Un estremecimiento delicioso serpenteó por el cuerpo de Atenea cuando el italiano la empujó contra la puerta del hotel, sus labios hambrientos devorando los suyos con una pasión desenfrenada. En la búsqueda de aire, ella jadeó, pero él no daba tregua, la pequeña boquita de Atenea lo volvía loco, desencadenando un deseo desconocido en él —Oye, espera... —jadeó ella, agitada contra el sólido concreto de madera. Él apenas entró con ella y la devoró. —¿Sí? —respondió él, moviéndose de sus labios a la curva de su cuello—. ¿Te has arrepentido?. —No, sigo deseándolo —aclaró ella—, solo que... —Hey —se detuvo, enmarcando su rostro entre sus manos para transmitirle calma—. No tengas miedo, sé que es tu primera vez, también la mía con una virgen, así que trataré de ser gentil. —De acuerdo —asi