" Qué sorpresas da la vida. Cuando crees que ya nada puede ser peor, la vida te da otra dosis de realidad en el rostro".
^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^
Como si fuera una hermana mayor, Donna, pasaba el cepillo por mi cabello; los separaba en mechones, comprobando que no hubiera partes enredadas.
— Tus manos son mágicas —le comento, mirando el reflejo de ambas en el espejo.
— No me gusta hacer alarde de mis talentos, pero ya me conoces —me dice soltando una risa contagiosa, que causó en mí que olvidará por un momento lo que me esperaba.
— Gracias por estar aquí. No te imaginas lo mucho que me ayuda tu presencia.
Continuando pasando el cepillo en mi melena, Donna bajó la mirada con compasión.
— Mi madre me decía que el mundo se ensaña con el que menos tiene. Los golpes y adversidades en la vida son parte de lo que nos hace humanos, nada es fácil, y es eso precisamente lo que nos vuelve fuertes. Mayda… Tú eres la persona más valiente que he conocido en mi vida.
— Donna…
— Aún cuando tu madre… —ella se detiene al pensar que eso me afectaría—. Cuando desde pequeña afrontaste muchas trabas, supiste seguir adelante, te esforzarte sola y no dejaste que un mal evento te derrumbara. Eres digna de admiración Mayda, jamás lo olvides.
Sus palabras me llegaban al alma, me sentía mucho mejor, y hacía que me quitara ese cargo de consciencia. Era seguro que " él " también había seguido con su vida, pensar en eso hizo que sintiera un nudo en mi pecho, pero donde "él" estuviera, esperaba que fuese feliz.
…
Mientras tanto, caminando con su maleta en el aeropuerto. Una figura alta de ojos azules, cabellera castaña y sonrisa brillante, se mostraba feliz de haber vuelto a su lugar de origen. Su sola presencia no pasaba desapercibida para más de una fémina, el tipo era muy atractivo, sin contar con ese apellido que multiplicaba por mil su popularidad. Su belleza era definida como la de un ángel, tan brillante y relajado.
— Ha pasado tanto desde la última vez—dijo, dejando escapar un largo suspiro.
…
Después de haber terminado de arreglarme el cabello. Donna me contempló desde una esquina, me miró con emoción juntando sus palmas.
— Luces tan hermosa —me dijo, solo segundos antes de que alguien tocará la puerta.
Lo dejé pasar, se trataba de Donato con una caja enorme.
— Es su vestido, señorita Mayda —me explica abriendo la caja para mostrarme el vestido que usaría en mi matrimonio.
Yo fingí una pequeña sonrisa, pero en realidad me estaba partiendo por dentro. Ese era el vestido que una vez soñé usar con el amor de mi vida. Atreo, el muchacho de bella sonrisa, ojos azules como el cielo más claro y despejado, pero jamás ocurriría. Después de esto, nada volvería a ser lo mismo.
— Gracias Donato —asentí. Tomé el vestido entre mis dedos, mis labios temblaron y el recuerdo de esos días llenos de promesas de amor hacían sangrar mi corazón, que aún tenía cicatrices.
Recordaba esa preciosa tarde donde mi ángel, así como yo lo llamaba. Me entregó ese anillo, bajo la promesa de convertirme en su esposa.
Las personas que me acompañaban en ese instante parecían haberlo notado, pues ambos sabían lo que ese vestido significaba para mi.
— Señor, soy amiga de Mayda ¿Podría enseñarme la decoración? —dijo Donna llevándose a Donato fuera de la habitación.
— ¿Y usted cómo entró?
No llegué a escuchar la respuesta, pues el portazo dejó la habitación en completo silencio.
Estando completamente sola, caí sentada sobre la cama, miraba el vestido blanco en mi regazo y luego cerraba los ojos.
Tantos momentos felices, que ahora solo son tristes recuerdos. El amor para mi no tenía definición, pero fuiste tú quien hizo que esto naciera. Yo no quería enamorarme, pero tú nobleza y esa forma tan galante lo hicieron ¿Por qué no puedes ser tú? —repetí en mi mente—¿Por qué no pudiste ser tú el hombre con el que me casara? La respuesta nunca llegaría a mí, y peor aún. Me casaba con otro hombre, sin haber olvidado al anterior.
— Yo estuve dispuesta a todo por ti…
…
Las horas pasaron fugazmente, ya solo quedaba poco más de media hora para que la ceremonia empezará. Ese maldito momento estaba a la vuelta de la esquina. Saqué fuerzas de donde ya casi no tenía. Me levanté de la cama para acercarme al espejo; ahí vi mi cuerpo lucir ese vestido blanco que el diseñador me aconsejó usar, pues yo no fui capaz de escoger, aunque sin querer terminó siendo uno muy parecido al que soñé usar con el hombre que amé. Me veía como una novia de verdad. Mi cabello era sujetado alto con adornos de rosas y algunos mechones sueltos en mi rostro, la cola no era muy larga, y el vestido con los hombros descubiertos, mangas largas, y adornos de pequeñas flores en toda la falda, hacían que luciera como una novia radiante, sin embargo mi rostro no encajaba con la felicidad que se supone que debería tener cualquier joven que se casaba por amor.
— Señorita Mayda. El señor Lucien está impaciente, ya el juez ha llegado —dijo Donato desde el otro lado de la puerta.
— Voy enseguida, Donato, solo… —sollocé, mientras limpiaba una lágrima que escapaba de mi ojo—, no te preocupes, bajaré de inmediato.
