Capítulo 2

988 Palabras
Eran las diez de la mañana de un templado día de verano, el sol entraba por torrentes en la habitación de Scarlett a través de las cortinas blancas del ventanal. Las paredes color crema relucían y los muebles de caoba brillaban a la par, mientras el piso de mármol resplandecía como si fuese de cristal en los sitios donde las alfombras no lo cubrían. El primer anuncio del verano en Ennis, cuando la primavera cedía el paso a un calor intenso, era el viento, perfumaba con una brisa delicada las habitaciones de la residencia O'Donnel, cargada de suaves fragancias de flores que flotaban en el ambiente y acariciaban la piel de Scarlett. Generalmente, las mañanas tan espléndidas como esa atraían a Scarlett al balcón para respirar los perfumes que traía consigo las brisas veraniegas, después de todo, estaba ahí para disfrutar de la tranquilidad, olvidando por una temporada, las tecnologías que ofrece la civilización y aunque se encontraba ahí no prestaba atención al sol ni al cielo azul, sino a sus pensamientos: «Es imposible que Brando y Melanie vayan a comprometerse» Sobre la cama estaba el vestido de baile rojo manzana, de seda y tirantes delgados, cuidadosamente doblado en una gran caja de cartón. Estaba listo para ponérselo para el baile; pero Scarlett, al verlo, se encogió de hombros, se preguntó si aquel vestido tan escotado podría llamar la atención de Brandon antes de que su madre le llamara para sermonearla, por lo usual, ella no solía entrometerse en su forma de vestir, al menos en la ciudad, pero en aquel pueblo donde debían guardar las apariencias, su madre solía ser más estricta con su modo de vestir. Paso horas pensando, en lo que podía hacer para evitar, en caso de que aquel rumor fuese cierto, la boda de Melanie y Brandon. Nadie podía quitarle de la cabeza que Brandon la amaba y que seguramente aquello que Stuart le había contado era solo un estúpido rumor porque no había nada en Melanie que él deseara, pero tampoco sospechaba que sus padre lo estuviesen obligando a contraer matrimonio con ella, solo por la fortuna de su familia, ellos no eran así por lo que debia haber otra razón, una que no lograba averiguar por más que lo pensara, así que decidió por sí misma averiguarlo en el baile. No había hecho más que probarse vestidos desde las ocho de la noche del día anterior hasta la media noche cuando encontró entre sus maletas, ese vestido, el cual se suponía que usaría al final del verano, en la barbacoa que su familia ofrecía al pueblo como despedida. A su alrededor, se encontraban los vestidos que había rechazado, estaban regados por todo el suelo, sobre la cama y las sillas, formando alegres mezclas de colores, de cintas y lazos. Entre ellos estaba un vestido de organdí rosa que había llevado el primer verano al conocer a Melanie, pero aunque era hermoso y apropiado, tal y como le gustaban a su madre, Melanie lo reconocería y al menos hasta averiguar que era lo que estaba sucediendo en Doce Acres, prefería evitarla a toda costa, no solo porque sentía que se echaría a llorar y haría un berrinche como una niña pequeña para reclamarle su traición, sino también porque no quería que ella hiciera algún comentario sobre su vestido, después de todo, de ser cierto lo que Stuart había dicho, eso la convertiría en su rival. Scarlett no se dignó a levantar ni una sola tela, prefirió que su nanita hiciera ese trabajo por ella, después de todo, para eso la habían traído. Una vez que se vistió, examinó en el espejo su rostro juvenil, casi como si temiera descubrir en él arrugas o una papada. Quería parecer más dulce y juvenil Melanie, quien aunque era cuatro años mayor que ella, su rostro era fresco y natural, a diferencia de ella, quien solía usar maquillaje, aunque no mucho, por supuesto. Mientras se aplicaba una capa de color en los labios, se imaginó como vestiría Melanie, ella no solía usar ropa escotada ni llamativa, de hecho le gustaban los colores neutros, colores que combinaban con su ingenua expresión y la ropa que le daba un aire de colegiala, sin embargo, había algo en Melanie que a veces la ponía a reflexionar, ella era demasiado tranquila, pero segura de sí misma. Mirándose en el espejo y girando para verse de perfil, se convenció a sí misma que no había nada en su cuerpo que hiciera sentirse acomplejada, de hecho era todo lo contrario, Scarlett confiaba en que era la chica más hermosa de aquel condado y que el hombre que no cayera a sus pies era porque no le gustaban las mujeres. Los hombres que solían cortejarla decían que su cuello tenía la apariencia y el tamaño perfecto para poder besarla, sus brazos largos y seductores, solían atrapar a cualquier hombre igual que una araña a una mosca y sus senos, quizás no eran lo bastante grandes, pero ella sabía que no necesitaban que fuesen de gran tamaño para obtener la atención de un hombre, ella se consideraba verdaderamente hermosa y no había nadie en la tierra que le hiciera creer lo contrario por mucho que la criticaran, puesto que su madre le había dicho que la critica siempre venía de las personas que le tenían envidia. Nunca había tenido necesidad de rogar por atención, como otras muchachas de su edad, para que un hombre estuviera a sus pies, puesto que su padre, un buen hombre que honraba la figura femenina, le había aconsejado que los hombres son quienes deben rogar y no al revés, ella era la princesa de papá. Le satisfacía no haber heredado la espalda ancha de su hermana Ellen o la estatura de su hermana Ashley que parecía un arbol andante, no, su cuerpo era delicado y grácil, con curvas, de piel tersa y suave, de agradable mirada y sonrisa simpática.
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