Los pasos de Layla por el camino rocoso que conduce hacia el interior de la mansión eran débiles y pesados. Llevaba sosteniendo en su mano una maleta con todo su equipaje adentro, puesto que esa misma noche había decidido irse del apartamento de su ahora exnovio.
Con tres golpes en la puerta principal, Martín se apareció y se sorprendió un poco por su aspecto débil y cansado. Ella le dedicó una sonrisa vacilante y avergonzada, pasando al interior cuando el hombre le permitió el acceso.
—Lamento llegar a esta hora, fue repentino —excusó, apretando el asa de su maleta con fuerza —¿Puedo hablar con Atenea?.
—Lo lamento, señorita, pero ella en estos momentos se encuentra con el señor en su habitación; temo interrumpir, están en medio de una conversación —le explicó Martín con una sonrisa a
