TIERNAN
Es extraño. El columpio de neumáticos en el patio es lo único que hace que parezca que aquí vive un niño. Nunca hubo dibujos en la casa. Ninguno en la nevera o en las paredes. No hubo libros para niños en los estantes. No hubo zapatos en la puerta principal ni flotadores en la piscina.
Es la casa de una pareja. No de una familia.
Miro fijamente por la ventana, viendo el neumático balancearse con la brisa mientras cuelga del roble, y distraídamente froto la cinta roja para el cabello entre los dedos, sintiendo el confort de la superficie lisa.
Siempre tenía tiempo de empujarla en el columpio, ¿no es así? Tenía tiempo para ella.
Y ella para él.
Hay walkie talkies que emiten pitidos y sonidos de fondo en algún lugar detrás de mí mientras las pisadas golpean las escaleras y las puertas se cierran de golpe por encima. La policía y los paramédicos están ocupados arriba, pero querrán hablar conmigo pronto, estoy segura.
Trago, pero no parpadeo.
Creía que el columpio era para mí cuando lo instaló hace diez años. Se me permitía jugar en él, pero mi madre era a la que realmente le encantaba. Solía mirarlos por la ventana de mi dormitorio por la noche, con mi padre empujándola y la magia de sus juegos y risas haciéndome querer estar en medio de ello. Pero sabía que, tan pronto como me vieran, la magia cambiaría. Desaparecería.
Así que me quedaba en mi ventana y solo miraba.
Como todavía lo hago.
Me muerdo la comisura de la boca, viendo una hoja verde revolotear por el columpio y aterrizar dentro del neumático donde mi madre se sentó incontables veces. La imagen de su camisón blanco y su cabello claro fluyendo a través de la noche mientras se columpiaba en él es todavía vívida, porque la última vez fue solo ayer.
Alguien se aclara la garganta detrás de mí, y finalmente parpadeo, dejando caer mi mirada.
—¿Te dijeron algo? —me pregunta Mirai con lágrimas en la voz.
No me doy la vuelta, pero después de un momento doy un lento movimiento de cabeza.
—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ellos?
No puedo responder a eso. No estoy segura.
Detrás de mí, siento que se acerca, pero se detiene varios metros por detrás mientras el ruido de la primera camilla de la ambulancia se tambalea y cruje por las escaleras y es transportada desde la casa.
Levanto la barbilla y me acerco a la conmoción distante de afuera mientras los paramédicos abren la puerta principal. Llamadas y preguntas, bocinas sonando mientras más gente llega, más allá de las puertas, donde los medios de comunicación sin duda pueden ver el cuerpo siendo sacado.
¿Cuándo fue la última vez que hablé con mis padres?
—La policía encontró algunos medicamentos en el baño de tus padres —dice Mirai con su voz suave—. Tienen el nombre de tu padre, así que llamaron al doctor y se enteraron de que tenía cáncer, Tiernan.
No me muevo.
—Nunca me dijeron nada —me dice—. ¿Sabías que tu padre estaba enfermo?
Sacudo la cabeza otra vez, todavía viendo cómo se balancea el neumático.
La oigo tragar.
—Aparentemente intentó tratamientos, pero la enfermedad era agresiva —dice
—El doctor dijo que... no iba a durar hasta fin de año, cariño.
Una ráfaga de viento se levanta en el exterior, agitando el columpio, y veo la cuerda girar el neumático mientras se retuerce.
—Parece... Parece que ellos... —Mirai se interrumpe, incapaz de terminar.
Sé lo que parece. Lo supe cuando los encontré esta mañana. Toulouse, el terrier escocés de mi madre, estaba arañando la puerta y rogando entrar en su habitación, así que la abrí. Se me ocurrió que era raro que no estuvieran levantados todavía, pero dejé entrar al perro de todas formas. Pero, justo antes de volver a cerrarla, mis ojos se abrieron de golpe y los vi.
En la cama. En los brazos del otro. Completamente vestidos.
Él llevaba su traje favorito de Givenchy y ella el vestido de Oscar de la Renta que llevó en el Festival de Cannes en 2013.
Él tenía cáncer.
Se estaba muriendo.
Lo sabían, y mi madre había decidido no dejarlo ir sin ella. Decidió que no había nada más sin él.
Nada más.
U pinchazo me llega en la parte posterior de los ojos, pero se ha ido casi inmediatamente.
—La policía no ha encontrado una nota —dice Mirai
—¿Encontraste tú...?
Pero giro la cabeza, encontrándome con su mirada, y se calla instantáneamente. Qué pregunta tan estúpida.
Tenso la mandíbula, tragándome las agujas de la garganta. Durante todos los años de niñeras e internados y campamentos de verano en los que me mantuvieron ocupada y me crió cualquiera menos ellos, ya no me dolía nada lo que hacían mis padres. Pero parece que todavía hay partes de mí que pueden doler.
No me dejaron una nota. Incluso ahora, no había nada que quisieran decirme.
Parpadeo para alejar las lágrimas y me doy la vuelta, intentando mirar fijamente el columpio otra vez mientras se retuerce y mueve por el viento.
Oigo a Mirai resoplar y sollozar en silencio detrás de mí, porque lo sabe. Sabe lo que siento, porque ha estado aquí desde el principio.
Después de un minuto la veo fuera de la ventana, pasando junto a mí, y no me había dado cuenta de que había salido de la habitación.
Lleva tijeras en la mano y carga hasta el columpio del neumático y, mientras levanta las tijeras hasta la cuerda, aprieto los puños bajo los brazos y la veo apretar las tijeras, trabajando con la cuerda hasta que el neumático cuelga de un hilo y finalmente cae al suelo.
Una sola lágrima finalmente cae y, por primera vez desde que estoy en casa todo el verano, siento algo parecido al amor.
!!!Historia de PENELOPE DOUGLAS!!!