y solteros en esa fiesta. —No tengo que fijarme en nadie, porque estarás tú y si alguien intenta algo más, les dire que eres mi novio. —Eres mala —contesta en medio de risas—, pero me encanta. … Una hora después, estamos en la entrada del evento. Los de seguridad revisan la invitación, para permitirnos el acceso. Entro del brazo de Joseph, quien no tarda en en darme un codazo con suavidad. — ¿Qué sucede? —pregunto. — Mira ahí. Dime si no está para devorarlo de un solo bocado. —Cuando no. Apenas hemos entrado y ya estás buscando una víctima. —Bueno, han sido meses difíciles, princesa. Necesito acción. Joseph es tan divertido con sus ocurrencias. Entramos al gran salón donde están los anfitriones de esta fiesta. Ellos al principio no me reconocen por el antifaz que tengo, pero tras oir mi voz al saludarlos, me descubren. —Hebe querida —dice la esposa del director del hospital donde soy voluntaria—. Que alegría que estés aquí, aunque casi no te reconozco. — ¿Verdad que se ve hermosa? —agrega Joseph. —Totalmente de acuerdo. Hebe luce como… — Una princesa —añade mi mejor amigo. —Me quitaste las palabras de la boca. Bueno, los dejo, debo seguir recibiendo a los invitados. Allí está el señor Martelli. Tanto Joseph como yo, nos congelamos al oír ese nombre. —Joseph…—digo en un susurro. La esposa del director se aleja a saludar, y mi amigo aprovecha el instante para corroborar que se trata de la misma persona que ambos pensamos. —Ay, mi madre —susurra cubriendo sus labios—. Y no está solo. — ¿Sora? —pregunto. —No, creo que se trata de otra mujer. Es…bueno, la pobre no es muy agraciada que digamos. La he visto en algún lugar, pero no recuerdo. De una vez me animo a dar media vuelta, observando a Maddox en compañía de su hermana. —Es Zuria. —¿Quieres que nos vayamos? —me pregunta, pensando que me iba a sentir incómoda. —No —dije rotundamente. Un mozo iba pasando y tomé una copa de champagne. —Hebe, pero no te hará mal. —Una copa no me hará daño. Además me siento perfectamente bien. Salud —sonrió, y con la intención de beber, me doy vuelta, notando que más de una mirada estaba pegada a mi misteriosa presencia, incluida la de unos ojos grises.
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