Narra Levan
—Me voy— afirmó desde la puerta.
Había pasado una mala noche y estaba sentado en el solárium tomando mi tercera taza de café fuerte. Los rayos del sol de la mañana convirtieron su cabello en oro hilado. Blanca Russet estaba hermosa a primera hora de la mañana.
Dejé la taza sobre la mesa.
—¿Adónde vas? —pregunté suavemente.
—No sé. Sólo sé que no puedo quedarme aquí para siempre.
—Ha sido una noche— señalé.
—No puedo seguir escondiéndome aquí. Tengo que encontrar una manera de resolver este lío. De alguna manera.
Me recosté en la silla y la miré. Ella nunca sabría cuánto placer sentía simplemente mirándola. Su juventud, su belleza, su inocencia.
—¿Y cómo piensas hacer eso?
Ella juntó las manos y su rostro estaba lleno de determinación.
—No lo sé, pero lo resolveré
