Nos es un placer verte

2167 Palabras
Una semana después de la fiesta de caridad. Volví a recibir una carta de Maddox, sin embargo, está vez me animé a leerla. Que clase de barbaridad habrá tenido que suceder, para que me escriba dos veces después de tres años de divorciados. Al principio no entendí, hasta que llegué a esa parte donde él me pedía una tregua ¡¿Fingir ser su esposa?! — Tiene que ser una broma —digo con incredulidad, dejando la carta sobre mi escritorio. —¿A qué te refieres como broma? Joseph ha entrado a mi despacho con las nuevos pedidos hechos a la empresa. —Veras… No puedo mentirle, mi mejor amigo conoce todo de mí. —Mejor leelo tu mismo —le señalo la hoja, y él deja los documentos que cargaba en el escritorio. Un minuto después, no tarda en mirarme con la misma sorpresa que yo había tenido al leerla. —Este hombre debe estar drogado —es su primer comentario. —Quizá —respondo, tomando uno de los documentos que él trajo, para revisarlo. Pero él sigue sin poder creer lo que sus manos sostienen. —¿No dirás nada? —inquiere. —Que puedo decir —respondo, sin apartar la mirada del documento en mis dedos—. Maddox es un hombre disparatado. — Entonces… —Aunque…—dejo los papeles a un lado, mientras pienso cuidadosamente. —¿Qué idea está pasando por tu cabeza? —¿Sabes? —con gran vitalidad me pongo de pie—. Ya es tiempo que deje de esconderme. —Princesa de las nieves me asustas, pero me gusta tu mirada. Sabes que tienes mi apoyo para todo. —Prepara el auto, por favor —le pido. —¿A dónde irás? —A mi abogada. Así se hizo, había tenido algunos pendientes antes de reunirme con él, pero si él necesitaba mi ayuda, que esperara. Al final, el tiempo se me fue de las manos y llegué tarde, pero ahí estaba Maddox. Nuestras miradas se cruzaron, y al verlo cerca admito que tuve que pasar saliva. Se veía muy atractivo, incluso más de lo que era hace tres años, sus cabellera azabache estaba peinada perfectamente, ningún cabello estaba fuera de lugar, sus pestañas largas acompañaban esa mirada gris que no se apartó de mí, así como sucedió en la fiesta de caridad, el traje que llevaba, lucía perfecto en su cuerpo. Sus músculos se notaban firmes y duros en sus 31 años. ¡Demonio horrible! ¿Que le costaba quedarse calvo o perder esa musculatura firme? Bien, podría verse atractivo, no había nada de malo en eso. Pero de que valía el físico, cuando se estaba podrido por dentro. Mostré mi total indiferencia, tomando asiento a un lado de él, mas sin proponerlo, terminamos intercambiando un par de palabras. Sin embargo, él creyó que no le respondería. Grave error. De aquella muchacha sumisa que guardó su dolor cuando fue abandonada por otra, solo quedaba el recuerdo. Luego de que se firmara el acuerdo, salí junto a Joseph, él me abrió la puerta, pero sin provocarlo, Maddox estaba de regreso, por supuesto no perdió el tiempo para demostrar que en estos años seguía siendo el mismo patán. No tenía tiempo para seguir con su plática, de modo que fui directa para alejarme lo más pronto posible. Si había algo importante, nuestros abogados arreglarían el asunto y se encargarían de citarnos. No era necesario que estuviéramos juntos todo el tiempo, si solo se requería mi firma. … Regresé a casa con cansancio. Muy extraño, ya que solo había caminado por unos minutos. Joseph lo notó y de inmediato mostró su total preocupación. — ¿Princesa, estás bien? —me pregunta ofreciéndome su brazo. Tomando aire, voy recuperando estabilidad. —Solo necesito descansar. Esa conversación con Maddox me ha puesto de mal humor —admití. Joseph y yo nos sentamos en el sofá, él me mira con una media sonrisa. —¿Qué? —digo, y sorpresivamente el me abraza—.