Un Amor Perfecto
El sol del amanecer entraba a raudales por los amplios ventanales del dormitorio, bañando la habitación en un resplandor dorado. Elena había escogido cada detalle de aquel hermoso dormitorio, y aunque Anthony era un hombre al que no le gustaba la decoración, debía de reconocer que su esposa tenía un gusto impecable.
Cuando se levantó, la suave luz de las primeras horas del día acariciaba el rostro de Elena, que dormía plácidamente con su cabello castaño esparcido sobre la almohada. Anthony Blackwood, de pie junto a la cama, observaba a su esposa con una ternura que nadie más conocía. Para el mundo exterior, Anthony era un magnate frío y calculador, pero con Elena, su dureza se desvanecía como el hielo de principio de primavera.
Se sentó en el borde de la cama, contemplando el rostro de Elena, sus labios curvados en una ligera sonrisa incluso en sueños. Anthony alargó la mano y con la yema de los dedos acarició suavemente su mejilla. Elena se movió, murmurando su nombre, y Anthony no pudo evitar sonreír. Incluso después de años de matrimonio, el simple sonido de su nombre en sus labios le provocaba una oleada de felicidad.
—¿Estás despierta? —susurró Anthony, inclinándose para besarla.
Elena abrió lentamente los ojos, la luz reflejándose en ellos como un par de esmeraldas. Sonrió al ver a su esposo tan cerca, su rostro tan familiar y amado.
—Ahora sí —respondió ella con voz somnolienta, devolviéndole el beso—. ¿Qué hora es?
—Temprano aún —dijo Anthony, apartándole un mechón de cabello del rostro—. Quería verte antes de irme a la oficina.
Elena se incorporó un poco, apoyándose en los almohadones. Llevaba una mano a su vientre, donde se notaba ya la curva del embarazo. Anthony siguió el movimiento de su mano con la mirada, sintiendo un nudo de emoción en la garganta. En unos meses, su familia se expandiría, un sueño que nunca creyó posible.
—¿Estás segura de que no quieres que me quede contigo hoy? —preguntó Anthony, intentando no sonar demasiado preocupado—. Puedo cancelar mis reuniones. Nada es más importante que tú.
Elena negó con la cabeza, sonriendo con ternura.
—Anthony, estaré bien. Tienes un imperio que dirigir. Además, tengo una cita con el doctor esta tarde. Puedes reunirte conmigo después.
Anthony asintió, aunque no del todo convencido. La seguridad y el bienestar de Elena eran su prioridad, y la idea de no estar a su lado en cada momento le resultaba difícil de aceptar. Pero sabía que Elena no quería que su vida girara exclusivamente en torno a ella y al bebé.
—Te amo, Elena —dijo, con una intensidad que brotaba del corazón—. No puedo imaginar mi vida sin ti.
Elena le tomó la mano y la apretó suavemente.
—Y yo a ti, Anthony. Eres todo para mí. No olvides eso, pase lo que pase.
Sus palabras flotaron en el aire, llenas de promesas y esperanzas. Anthony se inclinó y la besó de nuevo, sus labios encontrando los de ella en un gesto que sellaba su amor. Nada podría separarlos, no mientras se tuvieran el uno al otro. Con una última mirada a su esposa, Anthony se levantó y salió de la habitación, listo para enfrentar el mundo sabiendo que el amor de Elena era su refugio seguro.