Escuchaba un pitido constante que me llamaba, pero por más que intentara hacerle caso, no conseguía hacerlo. Mi mente volvía a divagar, sobre cosas que se perdían tan pronto volvía a escuchar el sonido agudo que parecía decir mi nombre. No sé cuánto tiempo pasó hasta el momento en que pude distinguirlo y recordar lo que me había sucedido, como un mosaico de cristales fragmentados que no lograba unir. Para cuando logré abrir los ojos, lo primero que vino a mi mente, ya lúcida, fue Antonella. Quise incorporarme, pero todavía no tenía fuerzas, entonces lo vi, a mí lado, y dije su nombre. —¿Mario? Fue apenas un susurro, pero actuó como un poderoso hechizo que lo trajo de vuelta. —¡Ivania! Sentí su mano sobre la mía y fue el más confortable de los analgésicos. —Antonella… —No te preocu