¿Q-qué ocurre? —Estoy tan orgulloso de ti, has enfrentado a ese hombre, manteniéndote firme —sus manos me sueltan, para tocar mis mejillas—. Me da gusto que esa jovencita no haya perdido la luz para brillar. Si hubiera sabido por lo que estabas pasando… Joseph muchas veces se lamentaba por no haber hecho algo para ayudarme, cuando claramente él no tenía la mínima culpa. Esa noche que vendí mi virginidad a un hombre del cual no tenía idea. Joseph era uno de los empleados, fue él quien me vio salir de la habitación caminando con dificultad. Años después, exactamente a las semanas de mi diborció, lo encontré buscando trabajo, yo lo reconocí y con el tiempo se volvió mi mano derecha, y eventualmente terminé contándole todo. Su respuesta fue como una bomba, pues él tenía esa sospecha desde que me volvió a ver, además fue Joseph quien me confirmó que aquel hombre que me compró fue Maddox, pues en su antiguo trabajo, él manejaba la base de datos. Todo ese tiempo él recordó mi rostro lleno de dolor. Mas esto solo nos unió más, teníamos muchas cosas en común, así que nuestra gran amistad fue inevitable. —Nada de miradas tristes, al contrario, vamos a celebrar —dije—. Recuerda que ahora tengo poder tanto en la empresa Martelli como sobre su patrimonio familiar. Las cosas han cambiado Joseph, y te juro que nadie volverá a pisotearnos. … Dos días después, recibí la llamada de mi abogada, debía reunirme con Maddox en la mansión Martelli para firmar la autorización de la venta de acciones. Normalmente de estos asuntos se encarga Joseph, como mi representante. Pero como Maddox no estaba enterado de que yo era su principal competencia, debía seguir manteniéndolo en secreto. Para él soy solo una mujer que se gastó todo el dinero que recibió en cosas sin utilidad. Nunca supo que mis salidas eran para estudiar, pero claro, él prefirió creer que era para verme con otros hombres, eso ya no me molestaba. Que siguiera pensando que tuve múltiples amantes. Me preparé para salir sola. Joseph estaba atendiendo la entrega de unos paquetes, de este modo, saqué mi auto del estacionamiento que tengo en mi propiedad, mas cuando salí cerca al bosque, escuché los sonidos de mi amigo emplumado, bajé la ventana del vehículo, él volaba sobre mí. —¡Volveré pronto!—me despedí de Snow, quién seguía dando vueltas sobre mi auto. Su comportamiento no era tan habitual. Miré la hora y pensé en el tiempo que me llevaría, encendí el motor. Debía darme prisa. … Una hora y veinte minutos, un viaje agotador. Aquí me encontraba, en esta casa a la que apenas conocía. Llamé a la puerta. No hace falta decir que los empleados quedaron boquiabiertos, hasta que por el alboroto, salió Zuria. — ¿Qué es todo…? ¿Hebe? —dijo sin estar segura que era yo. —La misma en persona —afirmé. —Oh, Maddox, me había dicho que vendrías, pero no le creí. Ella ordenó que se me dejara entrar, los ojos grises al igual que los de su hermano, me recibieron con agrado, cosa opuesta que haría él. —No puedo creerlo, mirate. Estás aún más hermosa que antes. Yo agradecí, asintiendo con el rubor en mi mejillas. —Es bueno verte, aunque estoy segura que eres la única que lo piensa. — Por el resto ni te preocupes. Ven, vamos a la sala. Mi hermano aún no llega y la tía está de viaje. —Supongo que eso es un alivio —respondí. Tomamos asiento en la enorme sala, mientras una empleada nos traía bocadillos para compartir. —Cuando Maddox me comentó sobre este asunto, pensé que no lo aceptarías. Él no fue nada amable contigo durante el matrimonio. — Tienes absoluta razón, pero estoy aquí para demostrar que no guardo rencor. Ayudaré en la empresa como parte de ella, pero la relación con Maddox está rota, nada nos volverá a unir, y cuando se cumplan los catorce meses, yo desapareceré para siempre de sus vidas. —Has madurado mucho, cuando llegaste a esta casa tenías apenas dieciocho años. —La edad no determina la madurez Zuria, son las experiencias. Mientras ella me contaba de su vida y el hecho de que seguía soltera, pasamos un rato agradable. Yo le hablaba de la mía, pero sin revelar grandes detalles. Entonces, de un momento a otro, la empleada pasó frente a nosotras. Desde la