Escuché los pasos de Donato alejarse, suspiré por última vez y me dirigí a la puerta.
…
Apenas eran siete personas los que estaban presentes. Aquella boda era llevada con la mayor discreción posible.
— ¿La novia tardará? —preguntó el juez de paz.
— Más le vale no cometer alguna estupidez —murmuró Lucien sin ser escuchado por nadie más que él.
— Perdonen la demora.
Casi todos voltearon a ver a la joven que acababa de llegar, excepto Lucien, quien permaneció en su lugar de espaldas. Él sólo escuchó los pasos de los tacones de ella acercándose, hasta tomar el lado que le correspondía.
— Muy bien, estando todos presentes, daremos inicio a la ceremonia —habló el juez.
…
Respiré hondo apenas el hombre delante de nosotros abrió la boca. No podía siquiera concentrarme, la cabeza me daba tantas vueltas como si hubiera recién bajado de una montaña rusa, pero traté de aguantar todo lo que podía, hasta que escuché mi nombre ser pronunciado por el juez.
— Sí, acepto —alcancé a decir sin atreverme a mirarlo.
El hombre siguió hablando, pero más me distrajo que Donato saliera corriendo ¿A donde iba? ¿Qué estaba pasando?
De repente una fría sensación recorrió mi espalda.
— Firmen aquí, por favor —señaló el juez.
Él me entregó el bolígrafo, luego de que Lucien firmara. Miré la hoja de papel, y me quedé unos segundos apoyando mi mano en la mesa.
— Adiós —dije dentro de mi pecho llamando al hombre que en verdad amaba.
Dejé mi firma en ese papel, inmediatamente dejé el bolígrafo a un lado y me enderecé.
Yo quería que este día ya terminara, para mi era vivir una completa pesadilla.
— Oficialmente, ante la ley los declaró marido y mujer. Puede besar a la novia —dijo el juez.
—¿Besarme? —totalmente muda, miré a Lucien, quién no parecía ni inmutarse.
Todo ocurrió tan rápido. Él simplemente se giró a mí, y me atrajo con su mano colocándose detrás de mí cintura, para cuando reaccioné, tenía los labios de Lucien sobre los míos.
Solo duró unos breves cinco segundos en los que presionó su boca contra la mía. Tal vez sea algo insignificante para él, pero para mí esto fue una tremenda sorpresa. Yo no había besado a nadie desde hace más de tres años. El beso de Lucien fue como un rayo a mi boca, si antes ya estaba mareada, ahora estaba al borde del colapso.
— Ahora eres mi esposa —me susurró con una voz tan tenebrosa, que me pareció estar escuchando al mismo demonio.
Fue en ese momento que entre los invitados unos aplausos llamaron mi atención.
— Felicidades —dijo alguien que se había acercado.
Mi corazón parecía haberse detenido en ese instante. No podía creer lo que acababa de escuchar. Tenía miedo de girarme y confirmar mi sospecha, pero era algo inevitable. Lo que tanto temí ocurrió antes de lo previsto.
— Mayda —dijo mi nombre mostrando una débil sonrisa y luego vio a Lucien, para saludarlo—. Hola hermano.
— A-Atreo… —musité su nombre solo segundos antes de que todo se oscureciera.
…
— ¡Mayda! —gritó Donna, acudiendo a socorrer a la recién casada.
Sujetándola de los hombros, Lucien levantó a Mayda en un solo movimiento.
— Te ayudaré — intervino Atreo.
— No es necesario. Ella es ahora mi esposa —contestó haciendo énfasis en esas últimas palabras.
Mirándose fijamente, ambos hermanos permanecieron en silencio, era como si sólo sus miradas hablaran. La incomodidad fue muy evidente en ese espacio.
— Donato —dijo Lucien, dándole la espalda a su hermano.
— Señor.
— ¿Está lista la habitación de mi esposa y la mía?
— Sí señor, las mucamas se apresuraron en dejar todo listo ¿Desea qué me lleve a la señorita?
— No, atiende a los invitados. Llevaré a mi esposa a descansar, yo volveré en unos minutos.
— Como usted diga señor —asintió Donato.
— ¡Espere yo también quiero ir! —decía Donna intentando acercarse, pero fue impedida de hacerlo por la intervención de Donato.
—Lo siento señorita, no puedo dejarla pasar.
— ¡Es mi amiga! no voy a dejarla sola.
— Está con su esposo, y le guste o no debe obedecer las reglas en esta casa.
Con la impotencia de no poder hacer más, Donna contuvo sus ganas de meterse a la fuerza.
— Acompáñenos en la mesa, le prometo que luego yo mismo la llevaré con la señorita Mayda.
Algo desconfiada, Donna preguntó: ¿Lo promete?
Tras recibir la respuesta afirmativa del mayordomo, Donna regresó a su lugar, no sin antes mirar de reojo al caballero que había provocado el desmayo de su joven amiga.
— No hay duda que es él. Ese hombre es Atreo, ahora lo entiendo todo —se dijo así misma, dejando en completa soledad al tipo de cabellera castaña, quien con las manos en los bolsillos guardaba sus más profundos pensamientos sobre lo que acababa de acontecer.
— ¿Así qué esto era lo qué planteaste desde un principio, Lucien? Perfecto, me la robaste, pero ya veremos que pensará de ti, cuando descubra lo del testamento de nuestro padre. Sí llegó a comprobar mis sospechas, te juro que te quitaré a Mayda, así sea lo último que haga.