puerta se acercaban los pasos del recién llegado. —Maddox —Zuria se apresuró en levantarse y recibirlo con un beso en la mejilla—. No lo creí, pero tenías razón. Hebe llegó hace treinta minutos. Él me observó, manteniendo su rostro inexpresivo, asintió. —La veo. Iré a cambiarme y bajaré para traer las hojas. —Perfecto —respondí, esperando que se vaya, pero él se quedó unos segundos más observándome. Al parecer estaba sorprendido de verme sin un sombrero. —No tardo —logró decir, antes de darse vuelta. Se fue, dejando que Zuria y yo pudiéramos seguir platicando. Estábamos tan concentradas y despreocupadas, que ninguna se percató de que alguien más acababa de llegar. Una presencia, que con solo escuchar su voz recordé que el motivo de que ahora yo tuviera que tomar pastillas, fuera porque ella me las quitó el tratamiento en mi adolescencia. —Ve a llamar a Maddox, muchacha. Justo a mis espaldas, ella estaba detrás de mí. La mujer que fue esposa de mi padre, la que me echó un día de mi hogar, estaba ahí de pie. — Hola Sora —dijo Sora con seriedad. Me giré para confrontarla, al tiempo que ella también lo hacía. Su mirada azul se cruzó con la mía. De inmediato me puse de pie, teniendo una altura casi similar. — ¿Qué estás haciendo tú aquí? —dijo con la notable sorpresa en su cara. Y lo comprendí. Ella no estaba enterada de lo que su amado estaba haciendo. ¿Como rayos esos dos habían terminado juntos? Un misterio que prefería no saber. —Te hice una pregunta ¿Qué haces aquí?—exigió saber. —No te saludo, porque no tengo el agrado de hacerlo, además tampoco tengo la obligación de contestarte. — Esto es el colmo ¿Cómo Maddox puede permitir que su ex esté aquí? —¿Entonces no lo sabes? —intervino Zuria. — ¿¡Qué diablos debo saber!? —¡Uy! Eso son problemas —respondió. — El problema aquí es tu horrenda apariencia. Con esa uniceja y lunar enorme, solo causas espanto. A este paso te quedarás solterona. En cambio mírame, soy una mujer que puede tenerlo todo, por eso tengo a tu hermano en mis manos. Bien, eso era todo. Años atrás había querido hacer esto, y como los documentos me daban esa libertad. Disfrutaría este momento. —Fuera —dije, parándome frente a Sora. —¿Qué? Ay, por Dios ¿Ahora vas a darme órdenes? Te recuerdo que no eres más la esposa de Maddox —¿Eso crees? —levanté una ceja, oculté una sonrisa —. Fuera de esta casa —repetí firme—. O quieres que busqué a los perros. Sora lo recordó, su expresión lo dijo todo. —¡Vas a pagar esto! ¡Una mocosa como tu no puede ser más que yo! ¡Le diré todo a Maddox! — Hazlo, y que te explique él los motivos de mi presencia aquí. Sora se dio vuelta, y se marchó furiosa. La sonrisa estaba tan grande en mis labios que cualquiera lo notaría. — ¿Qué son esos gritos? Lo escuché hasta mi habitación. —La señorita Hebe echó a la señorita Sora, señor —contestó una de las jóvenes empleadas. Su reacción no tardó en darse, sus ojos centellearon en furia, él bajó de las escaleras dirigiéndose específicamente a mí. —¿Qué cosa hiciste? — Creo que tu empleada lo explicó muy bien o quizás estés quedándote sordo. — ¡Quita esa maldita sonrisa de tu rostro! ¿¡Con qué derecho das ordenes en mi casa!? ¿Y cómo te atreves a echarla? — Tengo entendido que esta casa también está descrita dentro de las órdenes de tu difunto señor padre, por lo tanto, tengo tanto derecho como tu en dar mi opinión aquí. —¡Tú! —Tenía los puños apretados y mirada fija. Sabía que yo estaba en lo correcto. — Por cierto, muy mal en ocultarle cosas. Yo creo que te has ganado un problema. Maddox se alejó de mí, volteando la mirada a la empleada. — ¿Hace cuanto se fue? — Hace unos minutos. Él me señaló con un dedo, su rostro enrojecido estaba rayando en enojo. — No te muevas de aquí, que tú y yo tenemos que hablar. Con esa advertencia, salió de la casa, seguramente a buscarla. No hacía falta ser una genio para saberlo.
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